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Con la mascarilla de oxígeno en mi cara, salí de la habitación y recorrí un infinito pasillo en una camina, con doctores a cada costado y hablando entre ellos, sobre mí y sobre “el producto”. Durante lo que me pareció una eternidad, solo pude mirar fijamente al frente, al techo, a las luces blancas e incandescentes que pasaban a gran velocidad. Y luego de un milenio, al fin entramos al quirófano. Allí me colocaron sobre otra cama, donde rápidamente comenzaron a preparar todo, incluida yo. Estiré los dedos y me aferré al vació aire, deseando sentir la mano de Gabriel. Lo necesitaba tanto, pero él estaba fuera, sufriendo solo, preocupado por mí. —Todo estará bien, Suzy —me dijo la voz de mi doctora y tomó con fuerza mi mano. La apretó mientras nuestras miradas se encontraban. —Yo estaré aquí, y cuidaré de ti hasta el final. Te prometo que haré lo mejor para que tú y los bebés se reúnan. Derramé algunas lágrimas mientras esbozaba una sonrisa de infinito agradecimiento. Pero no pude
Era tan feliz, agradecía estar viva y ver los rostros de mis recién nacidos. Aunque el cuerpo me dolía, estaba llena de ciega felicidad. Tenía a mis gemelos en brazos, durmiendo y totalmente sanos; solo un poco bajos de peso, pero saludables en todo aspecto. —Son muy hermosos, ¿verdad? —le pregunté a Gabriel, sonriendo y llorando. Él se inclinó y después de besarme en la frente, acarició las pequeñas cabezas de nuestros bebés; ambos tenían el cabello castaño, igual que su padre. —Son perfectos —musitó, tan feliz como yo—. Gracias, preciosa. Me has dado la mayor felicidad que nunca pensé experimentar. Nos sonreímos como tontos, tan alegres que apenas podíamos contener la dicha en nuestros corazones. Esa noche, disfruté a mi pequeña familia como horas antes imaginé que nunca podría; alimenté a mis hijos por primera vez, los vi llorar y abrir los ojos, aunque el color aun no estaba definido. Pude apreciar la recién construida faceta del Ceo Gabriel Bastián como padre; lo miré pre
Durante la mañana, después que desperté de otra siesta, la enfermera volvió a traer a mis hijos. Como la primera vez, me sentí tan feliz y emocionada de tenerlos de nuevo en mis brazos. Los cargué a ambos y besé sus suaves mejillas; olían muy bien. Y mientras yo los alimentaba y tenía un buen momento con ellos, Gabriel supervisó el cambio de incubadoras a la habitación; donde podría verlos todo el tiempo. También su secretaria trajo muchas cosas que yo había dejado listas en casa para el momento del parto; como pañales, biberones, sabanas, cambios de ropa para mí y mis bebés. —¿Has pensado en nombres? —me preguntó sentándose en la cama, luego de que los últimos empleados terminaran de instalar todo. Con cuidado, le entregué a nuestro hijo, luego negué con una sonrisa y besé a mi hija. —No, aun no. Pero me vienen a la cabeza muchos nombres. Gabriel miró a su hijo, el cual era tan pequeño que casi cabía en la palma de su mano. Le sonrió amorosamente, tan deslumbrado por ellos como
Me despedí de Adam con un beso en la mejilla, agradeciéndole infinitamente su apoyo y ayuda durante tanto tiempo; y él prometió que, a pesar de todo eso que no pudo ser entre ambos, siempre me iba a guardar un sincero aprecio. Sobre si íbamos a vernos de nuevo, cuando se fue sin mirar atrás entendí que no. Se había acabado. Permanecí en el hospital con mis bebés una semana completa, mientras veía sin intervenir como Gabriel ponía a varios de sus empleados a rastrear a Nora y seguirle la pista. Ella había dejado la ciudad el mismo día que me confesó todo, y ahora investigadores privados trataban de averiguar sí había dejado el país o solo permanecía oculta. Un par de días después, aunque no fue fácil, la gente de Gabriel la encontró al norte, se ocultaba en un hotel costoso que pagaba con el dinero que había recibido al vender mis anillos. No quise saber mucho del juicio al que Gabriel la sometió y donde la culpó de múltiples crímenes; solo me lamenté de que nuestra amistad hubiese
Mareada, me deslicé por la pared y me llevé una mano al pecho, mi corazón latía rápido y frenético, parecía querer estallar. —N-Nora... —murmuré el nombre de mi amiga, mientras caminaba dificultosamente por esos solitarios pasillos. Quería encontrar la salida e irme de allí, buscar ayuda o solo respirar un poco de aire limpio. No quería seguir en ese lugar, en realidad, no había querido asistir desde un principio, pero Nora, mi mejor amiga, me había convencido. Esa noche era la última fiesta de su generación antes de la graduación, y estaban festejándolo a lo grande en un lujoso penhouse en un famoso hotel, bebiendo caras bebidas; todo como obsequio de su Padrino de Generación, un empresario extranjero. —N-Nora.... ¿Dónde estás? —parpadeé con la vista cada vez más borrosa, caminando torpemente y tropezándome con mis propios tacones. El corto vestido de terciopelo plateado acariciaba mis muslos y los delgados tirantes se deslizaban de mis hombros, a punto de mostrar mi brassier.
Estaba embarazada. En cuanto esa realidad me embargó, me sentí hundida, todos los planeas que había creado para mi futuro se destruyeron ante el resultado de esa prueba. Estaba esperando un bebé. —¿Por qué...? —sollocé arrojando la tercera la prueba de embarazo al bote de basura—. ¿Por qué... tengo que ser yo? Yo no estaba casada, ni siquiera tenía novio, pero estaba embarazada. Iba a tener un bebé, y era suyo, era del hombre de esa noche. El padre de mi hijo era un hombre tan lejano a mí, un Ceo exitoso, pero un desconocido con quién nunca había cruzado palabra. Pensé en mi madre, una mujer estricta que no esperaba nada de mí, aunque seguramente me mataría al saberlo. Pensé en Israel, el chico que me gustaba. Y me derrumbé. Rompí a llorar en ese baño. Un pequeño trago y una noche que no recordaba habían sido suficientes para cambiar mi vida en todo sentido. Ese día salí temprano de clases y sin aceptar mi realidad, me dirigí a la casa de Nora. La esperé en la puerta hast
¿Me recordaba? ¿Recordaba lo que había pasado entre nosotros esa noche? —Sé que me acosté con una chica la noche antes de la graduación, en la fiesta que yo ofrecí para los egresados —explicó el Ceo, adelantándose hasta quedar a un paso de mí. Sus ojos grises examinaron mi rostro, reconociéndome a la perfección. —Y era una universitaria, por lo que veo —agregó al verme mejor. Yo solo enrojecí y seguí muda, aun sorprendida de verlo allí, hablando conmigo. —Esa noche yo estaba demasiado alcoholizado para medir mis actos, pero recuerdo bien que una chica entró tambaleándose a mi habitación. Ella estaba tan perdida como yo. Sus ojos bajaron por mi cuerpo, hasta detenerse en mi mano derecha, donde sostenía las llaves de mi apartamento con fuerza. Sin ser brusco, me las quitó y retrocedió de nuevo. —Después de eso, terminé en mi cama con ella, pero cuando desperté al día siguiente, ella había desaparecido. Creí que había sido una aventura y nada más. Y como si esa fuese su
¿Realmente un matrimonio arreglaría el desastre que ahora era mi vida? Sacudí la cabeza al tiempo que sonreía temblorosamente, mirando la firmeza en sus rasgos. —Perdone, pero no entiendo... —¿No quieres solucionar esto? —me interrumpió con algo de severidad. Tragué saliva de forma compulsiva, aun mirando lo grises que eran sus ojos, sólidos y decididos. Poco a poco alcé la mano y, cerrándola en un fuerte puño, me la llevé al pecho. Notaba el frío oro del anillo en torno al dedo, y me pregunté sí todos los hombres poderosos eran tan drásticos. —¿Y... cómo le beneficiaría este matrimonio a usted, señor Bastián? —inquirí tanteando el terreno, pues no confiaba en él, era un desconocido después de todo. Sin dejar de mirarme, él curvó un lado de la boca en una pequeña sonrisa astuta y confiada. Luego se inclinó ligeramente hasta que niveló su mirada con la mía. —¿No cree, señorita Sagel, que, si pruebo que dormí con mi amada esposa y madre de mi hijo, y no con una joven univer