Al fin comprendía la repentina visita de Israel y esa inesperada declaración de que me había extrañado, cuando ni una vez me había llamado. Al fin entendía todo, y me dolía.
—Podrías hacer que yo también me vuelva alguien influyente. Sí eres su esposa y logras convencerlo, me harás muy dichoso, Suzy.
Me sonrió con emoción, pero yo no fui capaz de sonreírle. Solo podía notar cómo algo se despedazaba dentro de mí.
—Cásate con él y ayúdame, Suzy —insistió, aferrándose a mis manos—. Arreglemos eso ahora, incluso puedes presentármelo hoy mismo. Y cuando tengas a tu bebé, haremos que te divorcies, y entonces tú y yo...
Hice que soltará mis manos. Él pareció sorprendido cuando me levanté del sofá y me sequé las pocas lágrimas que habían caído.
—Quieres hacer que me casé para poder usarme y hacer negocios con el señor Bastián.
Israel negó enseguida.
—Suzy, no es así. Solo pido...
—¡Tú sabias que yo estaba enamorada de ti! Pero solo ahora que ves forma de aprovecharte de mis sentimientos por ti, es que vienes. Al fin lo veo.
Él negó de nuevo y se levantó del sofá para tratar de acercarse a mí, pero yo me acerqué a la puerta y la abrí. Por dentro, podía sentir claramente cómo los últimos trozos de mis sentimientos por él se hacían añicos.
—Vete, Israel. Y nunca más vuelvas aquí —le dije, conteniéndome para no demostrarle el gran daño que acababa de hacerme.
—Susan...
—¡No me casaré! —le grité, agradeciendo que el señor Bastián se hubiera ido y no pudiera oírme—. Y tampoco dejaré que saques beneficios de mí. ¡No me usarás ni tendrás un centavo de ese Ceo!
Era la primera vez que me sentía tan firme, a pesar de lo mucho que dolía.
—Ya no... me gustas más, Israel. Y agradezco que yo nunca te haya gustado en serio.
Al ver la firmeza de mis palabras, su expresión cambió drásticamente. Apretó los dientes y me lanzó una envenenada mirada de desprecio que me erizó la piel, luego tomó su maleta y salió de mi apartamento.
—Al fin tenías la oportunidad de hacer algo útil por mí, Susan —dijo en tono despectivo—. Pero eres una verdadera estúpida y ahora veré con placer cómo el mundo te destroza —sonrió agriamente.
Cuando vi esa parte suya, la última pieza de lo que sentía por él se hizo polvo y solo quedó un infinito desprecio. Pero era tanta mi rabia que no pude decir nada y él se marchó por el pasillo, hasta que dejé de verlo.
Cansada y dolida, apoyé la frente en el marco metálico de la puerta y apreté los labios, sollozando un par de veces. Nunca pensé que él fuese así, no él.
—Señorita Segiel.
Me separé de la puerta y lo busqué con la mirada, sorprendida de que me hubiese esperado todo ese tiempo. Pero cuando lo miré acercarse desde una esquina, vi que tenía la mirada fija en el pasillo por donde Israel acababa de irse.
Sus ojos eran penetrantes y recelosos, como si intuyera el tipo de hombre que había estado conmigo.
—Lamento haberlo hecho esperar, señor —fue lo único que pude decir.
—Parece que su visitante fue cruel con usted —dijo exhalando y al fin mirándome.
Se me acercó y me pasó la yema del dedo pulgar por la parte inferior del ojo, llevándose mis lagrimas con él.
—Casarse conmigo es la única salida que puedo ofrecerle, señorita Sagel. Sí cambia de parecer, encontrémonos donde nos encontramos esa noche.
¿El hotel? ¿Encontrarnos en su penhouse?
—Y, mientras tanto, no vea más a ese tipo.
Miré cómo fruncía las cejas y parecía un poco molesto. Pero lo entendía, pues seguro había escuchado lo último que Israel me había dicho.
Aunque, aun así, pregunté:
—¿Por qué? Usted no lo conoce...
—Y no hace falta hacerlo. No me agrada, parece despreciable —explicó rozando mi mejilla con un dedo —. Y si acepta casarse conmigo, Susan, no me agradará verlo cerca de mi esposa.
¿Lo decía por lo que acababa de ver o por otra cosa? A juzgar por su mirada, era más que eso.
—Tipos como él, siempre arruinan todo, incluso los matrimonios más perfectos. Eso lo sé bien —dijo por último, antes de plantar un inesperado beso en mi mejilla de advertencia y alejarse.
Desconcertada, lo miré marcharse, siguiendo los pasos de Israel. Yo permanecí parada en la puerta unos minutos más, sintiendo como el aroma de su colonia de diluía, llevándose su presencia lejos.
—Es absurdo. Nadie se casa por algo tan trivial como un escándalo —me dije, tratando de convencerme de que así era—. Todos pronto lo olvidarán. Seguro que sí. Ya lo verás, Israel.
Pero pronto descubrí que no era algo trivial, y que nadie estaba dispuesto a olvidarlo. Mientras los días transcurrían en la universidad, todos dejaron de preguntarse si acaso el Ceo y yo teníamos una relación, y comenzaron a asegurar que yo me había metido en su cama esa noche para seducirlo y sacar provecho de ello: mi bebé. No había día en que no me señalarán y llamarán por nombres horribles, me paraban en los pasillos y me hacían explicitas preguntas sobre mi noche con el señor Bastián. Y yo nunca podía responder, pues aún no era capaz de recordar casi nada.
Además de esto, los medios seguían dando cobertura de la nota y cada día sacaban algo más de mi vida por los periódicos; cosas como la perdida de mi padre, mis estudios y mi pasado con mi madre. Pero lo que me hizo recordar las palabras del Ceo, fue una mañana que llegué a clases y mis profesores no me dejaron entrar.
La asesora estudiantil me llevó a un aula vacía y me entregó un sobre. Cuando lo abrí, vi un aviso de expulsión que me tachaba de “cuestionable comportamiento inmoral”.
Sentí cómo mi garganta se estrechaba.
—¿Pero... por qué?
—Lo siento, Suzy —se disculpó ella—. No pude hacer nada para ayúdate, fue decisión del mismo rector.
Con la carta en la mano, dejé la universidad y me fui a casa. Esperaba poder estar sola, descansar y pensar en algo, cualquier cosa que me ayudara. Pero cuando abrí la puerta y puse un pie dentro, alguien me tomó del codo y tiró de mí con gran fuerza.
—¿¡Realmente eres tan estúpida?! —gritó la voz de mi madre.
Me jaló al pasillo y allí me tomó del peló tan fuerte que solté un chillido de dolor.
—¡A eso te dedicas! ¡Eres una perra desvergonzada!
Me arrojó al piso frente a ella, luego me soltó un sorpresivo golpe en la mejilla derecha.
—¡Maldita zorra! ¡Esperaba no saber nada más de ti luego que te fuiste de MI CASA, pero sigues apareciendo y perjudicándome!
Sentí el ardor del golpe en la piel, y pronto las lágrimas que había contenido desde hacía días, fluyeron. Alcé los ojos y miré a mi mamá, a la persona que debería estar conmigo apoyándome, no llamándome zorra como todos.
—Mamá...
Ella apretó los dientes y enrojeció. Me miró con ira y total desprecio.
—¡No me llames madre! ¡Tú y yo no somos nada! —me recordó cómo cientos de veces antes, durante toda mi vida—. ¡No eres nada de mí, mocosa sucia! ¡Solo eres...!
Bajé la cabeza y sollocé.
—¡Lo sé! ¡Sé lo que soy para ti!
Ella al fin exhaló y dejó de gritarme. Pero no se acercó a mí, solo me arrebató la mochila y arrojó mis libros de la universidad al bote de basura.
—Ni siquiera te pagó por acostarte con él, y ahora tendrás un bastardo suyo. En serio que eres una estúpida.
Mientras ella tiraba todo, yo me limpié los ojos y traté de dejar de llorar. Quería que se fuera de mi casa, que desapareciera como siempre hacía.
—Ahora consíguete un empleo y encuentra una buena clínica —dijo.
Y yo alcé la cabeza de inmediato.
—¿Una... clínica? —pregunté despacio—. ¿De qué hablas, mamá?
Mi madre me arrojó la mochila vacía a la cara y se me acercó para sujetarme otra vez del cabello. Tiró de él hasta que yo hice una mueca.
—¿No escuchaste bien? —dijo en voz baja y siseante—. Te dije que arregles esto, ¡que dejes de darme problemas! ¡No quiero que tus zorrerías tengan que ver conmigo!
Noté como sus palabras me calaban hondo, pero a ella no le interesó. Solo me liberó el pelo y viéndome llorar de nuevo, dijo:
—Ve a una clínica y diles que arreglen la estupidez que cometiste. ¿Sabes a lo que me refiero o quieres que sea más explícita?
Mirando al suelo, me llevé una mano a la boca y negué una vez.
—Sí hablas de... abortar a mi bebé, no esperes que pase. No lo haré.
Luego de mi respuesta, hubo un breve silencio. Uno que me asustó.
—Por una vez en tu vida, Susan, haz que me sienta orgullosa de ti —dijo con inusual calma—. Porque yo no voy a apoyar tu estupidez, no vas a volver a mi casa, ni lo sueñes. Estás sola, que te quede claro.
Luego de lastimarme a ese grado, mi madre no se quedó conmigo, solo entró a mi habitación y cerró la puerta tras ella. Esa noche durmió en mi cama y yo en la sala. Lloré en silencio y me pregunté sí ella algún día me diría porque era así conmigo, también pensé en sus duras y frías palabras.
Quería a mi bebé, eso lo sabía bien, pero también sabía que estaba sola. Muy sola.
Y eso fue la razón por lo que muy temprano por la mañana tomé mi mochila y salí de mi apartamento, dejando a mi mamá dormida. Me dirigí hacía el único lugar en el que era capaz de pensar: el penhouse.
Antes de perder el valor, al llegar al hotel fui con la recepcionista y ella me anunció. Así que cuando tomé el elevador y llegué al último piso, fui recibida por el mismo Ceo.
—Me alegra que me haya buscado, señorita Sagel —dijo apenas nos vimos.
Era demasiado temprano aun, pero él ya se había duchado, vestía ropa de oficina y bebía una taza de café negro. Al verlo, las palabras que había planeado decirle se quedaron en el fondo de mi garganta.
—Adelante —dijo, invitándome a pasar a su penhouse.
Pero yo me quedé estática, aun dentro del elevador. Quería decirle que no deseaba casarme con él, pero que no había encontrado otra salida, y que por favor volviera a proponerme matrimonio.
—¿Aún... está dispuesto a casarse conmigo, señor Bastián? —le pregunté con esfuerzo, aun sintiendo el golpe de mi madre en la mejilla.
Él no contestó enseguida y solo me analizó un momento, pero al ver lo mucho que me costaba estar allí, frente a él, sonrió y se adelantó un paso. Tomó delicadamente mi mano derecha y bajo nuestras miradas, volvió a deslizar el anillo de compromiso en mi dedo anular.
Después exhaló y me miró a los ojos.
—No te preocupes, Susan, recuperarás tu vida. No voy a tomarte para siempre, lo juro.
Y sin que yo comprendiera en absoluto sus palabras, él bajó los ojos a mi boca y, tras mirarlos un momento, me tomó de la nuca y plantó un corto beso en mis labios. Se sintió cálido, pero distante y casi forzado.
—En cuanto el bebé nazca y todo el escándalo se haya esfumado, firmaremos el acta de divorcio. No pienso pasar toda la vida en matrimonio con una mujer a la que no amo.
Bienvenid@ a MI PERFECTO MATRIMONIO. Espero disfrutes la historia.
Luego de invitarme a entrar a su penhouse y hacerme esperar sentada en su espaciosa sala, él hizo varias llamadas y no lo vi por un buen rato. Yo me acerqué a las ventanas y observé la ciudad, mientras por dentro me preguntaba sí pronto me arrepentiría de todo eso. Y, sobre todo, me pregunté sí podría encajar en el mundo de ese hombre. Un rato después, él volvió y se acercó a mí. Nos miramos un momento, yo sintiéndome extraña y fuera de lugar; y él, él me miró como si yo fuese un negocio que había cerrado con éxito. Aunque, tras su expresión tranquila, parecía algo molesto. —Primero que nada, debo saber algo sobre usted. Lo miré, algo cohibida. —¿Qué es? —Quiero saber qué tanto le gusta beber —dijo sin más y yo me puse roja de pena—. Esa noche el alcohol nos hizo cometer graves errores, y no me gustaría que sucedieran de nuevo, recuerde su condición. Ante esto, bajé un poco la mirada y sonreí con mucha vergüenza. —La verdad es que no soy la alcohólica que cree. Solo b
Había firmado un acta de matrimonio, pero ahora veía que había sido más que eso; había firmado una sentencia, donde le permitía utilizarme y aprovecharse de eso. Sentada en la cama con las piernas cruzadas, contemplé las múltiples notas periodísticas que había sobre la aclamada boda del Ceo Bastián. Era la noticia principal, la que acaparaba las páginas y de la que todos hablaban: “El Ceo Gabriel Bastián rompe los escándalos recientes al revelar su matrimonio”. “Fotos sobre la boda del inversionista Bastián han salido a la luz después del escándalo en el que se vio involucrado hace poco” Pero, por ninguna parte decía que nuestra boda fuesa una boda reciente, festejada solo un día atrás en ese penhouse. Por el contrario, bajo las fotos donde yo vestía de blanco y él de traje, donde nos sonreíamos y él colocaba el anillo en mi dedo; estaba la fecha de la boda, pero era falsa, ¡una descarada mentira! Nuestra boda supuestamente había sido dos años atrás, cuando yo tenía 19 y él 27 añ
—Anda, Susan, mírame y dime de una vez lo arrepentida que estás de este matrimonio —me presionó, nivelando su mirada a la mía—. Dilo ahora, porque nunca más te daré otra oportunidad de hacerlo. Le sostuve la mirada, sintiendo sus dedos presionar mi brazo cada vez más fuerte. —Solo... diré que usted no merece nada de lo que tiene, nada en absoluto —le dije al fin a la cara, hablando pausadamente—. Y sí, me arrepiento de haber confiado en usted, ¡y no quiero ser su esposa, jamás lo quise! Pensé que mis palabras le harían molestar, que me miraría con ira. Pero él solo sonrió un poco y de la nada me tomó de la nunca con una mano, acercando mi rostro al suyo. —¿No merezco nada de lo que tengo, Susan? —inquirió con voz tranquila, observándome a los ojos. Aunque bajo esa aparente calma, pude ver cómo reprimía su enfado. —No, no lo merece —repetí lo de antes, haciendo caso omiso del latir rápido de mi corazón—. No merece la fortuna que tiene, ni el poder, y mucho menos merece tener
Con los labios separados y las mejillas rojas como manzanas, mantuve los ojos clavados en las formas del techo. Mientras abajo, me retorcía y jadeaba con rapidez, sintiendo un tipo de placer que no había sentido jamás. Era extraño, era increíble... Era intenso. —¿Aun crees que este sitio no es para mí, hermosa? —dijo entre mis muslos, colando otro tormentoso dedo en mi interior. Lo movió con habilidad y yo alcé las caderas, cerrando las manos y gimiendo muy alto. —Mírate, eres preciosa —musitó su voz, a la vez que subía una mano por mi abdomen y alcanzaba mis senos. Los rozó por encima del vestido, provocándome un jadeo. — Y aunque te negabas, estás gozando lo que hago contigo —agregó con las manos en mis pechos y lamiendo casi ferozmente esa parte de mí. Era la primera vez que un hombre me tocaba de esa forma tan sensual e íntima, y aunque sabía que pronto me sentiría avergonzada por dejarlo hacer eso conmigo, por ahora no podía evitar disfrutarlo. —¿Por qué... mintió
Bajé las escaleras del edificio llorando, mientras la oía gritarme desde el apartamento, llamandome por nombres horribles y ofensivos que una madre nunca debería decir a sus hijos. Pero extrañamente, no solo lloraba del dolor que me ocasionaba mi madre, también una parte de mí lloraba de alivio y esperanza, porque al fin tenía un escape y la oportunidad de hacer mi vida lejos de ella, muy lejos. Al fin estaba formando mi propia y querida familia. —Dios, ¿qué te ocurrió, Suzy? —exclamó Danielle con horror al verme entrar al coche—. ¿Estás bien? Yo quité la mano de mi frente y miré la palma, estaba teñida de sangre. En realidad, eso no era nuevo, mi madre ya me había golpeado antes. —Te llevaré con el médico del señor Bastián, porque sí él se entera que su esposa... Pero yo negué enseguida y sonreí, aun sollozando. No sonreía porque me resultase divertido que mi madre me haya golpeado, sino porque esa sería la última vez que ella pudiera golpear a su hija. Y lo sabía bien po
Sin dejarme decir nada, Israel colocó una palma en mi espalda y me empujó por la calle, caminando a mi lado. Me llevó hasta un bar, y después de hacerme sentar en una alejada mesa, pidió una cerveza. —¿Gustas algo, Suzy? Lo miré con desprecio y él sonrió. —Ah, claro, no puedes. Esperas al hijo de ese bastardo. Cuando el mesero le trajo su cerveza y él la bebió de un trago, al fin habló: —Realmente me hiciste enfadar ese día, esperaba contar contigo. Fue decepcionante y creí que habías arruinado mis planes. Exhaló y clavó la mirada en el techo. Poco a poco fue sonriendo. —Pero a los pocos días vi las fotos de tu boda por todos lados y esa m*****a mentira de que llevabas dos años casada con él. Casi me vuelto loco de la felicidad —terminó mirándome con una gran sonrisa mezquina. Y yo me pregunté cómo había estado cegada por tantos años, como me había enamorado de él y creído que era un hombre maravilloso. —Al final, Suzy, te casaste. Y no puedo desaprovechar eso. Apoy
Me llevé las manos a la cara y contuve las lágrimas de frustración, junto al dolor causado por lo que esa mujer acababa de hacerme. Ella se había ido y dejado allí, sola y a la deriva, sabiendo que nunca iba a llevarme a casa. Seguramente al día siguiente le contaría a sus amigas como se había burlado de la ingenua esposa del Ceo Bastián. Ellas se reíran de mí. Cuando me sentí un poco mejor para irme a casa, eran casi las 2 de la mañana y estaba lloviendo demasiado como para caminar o pedir un taxi. No me quedó de otra que decir mi nombre en la recepción y solicitar una llave para entrar al penhouse demi esposo. —Bienvenida, señora Bastián —dijo la chica y puso en mis manos una tarjeta dorada—. Esta es la llave del penhouse del Ceo Gabriel Bastián. Le agradecí y con los pies adoloridos por los tacones alto, subí hasta el último nivel del hotel. Estaba agotada y me sentía tan herida que solo quería dormir, además, él nunca sabría que había ido allí, pues estaba de viaje. O eso
Fruncí las cejas, aun con su mano cubriendo mi boca. No entendía su expresión maliciosa, tampoco esa emoción desconocida que parecía crecer dentro de él. —Me gusta la expresión molesta en tu rostro, Susan, y me gusta aún más tu actitud —declaró con placer, acercando sus labios a mi boca, cubierta por su palma. Y mirándome a los ojos, sonrió, presionando su boca contra el dorso de su propia mano, como si me estuviese besando. —La forma en que exiges que te tome en serio, que te trate como si esto fuese real... Me parece atractivo y sorprendente, más viniendo de alguien como tú. Eso ultimo sonó tan ofensivo que mi ceño se profundizo de indignación, provocando en él una corta risa baja. —Nunca pensé lo mucho que podría gustarme ser reprendido por una mujer, pero ¿sabes qué? Su sonrisa se hizo pequeña hasta desaparecer por completo, siendo sustituida por una mirada limpia y demasiado penetrante. Noté mis mejillas ruborizarse, y al fin vi lo que estaba pasando. —Me ha gustado mucho