—¡Qué asco, huele a vómito y café rancio! —me quejo en cuanto regresamos a mi oficina. —¿Café rancio? —Sí, desde hace semanas mi oficina huele a ese asqueroso olor. Se lo he dicho a mi asistente, pero ella insiste en que no huele nada. —A mí tampoco me da el olor a café rancio, a vómito sí, pero no a café —murmura conteniendo la risa—. ¿Sabes? —inquiere Marcello cuando me ve abrir las ventanas, como no respondo continúa con su parloteo—: deberías de animarte a conquistar a tu asistente para después casarte con ella, tiene un gran sentido del humor, el cual combina con esa amargura que te caracteriza, son como el ying y el yang, la luz y la oscuridad, un ángel y un demonio o como… —Ya basta, ya lo entendí, gracias. Además, ¿qué diantres estás diciendo?, ¿casarme con esa mujer? Es metiche casi igual o más que tú, sobrepasa los límites sin importarle que yo sea su jefe, sin contar que espera el hijo de otro hombre. —A todo esto, ¿ya averiguaste quién es el padre de su bebé? Sé que es
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