Guardo silencio y con un miedo indescriptible saco las tres pruebas de embarazo que compró mi amigo. Mojo las tiras para sacarme esa duda que ahora carcome mi cerebro y los minutos se convierten en una lenta tortura. Cuando observo las dos pequeñas y mortíferas líneas, que se aprecian en la prueba, siento como si esto fuese una jodida lotería del terror, donde el premio mayor consiste en embarazarte del peor hombre que has conocido en los últimos años, sin mencionar que el hombre en cuestión no es alguien cualquiera. Se trata del endemoniadamente sexi y guapo de mi jefe, pero que al mismo tiempo tiene varios defectos, es amargado, malhumorado, promiscuo y hombreriego como ninguno otro. Agito la bendita prueba en mi mano como si fuese un termómetro de mercurio o como si estuviese blandiendo una espada y después de unos segundos vuelvo a observarla con el ceño fruncido, como si con ese acto tuviese el poder de borrar una de esas líneas, sin embargo, cuando estas permanecen tal como apa
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