El celular timbró por varios segundos antes de que Mario contestara. —¿Amor? Hola, ¿cómo estás? —saludó Luisa, dando dos pasos a un costado de la puerta del local de artesanías al que había entrado la señora Amaya y, viendo que ella se demoraba, la joven se decidió a llamar a Mario y desentrañar, de una vez, qué era lo que estaba ocurriendo, además de su extraño comportamiento de la noche anterior.—Lu, cariño, ¿cómo estás? Yo bien, ¿y tú? —respondió Mario, con cierto nerviosismo en su voz que Luisa detectó enseguida.—Bien, amor, muy bien, pero quería saber tú cómo estás. Ayer te portaste de una forma un tanto extraña, ¿lo recuerdas? —preguntó Luisa tras verificar que la señora Amaya todavía se demoraría algunos minutos más— ¿Te pasa algo? ¿Es un mal momento?Mario hubiera deseado decirle a Luisa que sí, que lo era, que era quizá uno de los peores momentos de su vida. —No, nada, Lu, cariño, no pasa nada extraño. ¿Por qué no más bien hablamos de ti? De cómo la pasaste anoche. ¿Te di
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