—No te sentí llegar anoche. ¿Llegaste muy tarde? —preguntó Ximena.Estaban desayunando. —No sé qué hora era.—Pues debió ser muy tarde, tienes unas ojeras espantosas. Alana apenas y había dormido, pensando, intentando entender lo que había ocurrido y convencerse de que no estaba soñando. Las pesadillas y los lobos la habían seguido al mundo de la vigilia y la acechaban cuando estaba despierta.—Me preocupas, amiga. Me preocupa tu salud mental —agregó Ximena. ¡Salud mental! Era increíble para Alana seguir teniendo algo como eso cuando la irrealidad la atacaba de forma tan siniestra y cruel. Tal vez ya estaba loca, tal vez ya venía de vuelta.—Tranquila, Xime. Soy más fuerte de lo que parezco. Ve y descansa, ya me has ayudado lo suficiente. —Eso lo sé muy bien. No estás sola, que nunca se te olvide.En eso ella se equivocaba, Alana estaba completamente sola porque a nadie podía confiarle lo que sabía, lo que había visto en casa de su abuela durante la noche, el modo atroz en que las
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