Ella se acercó hasta él, los pies humedecidos chapoteaban suavemente mientras avanzaba por el suelo húmedo de la cripta. Los dos amantes se encontraron de pie, desnudos, en algún lugar perdido de las mazmorras. —¿Por qué huyes de mí? —quiso saber la chica a unos metros de distancia—. Tú eres el vampiro, soy yo la que debería tener miedo… Pero… —No lo entiendo —interrumpió él mientras la luz de la luna caía sobre su tez pálida a través de la ventana—. Sabes bien que no puedo amarte, no hay nada dentro de mí que se parezca a un sentimiento… ¿Por qué no me dejas en paz? —Es que no me lo puedo creer, no es posible que seas tan frío… —replicó ella avanzando unos pasos lentamente. —No es mi culpa… —él retrocedió para evitar la cercanía—. Los de tu especie, los hombres lobo, han invocado una magia muy poderosa, han sellado mi corazón, no soy capaz de amar, solo de sufrir… —levantó la mano para señalar su pecho. Una marca oscura con bordes violáceos se encontraba justo en medio del mismo,
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