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Todos los capítulos de La asistente del Señor Preston: Capítulo 51 - Capítulo 60
73 chapters
#51:
Me acerqué a Alex, intentando tocarlo, pero él se levantó de su asiento y comenzó a andar de aquí para allá.—En serio, Yessica. — Oh,no. Él solo me llamaba así cuando estaba muy irritado—. ¿De verás merece la pena todo esto? Sé franca conmigo. ¿Merece la pena?—¿El qué? ¿Que me pierda una reunión de ex alumnos, cuando habrá muchas más para hacer algo que me exige mi trabajo? ¿Un trabajo que me abrirá puertas que jamás imaginé y mucho antes de lo que esperaba? ¡Sí, merece la pena!Axel negó, con la cabeza, y por un momento noté que enrojecia con rapidez, por lo que cuando volvió a mirarme su cara solo mostraba rabia.—¿No crees que preferiría ir contigo a ser la esclava de alguien las veinticuatro horas del día durante dos semanas enteras? — Susurré. ¿Te has parado a pensar que quizá yo no quiero ir pero no tengo otra opción?—¿Que no tienes opción? ¡Tienes un montón de opciones! Yess, este empleo ya no es un empleo, por si no lo has notado. ¡Se ha apropiado de tu vida! —gritó él
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#52:
Cuando yo llegara a París, Markus ya llevaría unos días en Europa. Se había conformado con asistentes locales en los desfiles de Milán, y tenía previsto llegar a París la misma mañana que yo para que pudiéramos comentar los pormenores de su fiesta como viejos amigos.¡Si, como no!La aerolínea Delta se negó a sustituir el nombre de Eliza por el mío en el pasaje de avión, así que, en lugar de estresarme más de lo que ya estaba, me limité a comprar uno nuevo. Mil ochocientos dólares, pues era la semana de la moda en Francia, por supuesto, y ademas lo estaba adquiriendo de último minuto. Dudé como una estúpida por un instante antes de facilitar el número de tarjeta de la empresa. Qué importa, pensé, Markus se gasta eso mismo en una semana de viajes a México.Como segunda asistente del director de Glitz, yo era un ser humano de muy menor rango. No obstante,si el acceso a él era sinónimo de poder, Eliza y yo éramos las personas más poderosas dentro del mundo de la moda: decidíamos qué re
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#53:
Fui al comedor, cogí un tazón de crema de brócoli con queso cheddar y regresé a la oficina tres minutos después para encontrar a Markus sentado a su mesa y sosteníael auricular del teléfono a un metro de la cara, como si tuviera lepra.—El teléfono suena, Yessica, pero cuando descuelgo el auricular, no hay nadie. Está visto que tú no pareces interesada en hacet bien tu trabajo. ¿Puedes explicarme qué demonios sycede? —preguntó.Claro que podía explicarlo, pero no a él. En las rarísimas ocasiones en que se quedaba solo en su despacho, de vez en cuando le daba por atender las llamadas. El que llamaba, como es lógico,se quedaba tan pasmado al oír su voz directamente, y no el de la asistente por lo que enseguida colgaban. El caso es que nadie esperaba hablar con Markus cuando llamaba, pues las probabilidades de que le pasaran con él eran prácticamente inexistentes.Yo había recibido docenas de correos electrónicos de redactores y ayudantes que me comunicaban (como si yo no lo supiera)que
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#54:
No hubo suerte. La inspección no estaba prevista hasta la tarde del día siguiente y todavía tenían que recibir la mitad de los objetos que habían pedido.—Imposible, no puedo —me informó Stef con mucha menos seguridad de la que expresaban sus palabras.—¿Y qué demonios esperas que le diga? —susurré.—Dile la verdad, que la inspección estaba prevista para mañana y aún faltan muchas cosas. Hablo en serio. Todavía estamos esperando un bolso de noche, una cartera, tres bolsos de flecos, cuatro pares de zapatos, dos collares, tres…—De acuerdo, se lo diré, pero no te separes del teléfono por si vuelvo a llamarte. Y yo en tu lugar me prepararía. Apuesto a que a él le va a importar muy poco que la inspección estuviera programada para mañana.Stef colgó sin más y yo me acerqué a la puerta del despacho, donde esperé pacientemente a que me prestara atención. Cuando miró vagamente en mi dirección, dije:—Acabo de hablar con Stef y dice que, como la inspección estaba prevista para mañana, todavía
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#55:
La recogida de equipajes en el aeropuerto Charles De Gaulle fue una pesadilla, pero tras superar la aduana encontré a un elegante chófer que agitaba un letrero con mi nombre. En cuanto hubo cerrado la portezuela del coche, me entregó un móvil.—El señor pidió que lo llamara en cuanto aterrizara. Me he tomado la libertad de programar el número del hotel en la memoria. Está en la suite Coco Chanel.—Muy bien, gracias. Supongo que puedo llamar ahora —dije innecesariamente.Aún no había pulsado el primer número cuando el teléfono sonó y proyectó un rojo aterrador. Si el chófer no hubiera estado observándome, habría ahogado el sonido y fingido que no lo había oído, pero tenía el presentimiento de que le habíanordenado que me vigilara de cerca. Algo en la expresión de su cara me dijo que no me convenía hacer caso omiso de la llamada.—¿Diga? Yessica Sawyer al habla —anuncié con profesionalidad mientras hacía apuestas conmigo misma sobre si era o no Markus.—¡Yessica! ¿Qué hora marca tu relo
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#56:
Unos veinte metros más allá había una puerta sin número que daba paso a una minisuite, prácticamente una réplica exacta de la suite de Markus pero con una sala más pequeña y una cama grande en lugar de extragrande. Un enorme escritorio de caoba equipado con un teléfono de oficina, ordenador, impresora láser, escáner y fax ocupaba el lugar del piano de cola, pero por lo demás ambas estancias guardaban un parecido extraordinario.—Señorita, esta puerta conduce al pasillo privado que conecta su habitación con la de la señor Preston —explicó el botones al tiempo que hacía ademán de abrirla.—¡No! No necesito verlo; con saber que está ahí me basta. —Miré la placa que llevaba prendida del bolsillo de su impecable camisa—. Gracias, Stephanie. —Busqué el bolso para darle una propina, hasta que caí en la cuenta de que no había cambiado los dólares a francos y todavía no había pasado por un cajero automático— Lo siento, solo tengo dólares. ¿Le importa?Ella enrojeció y empezó a disculparse pr
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#57:
Una sirvienta diferente (pero igualmente aterrada) abrió la puerta de la suite y me invitó a pasar al salón. Naturalmente, hubiera debido quedarme de pie, pero los pantalones de cuero, que llevaba puestos desde el día anterior, parecían haberse pegado a mis piernas, y las sandalias de tiras, que no me habían molestado durante el vuelo, se estaban convirtiendo en cuchillas de afeitar sobre mis dedos y talones.Decidí sentarme en el sofá, pero nada más doblar las rodillas y entrar en contacto con el cojín la puerta del dormitorio se abrió y me incorporé de un salto.—¿Dónde está mi discurso? —preguntó él mientras otra sirvienta lo seguía sosteniendo una corbata negra, de seda que él había olvidado ponerse—. Supongo que habrás escrito algo.Vestía uno de sus clásicos trajes Chanel, completamente blancos de cuello redondo ribeteado de pieles, que contrastaría enormemente con su corbata.—Por supuesto, Markus —dije con seriedad—. Creo que esto servirá. Caminé hasta él puesto que no par
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#58:
Sin pronunciar otra palabra bajé del estrado de la forma más digna que pude y no fue hasta que alcancé la puerta del fondo cuando advertí que me había olvidado del premio. Una empleada me siguió hasta el vestíbulo, donde me había desplomado atacada de agotamiento y humillación, y me lo entregó.Era una figurita de lo más increíble, parecía una mujer, caminando por una pasarela y si no me equivocaba estaba hecha de plata o platino.Esperé a que la empleada se marchara y pedí a un portero que la subiera a la habitación de mi jefe. Se encogió de hombros y se día a obedecir mi pedido.¡El muy hijo de puta!, pensé, demasiado enfadada y cansada para concebir un nombre más original o un método para terminar con su vida. El móvil sonó y, sabiendo que era él, ahogué el sonido y pedí un gin-tonic a una recepcionista.—Por favor, por favor, haga que alguien me lo traiga.La mujer me miró y asintió con la cabeza. Apuré la copa en dos tragos y subí para ver qué quería él. Apenas eran las dos de l
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#59:
—¿Diga? —Mi voz sonó enérgica, como si no estuviera tumbada en cueros sobre una mesa, cubierta de aceite y amodorrada.— Yessica, comunica a la gente del Hungaro que esta noche no podré ir. Asistiré a una fiesta y espero que me acompañes. Te quiero lista dentro de una hora.—Claro… claro —tartamudeé, y colgué mientras intentaba asimilar el hecho de que iba a salir con Markus. Recordé el día anterior (cuando me dijo en el último momento que debía acompañarlo) y temí que me diera un soponcio. Di las gracias a la masajista, cargué el masaje a la cuenta de la habitación aunque solo había durado diez minutos y subí a toda prisa para decidir la manera de sortear ese nuevo obstáculo.Empezaba a estar harta.Apenas tardé unos minutos en dar con el peluquero y el maquillador (dicho sea de paso, no eran los míos. A mí me había tocado una mujer gruñona cuya mirada de desesperación la primera vez que me vio todavía me perseguía.Markus, en cambio, tenía un par de gays que parecían recién salidos
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#60:
Aguardó a que el conductor le abriera la portezuela y se apeó grácilmente con sus perfectos zapatos de charol. Antes de que yo abriera la mía, él ya había subido los tres escalones y tendía su abrigo al mayordomo, quien era evidente que había estado al tanto de su llegada.Me derrumbé sobre el suave cuero del asiento para intentar digerir el nuevo dato que con tanta frialdad me había transmitido.El pelo, el maquillaje, el cambio de programa, la consulta estresante de los dibujos, las botas de ciclista, todo para pasar la velada en una fiesta con el padre de mi jefe y su familia.Arrugué el entrecejo. ¿Markus tenía un hermanastro?Y para colmo, francés.Me pasé tres minutos enteros recordándo que mi salida de Glitz y mi nuevo trabajo en el New Yorker se hallaba a solo un par de meses, que mi año de esclavitud estaba a punto de terminar, que seguro que podía soportar otra noche tediosa para conseguir el trabajo de mis sueños.No funcionó.De repente sentí un deseo desesperado por hace
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