Su teléfono móvil timbra con una llamada y él contesta endureciendo sus gestos. Escucha lo que le dicen y responde con monosílabos. No alcanzo a oír si se trata de un hombre o de una mujer, pero, sea quien sea, ha cambiado su estado de ánimo. La llamada dura menos de un minuto y, después de eso, no vuelve a hablarme. Llegamos al hotel, ingresando por el estacionamiento subterráneo, y el chófer se encarga de sacar mis cosas de la maletera del auto, solo es una pequeña valija con algo de ropa, una toalla y un par de zapatos. Llevo un bolso más pequeño conmigo a todos lados con mi maquillaje, mis productos de aseo personal y el poco dinero que tengo.—Debo irme, surgió algo urgente y no podré acompañarte hasta la habitación —me informa con una disculpa en su mirada—. Tu habitación está en el piso diez, esta es la llave. —La saca del bolsillo delantero de su pantalón y la pone en mi mano—. Pide lo que quieras sin límites, todo va por mi cuenta. Y, por favor, piensa en mi propuesta.—Lo ha
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