La furia que sentía no era normal. Sus ojos ardían como dos lavas de fuego y sentía enormes ganas de destruir todo lo que encontraba a su paso. Incluida a su nueva secretaria, la cual no dejaba de mirarlo con ojos llenos de miedo. —Buenos días, señor—murmuró la chica encogiéndose en su pequeño recuadro. Massimo no respondió al saludo, y no porque fuese una persona descortés, sino porque se sentía demasiado frustrado. Victoria había logrado poner su mundo de cabeza y, no de buena manera, porque aquello no lo causaba su belleza, sino algo indeseado. «¿Lo habría estado planeando todo este tiempo?» Por momentos se preguntaba si lo había hecho a propósito. Y, tendría sentido aquello, una simple secretaria como lo era Victoria, a lo mejor había querido escalar involucrándose con su jefe. Él no se preocupó por eso, porque era imposible que lo lograra o, al menos, de eso estaba convencido hasta unos días atrás, cuando aquel imbécil doctor le llevó la contraria. Seguía pensando que todo
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