Había pasado los últimos días molesta con todos, hasta mis hijos se preguntaban ¿qué me estaba pasando? Me sentí furiosa con Jacob, lo cual era ridículo porque apenas si habíamos hablado un par de veces y no lo volvería a ver, terminaba enojada conmigo misma por ser tan tonta. Por la noche llegué al club, el señor Montaner me llevó un bello collar de oro. –¿Te gusta? –Me encanta, muchas gracias mi amor –lo besé. –Sabes que me encantas y me puedes pedir todo lo que tu quieras. –Gracias, eres un hombre maravilloso. Clientes como el señor Montaner era agradable atenderlos, caballeroso y amable, nunca me había pedido irme con él y eso me agradaba, entendía que yo tenía que estar aquí, era alguien muy tradicional, venía por unos tragos y luego el sexo, nada de fetiches raros o peticiones extrañas, se subía sobre mí y en cinco minutos ya estaba satisfecho, seguía sin entender porqué venía al club, pero mientras me pagará era suficiente. Cuando se fue, tarde en deshacerme de la caja
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