La vida con Farit no había cambiado en absoluto. Se la pasaban en total silencio durante la cena, no comentaban nada, no se preguntaban nada, prácticamente eran dos desconocidos que vivían juntos, es más, ni siquiera se atrevían a mirarse a los ojos. Luna estaba sumergida en sus pensamientos mientras él se desesperaba un poco más cada día.Al contrario de ella, Farit si quería conversar, quería saber de su esposa, saber lo que pensaba, lo que sentía y quería. No quería ser más duro, pero no sabía cómo acercarse a ella. Parecía que se encontraba con un muro enorme y frío. Por más que trataba de acercársele no lograba nada. Era muy orgullosa e incluso estaba casi seguro de que lo culpaba por la muerte de su amante. Y no estaba tan alejado de la realidad.Ese día, mientras Luna estaba en su habitación, el azabache entró sin tocar, era su casa, así que pensó que no necesitaba permiso alguno para transitar por donde se le diera la regalada gana. Acto que enfureció a Luna y con mucha razón,
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