De nuevo contigo

Los fuertes brazos rodearon su cuerpo con una necesidad palpable, Luna percibió la desesperación al verlo, a él, su único y más grande amor, el hombre de su vida.

David le dedicó una sincera, pero ahora triste sonrisa cuadrada, nada lo llenaba más de dicha que ver a su pequeña, aun sabiendo que tal vez ese día sería el último. Camil estaba siendo la culpable de su desdicha, la mujer que le dio la vida se convertiría en su verdugo, la obligaría a casarse con un hombre que no ama para salvar la empresa familiar.

En cuanto se enteró de los planes de su madre, Luna corrió a los brazos de David esperando que él pudiera consolarla. Que le dijera que todo iba a estar bien porque ella no quería casarse con un desconocido.

Sus labios se unieron en un fuerte frenesí, añoraba cada día para sentirse casi al final del día. En ese pequeño cuarto de 4 paredes, aquel que era el único testigo de su amor. Ambos cuerpos temblaron por la necesidad de sentirse mucho más.

David descendió al cuello lechoso de su amada escuchando sus gloriosos gemidos, no quería que la urgencia que tenía de hacerla suya se basara en el miedo que sentía al saber que tal vez, el hombre que se convertiría en su futuro esposo, pudiera obtener la oportunidad de ser el primer hombre para Luna. Se negaba a pensar en ello, pero su instinto pudo más que él.

La recostó sobre la cama, acarició suavemente su cintura y bajo lentamente hasta su trasero, apretando esta zona con vigor. Luna soltó un gemido, sorprendida y alejó a David de su cuerpo hasta que deshizo el beso fogoso, lo miró a los ojos, asustada mientras se tocaba sus labios hinchados y trataba de calmar su agitado corazón.

David la miró apenado, era un tonto, no debió dejarse llevar por su instinto, Luna aún no estaba lista y tenía que comprenderla.

—Lo siento David... —bajó la mirada, avergonzada.

Estaba segura de lo que sentía por él, lo amaba como a nadie y claro que quería entregarse en cuerpo y alma, no obstante, también esperaba que la entendiera. Quería algo especial, no solo un tonto impulso.

David besó su cien y asintió comprensible, esperaría lo que fuera necesario, pero ahora que se casaría con otro lo que menos tenían era tiempo.

El solo hecho de imaginar a su chica con otro hombre le quemaba por dentro las entrañas, tenía que hacer algo para evitarlo y no le costó mucho llegar a una sola conclusión. Miró a su novia y pegó su frente con la suya y respiró profundamente, solo esperaba que ella aceptara su propuesta, porque era lo único que tenía para ofrecerle.

—Escápate conmigo —susurró sin despegar sus frentes—. Te llevaré a donde sea, te pondré a salvo y podremos estar juntos como siempre hemos querido.

Luna sonrió al escucharlo, tenía que admitir que también pensó en esa posibilidad, le dio muchas vueltas a la idea, pero no se atrevía a decir sus pensamientos. No sabía, hasta dónde sería capaz de llegar David por su amor y no se equivocó cuando supuso que él sería capaz de todo.

Su corazón se extendió de felicidad y besó a su novio con emoción.

—Iremos a Riverside, ahí podemos empezar de nuevo, yo buscaré un trabajo y... —La azabache lo besó sin permitir que terminara de hablar, no le importaba donde la llevara, siempre y cuando estuvieran juntos y muy lejos del hombre con quien trataban de cazarla.

Se abrazaron de nuevo mientras David le susurraba al oído cuanto la amaba y Luna le regresó el gesto con promesas de amor.

Todo estaba planeado, en tres días escaparían a Riverside donde por fin serían libres y muy felices. Donde empezarían una vida nueva, solo ellos dos.

Su madre la miró indiferente y hasta un poco exasperada mientras su padre le pedía perdón por el cruel acto que estaba a punto de cometer.

A Camil no le importaron sus súplicas, ni lágrimas, ni lo mucho que su pobre hija estaba sufriendo. No le importaba en absoluto, ya que solo pensaban en el bien de la familia y que se casara con el importante empresario, era la única solución para sus problemas.

—Por favor, no me hagas esto —suplicó una última vez mientras estaba en el suelo, vestida de blanco.

Tenía la esperanza de que su madre se apiadara de ella y no la obligara a juntar su vida con aquel hombre, pero de nuevo pedía mucho de ella.

Camil desvió la mirada, nada de lo que dijera iba a cambiar el hecho de que ese día se casaría, tuvo mucha suerte al escuchar lo que su hija y David estaban planeando mientras hablaban por teléfono.

Ese mismo día huirían y no lo podía permitir. Sobre su cadáver permitiría que su única hija echara a perder su vida por un hombre así. Ahora todo estaba perdido, Luna estaba condenada a permanecer con un hombre que no amaba y que ni siquiera conocía.

—Vamos niña, arruinarás tu maquillaje. —La jaló de la mano para que se pusiera de pie y la miró fría, parecía como si ella no fuera su madre. No podía creer que su sufrimiento no le causará nada. Limpió sus lágrimas a regañadientes y la miró con desprecio—. ¿Crees que iba a permitir que te escaparas con ese don nadie? Hija, eres muy estúpida. —A ella solo le importaba el dinero, la distinción que podría ofrecerle y lo que los demás pensaran de ello.

—Yo no amo a ese hombre —dijo entre llantos.

—Aprenderás hacerlo. —respondió con desdén —Ven, arreglaré el desastre de tu rostro.

Después de maquillarla de nuevo, fue guiada hasta el jardín donde sus padres, el juez y su futuro esposo esperaban por ella. Había llegado la hora. Al final del altar divisó al hombre que se convertiría en la persona que más odiara en el mundo, ese que le había arrebatado todo junto a su madre. Caminó firme, pero temerosa hasta él, lo miró por primera vez y pasó por alto su atractivo porque realmente eso no le interesaba.

Ahora estaría atada a una persona sin escrúpulos que solo le importaba sus deseos y su sola satisfacción, no creía que hubiera otro motivo por el cual la obligara a casarse con él. ¿Amor? Ni siquiera se conocían.

—¿Por qué está llorando? —Farit la miró preocupado. Luna era hermosa, no había duda, pero su semblante triste lo descolocó, se suponía que sabía del trato, pero no respondió y ni siquiera lo miró.

—Está sensible por la boda —Camila mintió y tomó del brazo a su hija, sonriendo fingidamente para que Farit no sospechara nada antes de la boda. Luna siguió sin decir nada, ¿tenía algún caso hacerlo? Sabía que no. Tampoco era como si creyera que al hombre le importara como se sentía. No debía importarle nadie, estaba casi segura.

Durante la ceremonia, se mantuvo con la vista baja mientras lloraba de nuevo, desconsolada, mojó su vestido blanco. Sin embargo, no le importó al imaginar que en ese momento David debía estar esperando por ella en la estación del tren.

Le dolía en el alma haber roto su promesa, romperle el corazón a la persona que menos culpa tenía de todo esto. Al chico bueno que le ofreció todo de sí. No había nada que deseara más que estar a su lado y eso jamás iba a pasar.

Cuando escuchó dictar al Juez "Los declaro marido y mujer" en ese momento supo que su tortura ni siquiera había empezado. Farit la tomó con decisión de la cintura y la besó, pero se separó apenas sintió el rechazo de su ahora esposa.

—¿Qué pasa Luna? —le preguntó intrigado, pero antes de que pudiera responder, Camil llegó a ellos interrumpiendo la plática. No le convenía que Farit supiera la verdad. Aún no.

El banquete no fue mucho mejor, Luna seguía cabizbaja, contemplando la clase de vida que tendría desde ahora y solo se vio envuelta en un destino miserable y con desdicha, sin amor. Farit estaba convencido de que su matrimonio sería prospero si ambos ponían de su parte. Sabía que no había sido la mejor manera de unir sus vidas, no obstante cuando Camil le puso a su hija en bandeja de plata no pudo negarse ante el ofrecimiento.

Luna miró la gran residencia de la que su esposo era dueño. No había querido hablar en el auto y ahora que estaban en la recámara, menos. Farit lo atribuía al nerviosismo, casarse sin conocerse era complicado, pero si los dos se gustaban como se lo hicieron creer todo iría bien. Se alistó para la noche de bodas. Mentiría si dijera que no estaba impaciente, su sueño hecho realidad estaba ahí, frente a él.

Sus expectativas eran altas y esperaba que las de ella también, pero cuando Luna se exaltó apenas tocó su hombro y lo miró con sus ojos aterrados, se descolocó. Ella no quería esto, no quería entregarse a un hombre sin amor, entonces Farit lo entendió, demasiado tarde para su suerte.

—¿Te obligaron a casarte conmigo? —Luna mordió su labio, soltó unas lágrimas y asintió. No pensaba que él no supiera del engaño, pero su rostro decepcionado le expresaba que así era.

El semblante de Farit cambió de la decepción al enojo, necesitaba una explicación y solo una persona podía dársela. Se vistió, tomó a Luna del brazo y la subió al auto rumbo a su casa. Durante el camino la chica seguía llorando, no entendía como esto había podido pasar.

Al llegar, Camil miró molesta a su hija por arruinar todo, Farit les expresó lo que había ocurrido exigiendo una explicación.

—¿Cuándo planeaban decírmelo? Estaba a punto de cometer una locura sin su consentimiento —manifestó de forma furiosa. Lo que más le molestaba era la mentira, el engaño era algo que no podía perdonar—. Mañana mismo tramitaré el divorcio, no puedo hacer que alguien se case conmigo a la fuerza, así sea tan hermosa como su hija. —Estaba dispuesto a salir de esa casa sin Luna, pero la mano de Camil lo detuvo.

—Si deshace el matrimonio, la ayuda que nos prometió... —Farit la miró con desprecio al darse cuenta de que ese era el verdadero objetivo de todo esto y que solo había usado a Luna.

Desvió la mirada hacia el señor Sandoval, quien se mantuvo en silencio por la vergüenza que sentía, y no con él o su esposa, sino con su propia hija. Ella no se merecía cargar con sus problemas, no era justo.

—El trato está roto. —El señor Sandoval se mantuvo firme, sabía que conllevaría esa decisión, terminarían de embargar la casa y todos sus bienes. Se quedarían en la calle, literalmente y Luna estaba muy consciente de eso.

Su papá podría recaer de nuevo por su enfermedad, el doctor les había advertido que no podía tener más preocupaciones. No quería verlo de nuevo postrado sobre una cama.

—Espera... Farit...

Todas las miradas se posaron en ella. Aún con lágrimas en los ojos se paró firme y se dirigió a su hora esposo. No podía permitir que su padre perdiera todo. Había tomado una decisión que cambiaría su vida para siempre, pero no le importaba porque si ella se podía sacrificar, lo haría por su familia.

—Siempre estuve de acuerdo con la boda, solo me asusté cuando usted... ya sabe... no lo conozco y preferiría que avanzáramos más despacio.

Farit estaba seguro de que mentía, Luna quería salvar la empresa de su padre y aunque, no fuera el tipo de hombre que tomara algo a la fuerza, tenía que admitir que aquella chica lo tenía enamorado.

Desde la primera vez que la conoció en una reunión de sociedad quedó encantado con ella y es que sus ojos color azul, sus labios carnosos y esa anatomía que a cualquier hombre volvería loco lo había cautivado duramente.

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