Benditos tacones, bendito vestido y bendita sea la hora en la que me decidí a salir. Llegando a la discoteca, me llama Gael, mi marido.—¿Diga? —¿Por qué me dices «diga», si sabes perfectamente quién soy? —pregunta con su particular tonito.—Es la costumbre, Gael.Gael y yo llevamos tres años juntos, en realidad, llevaríamos cuatro de no ser porque hace tres años dejamos la relación durante seis meses. Tenemos un pequeño apartamento en la ciudad, nada de niños, ni perros, ni cariño… Sí, puede que estemos en crisis o pasando un «pequeño» bache, solo rezo porque lo superemos, él no era de esta manera, antes era diferente, pero desde hace cosa de unos pocos meses, se torció. Y encima, la rutina ha hecho que sea imprescindible en mi vida.—Bueno, a lo que iba —continúa ignorando—, mi hermano llega mañana, le hemos preparado la fiesta que te comenté, no hagas planes.—¿Para eso me llamas? —pregunto extrañada—. Podrías habérmelo dicho en casa.—No, para eso y para saber a qué hora vendrás.
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