La hora en la he quedado con Joan se acerca, y yo sigo dando vueltas en
el armario, sacando ropa como si estuviera tirando la casa por la ventana.—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte?Giro mi rostro y veo a la mosca cojonera de Enma, sentada en la cama,con los hombros hundidos y la boca haciendo una especie de «o», a la vezque resopla y pone los ojos en blanco. Niego con la cabeza y vuelvo a mitarea para encontrar algo decente.—Tienes vestidos fabulosos, caros hasta decir basta, y todavía no sabesqué ponerte… —reniega de nuevo.—¡Enma! —la regaño—. Sé que no lo entiendes, pero… pero…La contemplo durante unos segundos, quizás con miedo a decir lo queestoy pensando. Pero eso dura poco, cuando abre la boca y dice lo que no meatrevo:—Quieres estar guapa para él.Suelto el aire contenido y me siento en una desgastada silla que tengo enla habitación, con las manos cruzadas en mi regazo.—No séEl sonidito de una aparto estrepitoso me despierta. Abro los ojos conprecaución y, cuando consigo enfocarlos en las luces del techo, me doycuenta de que estoy en el hospital. Arrugo un poco el entrecejo cuando la luzme ciega y, seguidamente, intento ver a mi alrededor. Miro la camilla de allado y no hay, momento en el que suspiro sin saber por qué. Muevo mi rostroen la otra dirección, encontrándome con un Joan despatarrado en la pequeñasilla del hospital, sujetando como puede su escandaloso cuerpo.Intento incorporarme un poco y, de repente, los recuerdos vienen a mícomo un torrente de furia. Siento un gran pinchazo en la parte trasera de micabeza, momento en el que soy consciente del gran golpe que me he tenidoque dar. Contemplo el resto de mi cuerpo, observando que no hay nada másgrave.Me levanto de la cama sin dificultad, para dirigirme al cuarto de baño.Necesito mojarme la cara por lo menos.Antes
Dos semanas rechazando llamadas de Kylian, dos semanas en las que hetenido incluso que bloquearle en el WhatsApp. No quiero saber nada de él, nimucho menos contestarle a cualquier cosa que quiera decirme. Tras el pasode los días, un odio visceral ha ido creciendo a fuego lento en mí, sin poderevitar querer arrancarle hasta el último pelo de la cabeza, y la mejor manerapara evitarlo, sabiendo que iría a buscarme a mi piso en cualquier instante,fue venirme a la casa de Enma.—Dame el teléfono que le conteste yo a ese desgraciado.Dexter extiende su mano con ímpetu, a la misma vez que resopla como untoro, intentando coger el teléfono. Volvió hace una semana de Australia,dadas las circunstancias de su inminente despido por no complacer a laempresa, y desde su vuelta, todos hemos acampado en casa de Enma, como side un refugio se tratara.—Dexter, déjalo. No pienso contestarle. ¿Qué queréis del súper? —pregun
Abro un poco los ojos cuando noto algo húmedo en mi hombro. Me girolo suficiente como para poder verle, y recuerdo que no estoy sola: tanner llevatoda la noche conmigo. En mi misma cama… Enredado en mis mismassábanas. Sonrío como una idiota cuando coge mi brazo y me pone frente a él.—Buenos días —murmura besando mi mejilla.—Buenos días —contesto con una risita tonta cuando me toca el puntodébil.Agarra mi cadera y tira de ella hasta pegarla junto a él. Noto un enormebulto emerger, chocando contra mi vientre, y me es imposible no sentir cómoeste me pincha deseando que se pierda en mi interior. Pongo la palma de mimano sobre su duro torso y, acto seguido, le empujo hasta que cae en elcolchón con una mueca graciosa.Sin decir ni media palabra, me sumerjo entre las sábanas hasta quelocalizo con exactitud lo que tanto ansío en este momento. Paso mi mano condelicadeza arriba y abajo, mientras oigo cómo un ronco gemido sale de sugarganta. Posicion
Después de cuatro días interminables en el hospital, los médicos nosinforman de que no hay mejoría en el estado de Joan. Tras la puñaladarecibida por el ladrón que intentó llevarse mi maldito bolso, Joan cayó haciaatrás, propinándose un fuerte golpe en la cabeza, lo que hizo que quedarainconsciente y, de momento, no ha despertado.Entro en la habitación y miro a Silvana que se encuentra a su lado. Paultambién está con ella, cosa que, por lo menos, me da un leve respiro. Aunqueya he tenido unas veinte palabras mal sonantes con ella desde que llegó, nohe consentido marcharme del hospital.—No sé qué coño hace aquí —murmura cuando cierro la puerta.—Es su marido todavía, no lo olvides —le regaña Paul.—He traído unos cafés —informo.Paul lo coge con una sonrisa poco común en él, y Silvana me gira elrostro con suficiencia y soberbia. Se lo dejo encima de la mesita auxiliar y mepongo al lado de Joan.—¿Ha pasado el médico?—No, Katrina. Hace menos de diez minutos q
Un rato después llego al hospital, rezando para que Joan se hayadespertado. No puedo seguir viéndole tan frágil, tan indefenso. Corro por elpasillo y, antes de llegar al ascensor, me suena el móvil con un mensaje deErika.—Ha despertado. Mi madre se encuentra con él, acaba de pasar el médicoy parece que está mejorando con rapidez. ¡Ya le tenemos de vuelta!Finaliza con una carita sonriente, y eso hace que una amplia sonrisa seinstale en mis labios. Dejo el ascensor a un lado, y subo las escaleras decuatro en cuatro hasta que llego a su planta. Atravieso el pasillo a toda prisay, al llegar a la habitación, abro la puerta con tanta fuerza que choca en lapared.Joan y Silvana giran sus rostros hacia mí, y no puedo evitar derramar unpar de lágrimas que caen por mis mejillas, mojándolas.—¡Joan! —exclamo.Llego hasta él de un salto y me abalanzo encima de su cuerpo sin pensar.Un quejido sale de su gargan
Dos días después y, tras hacerle las mismas visitas a Joan, el cual semuestra más esquivo de lo normal conmigo, le dan el alta. Y Paul se empeñaen que tenemos que comer todos en su casa para celebrar su recuperación.Me sorprendo cuando me dice que lleve a Enma, a la que ha visto dos vecescontadas, y agradezco ese gesto dadas las circunstancias que habitualmenteme encuentro en su casa; entre Susan y Silvana.—Dame esos zapatos, venga, que no tenemos todo el día.—Ahora los recojo yo —contesta huraño.Sin prestar demasiada atención a la charla de tira y afloja que tienenambos, me dedico a coger las cosas del cuarto de baño, pasandodesapercibida para ellos. Me veo obligada a detenerme cuando el malestar detodas las mañanas se hace con mi estómago. Apoyo las manos en el filo dellavabo y respiro profundamente para después mojar un poco mi cara,momento en el que la puerta del baño se abre y me recompongo como si no
Siento cómo me arden las mejillas de la impotencia por no poder estampar a Silvana, y a la misma vez, noto que mis manos comienzan a sudar por lo que acaba de decir Joan. Todos me miran estupefactos, excepto Enma. —¿Está embarazada? —pregunta Silvana con horror. Joan suspira y da varios pasos hacia los lados, intentando calmarse. Yo, en mi caso, no me muevo del sitio. —Todo esto… —murmuro con un hilo de voz—. Todo esto ha sido un rastrero plan, ¿tuyo? —La observo sin pestañear. Silvana achica los ojos con ganas de asesinarme. —¿Te das cuenta de lo que has hecho? —pregunta ella mirando a Joan, el mismo al que, por lo que veo, la situación le está superando—. ¿Piensas criar a un niño de esa? —Me señala con desprecio—. Y, si luego resulta que es un bastardo como él —ahora señala a Kylian—, ¿lo cuidarás también? ¡¡Has perdido el juicio, Joan!! —¡¡¡La única que ha perdido el juicio has sido tú!!! —ruge con todas s
—Ahora vuelvo.Avanzo hacia ella con decisión, después de darme cuenta de que Kylianestá inmerso en pagar la cuenta junto al camarero. Está de espaldas y esimposible que me vea, por lo tanto, continúo con mi marcha firme eimplacable. Ahora, me toca a mí.El chico con el que está alza la vista para mirarme cuando estoyjustamente detrás de Ross, esta se calla y se gira con una sonrisadeslumbrante para ver quién ha robado la atención de su acompañante. Cruzomis brazos a la altura del pecho, y mi rostro se tiñe de ira. Apoya su mano enel respaldo de la silla, pudiendo ver cómo traga saliva con dificultad.—Hola, Ross —la saludo con malicia.No contesta, se dedica a escrutarme con sus ojos perdidos y llenos demiedo, es tan evidente que casi puedo olerlo.—¿Está casado? —Paso mis ojos al chico—. O, ¿quizás tienes novia?—¿Perdona? —pregunta él sin entender nada.—Ross, ¿por qué no le cuentas tú lo experta q