—¡Jodida mierda! —exclamé colgando y guardando elteléfono en el bolsillo.Justo lo que necesitaba ahora mismo, más líos, másproblemas que no podía resolver. Sabía que Uma iba adarme problemas, pero no sabía que íbamos a llegar a esto.Pero dejé eso a un lado y entrecerrando los ojos busqué alhombre que había visto hace poco entrar.El Tigre era su apodo y nunca pudo entender por qué. Eraun hombre bajo, delgado y con una barba que le hacía versecomo uno de los siete enanitos. A pesar de vivir en el peorde los barrios, de que sus amigos eran la escoria de lasociedad, él era un buen hombre.En el interior, muy bien oculto de los ojos de los demáshabía un corazón listo para ayudar cada vez que tenía laposibilidad. Esperaba que hoy la tenía.Lo miré mientras intentaba conquistar a una mujer rubiay no pude evitar sonreír cuando ella lo rechazó. Pero él norenunció, lo intentó con otra y otra ha
Lo sabía.Lo sentía en cada célula de mi cuerpo.Lo soñé la noche anterior.¡Dios!Iba a pasar de nuevo, alguien querido iba a morir y nohabía nada que podía hacer para impedirlo. Liv. Ian. Olivia.Liz. Sarah. Uno de ellos o todos.Días atrás Ian se marchó para conseguir informaciónsobre los Sanders, me asusté para que mentir y decir queno me preocupé por él en cada momento. Me asustépensando que podría pasarle algo, que podría pasarme a mialgo sin él. No sé cómo o cuándo, pero Ian era misalvavidas, no podía estar sin él.Fueron solo tres días sin él, días en que estuve muy bienacompañada.Liz apareció de la nada, aunque no era exactamente de lanada. Era culpa de ese hombre terco que por lo vistocontinuaba tratando a Liz de la misma manera. Conindiferencia y eso la volvía loca. Ella estaba a punto derenunciar, creo que lo hubiera hecho hace mucho, elproblema es que es muy
Temblaba.Sabía que todo iba a salir bien, pero eso no me impedíatemblar. Subí las escaleras del juzgado agarrando confuerza la mano de Ian. Había tenido mucho cuidado por lamañana cuando me vestía, había elegido un vestido negro,ajustado y elegante. Zapatos con tacones altos y alrededorde mi cuello las perlas de mi abuela que las heredó mimadre y luego yo, que en algún momento heredará Liv. Elcabello suelto caía en ondas brillando después de todo eltiempo que pasé en el espejo peinándome.Ian, era la pareja perfecta a mi lado con su traje negro ycamisa blanca.Era guapo y cuando iba tan serio como ahora, con esamirada intensa que todos que se nos cruzaban se alejabande nuestro camino, me entraban ganas de tirarme a susbrazos y besarlo. Y otras cosas.Él no sabía lo que había planeado con Isabella, no hubomanera de encontrar un momento a solas o un lugar dondepoder hablar sin miedo.Ayer por la tarde no tuvimos un momento de paz, sufamilia era ruidos
—¡Joder! ¡Ava! —grité.—Por Dios, Isabella, recuerdas que estamos en unhospital, ¿no? —espetó Ava entrando en mi oficina.—¿Tú no tenías que investigar el asunto de Sam?—Peters, el chico nuevo está en ello.—Pues Peters está haciendo un trabajo de mierda —dijevolviendo el portátil hacia ella.Ava maldijo al ver el video del secuestro de Sam.—¿White?—Ahora lo traen, herida de bala en el abdomen, pero estáconsciente. Al menos lo estaba al principio. Tuvieron quesedarle porque quería ir y rescatar a Sam.—Ya voy yo —dijo Ava.—Ava —la llamé cuando estaba a punto de abrir la puerta—. Quiero que paguen, ¿me entiendes?—¿No lo hacen siempre?—Estoy harta, Ava, harta de esos hombres que piensanque pueden secuestrar a una mujer a plena luz del día ynadie moverá un dedo. Quiero un ejemplo, quiero un castigoejemplar para ellos y para todas esas mierdas de reporterosque grabaron y ni
¡No, de nuevo no!No tenía que abrir los ojos para saber que estaba enproblemas. Recordaba muy bien lo que había pasado, cadadetalle desde que me detuve en las escaleras.¿Por qué lo hice?A lo mejor nos hubiera dado tiempo a llegar al coche,subir y marcharnos antes de la llegada de los hombres. Ianno estaría muerto.Ian. Mi Ian.Muerto y a pesar de todos mis esfuerzos de no dejar anadie entrar en mi corazón, él lo había conseguido y ahorasu muerte dolía. Y dolía igual que lo hizo cuando perdí a mispadres, incluso más ya que él murió por mi culpa.Él estaba ahí por mí, por acompañarme.Él tomó una bala por protegerme.¿De quién es la culpa si no mía?Ni siquiera pude mirarle a la cara por última vez, nisiquiera pude tocarlo.¡Dios!¿Por qué?Quería seguir sintiendo pena por mí misma, tristeza porél, culparme por la muerte de Ian, quería hacer lo que seapara no tene
Esto era una mierda. No, era un infierno, un lugarhabitado por los peores hombres de la humanidad.Era después de la audiencia en el tribunal donde tuve quesentarme detrás de Sam y ver a ese juez listo para quitarlela custodia. Ese juez era un pedazo de mierda y no era soloun presentimiento, se convirtió en realidad cuando en elmedio de la audiencia llegó el FBI para arrestarlo.La jueza que lo reemplazó era correcta y eso me hizosentir mal cuando decidió que los Sanders no tenían razónpara pedir la custodia. No sé qué hizo Sam o cómo lo hizo,pero esa prueba de ADN que aseguraba que Fred Sandersno era el padre de Liv era falsa.Era después de que Sam me miró como si la hubieratraicionado de la peor manera. Sí, sabía que en la web habíavideos con Sam, lo sabía y no se lo había dicho. No habíaencontrado ni el momento ni la manera oportuna parahacerlo.El domingo fue una verdadera locura,
Benditos tacones, bendito vestido y bendita sea la hora en la que me decidí a salir. Llegando a la discoteca, me llama Gael, mi marido.—¿Diga? —¿Por qué me dices «diga», si sabes perfectamente quién soy? —pregunta con su particular tonito.—Es la costumbre, Gael.Gael y yo llevamos tres años juntos, en realidad, llevaríamos cuatro de no ser porque hace tres años dejamos la relación durante seis meses. Tenemos un pequeño apartamento en la ciudad, nada de niños, ni perros, ni cariño… Sí, puede que estemos en crisis o pasando un «pequeño» bache, solo rezo porque lo superemos, él no era de esta manera, antes era diferente, pero desde hace cosa de unos pocos meses, se torció. Y encima, la rutina ha hecho que sea imprescindible en mi vida.—Bueno, a lo que iba —continúa ignorando—, mi hermano llega mañana, le hemos preparado la fiesta que te comenté, no hagas planes.—¿Para eso me llamas? —pregunto extrañada—. Podrías habérmelo dicho en casa.—No, para eso y para saber a qué hora vendrás.
—¿Que te ha dicho qué? —Pues eso, Ema, que no quiere que salga sin él. —Miro hacia el techo. —¿En serio? —pregunta sin poder creérselo. —Y tan en serio. Coloco delante de mí un vestido morado de raso con escote de pico, que está colgado en una percha. No tiene ningún adorno y a simple vista se ve un poco soso. Lo aparto y coloco otro de color crema con azul en la parte derecha. Haciendo una especie de estrella hasta la cintura. Tiene una sola manga, el otro hombro va completamente al descubierto. —¿Y vas a hacerle caso? —Ya le he dicho que sí —contesto como si nada, poniéndome ambos vestidos frente al espejo, la miro—. ¿Cuál me pongo? —El crema es más bonito, además es mediodía. Y con este recogido que quieres hacerte —dice señalándome la revista de moda—, estoy segura de que irás espectacular. Me pongo el vestido y termino de arreglarme mientras Ema me hace el recogido que vimos. Saco un pequeño adorno de la caja plateada que Gael trajo el otro día y, casualmente, tiene toqu