—Ho… hola —tartamudeo sin poder evitarlo.Solo me da tiempo a mirar su cara y empiezo a palidecer por segundos.Esos ojos azules como prados…No puede ser.Me levanto de golpe de mi sitio y me alejo unos pasos involuntariamente.—¿Te he asustado? —pregunta levantándose de su asiento.—No —contesto demasiado deprisa.Me observa sin menear ni una sola pestaña; mis ojos no se apartan de lossuyos. Intento evitarlo, pero me es imposible, estoy petrificada. Noto cómouna mano se posa en mi cadera y ruge con fuerza:—¿Algún problema?Gaem.—Ninguno, hermanito —contesta karla con sarcasmo.Y es entonces cuando me tambaleo y tengo que agarrar la mano que gaeltiene en mi cadera. Es su hermano, su hermano…—¿Te encuentras bien? —pregunta mi marido al ver un movimientoextraño en mí.—Sí, necesito ir un momento al servicio.Me disculpo y, cabizbaja, salgo a toda prisa de allí, dejándolos a los dosmirándose como auténticos enemigos. Entro en el primer aseo que encuentroa mi pa
Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida depunta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡Ja! Eso es lo que quisierais vosotras —contesta con chulería.—En
Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida depunta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡
Me despierto cuando unos tenues rayos de sol entran por mi ventana, miromi despertador y veo que son las ocho de la mañana, apenas he dormido unahora y media.Contemplo mi rostro en el espejo. Tengo ojeras, el maquillaje estárestregado por toda mi cara, mis ojos están cansados…: un desastre. Miro miteléfono móvil, en busca de una llamada, de algo, por parte de Joan, y noencuentro nada. Miro su última conexión; las siete de la mañana.Mi cuerpo se paraliza como si me acabaran de tirar un jarro de agua fría.Kylian. Viene tan rápido a mi mente, que no me da tiempo a apartar esepensamiento de mi cabeza. Recuerdo lo que me ha hecho hace apenas treshoras y mi corazón se paraliza.—No puede ser…Me llevo las manos a la cabeza y niego en repetidas ocasiones, ¿cómo hapodido pasarme esto a mí? Pienso y pienso en cómo solucionar esteescamoso asunto y no llego a ninguna conclusión. Llaman al timbre de miaparta
Las nueve menos cinco.Miro la moderna fachada de mi anterior «hogar», bajo la vista hasta mireloj, y saco las llaves del bolso. Abro el portal y sigilosamente entro en elascensor hasta llegar a mi planta. Sí, ha llegado. El olor a su perfume caro meenvuelve y asquea a la misma vez, no soporto a esta mujer. Meto la llave enel bombín y la giro, haciendo que la cerradura haga un leve chasquido alabrirse.Veo que está sentada en la mesa del salón comedor con las piernascruzadas. Lleva un traje chaqueta en un blanco impoluto, tamborilea la mesacon sus perfectas y cuidadas uñas, no hay cosa que me dé más rabia que esegestito, no se molesta ni en mirarme, sabe de sobra que he llegado. No hesido demasiado sigilosa que digamos, o mi antigua puerta no lo es, mejordicho.—Siéntate —ordena.Mal empezamos, y eso que acabo de llegar.—En todo caso, será siéntate, por favor.Me observa de reojo y una sonrisa
La hora en la he quedado con Joan se acerca, y yo sigo dando vueltas enel armario, sacando ropa como si estuviera tirando la casa por la ventana.—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte?Giro mi rostro y veo a la mosca cojonera de Enma, sentada en la cama,con los hombros hundidos y la boca haciendo una especie de «o», a la vezque resopla y pone los ojos en blanco. Niego con la cabeza y vuelvo a mitarea para encontrar algo decente.—Tienes vestidos fabulosos, caros hasta decir basta, y todavía no sabesqué ponerte… —reniega de nuevo.—¡Enma! —la regaño—. Sé que no lo entiendes, pero… pero…La contemplo durante unos segundos, quizás con miedo a decir lo queestoy pensando. Pero eso dura poco, cuando abre la boca y dice lo que no meatrevo:—Quieres estar guapa para él.Suelto el aire contenido y me siento en una desgastada silla que tengo enla habitación, con las manos cruzadas en mi regazo.—No sé
El sonidito de una aparto estrepitoso me despierta. Abro los ojos conprecaución y, cuando consigo enfocarlos en las luces del techo, me doycuenta de que estoy en el hospital. Arrugo un poco el entrecejo cuando la luzme ciega y, seguidamente, intento ver a mi alrededor. Miro la camilla de allado y no hay, momento en el que suspiro sin saber por qué. Muevo mi rostroen la otra dirección, encontrándome con un Joan despatarrado en la pequeñasilla del hospital, sujetando como puede su escandaloso cuerpo.Intento incorporarme un poco y, de repente, los recuerdos vienen a mícomo un torrente de furia. Siento un gran pinchazo en la parte trasera de micabeza, momento en el que soy consciente del gran golpe que me he tenidoque dar. Contemplo el resto de mi cuerpo, observando que no hay nada másgrave.Me levanto de la cama sin dificultad, para dirigirme al cuarto de baño.Necesito mojarme la cara por lo menos.Antes
Dos semanas rechazando llamadas de Kylian, dos semanas en las que hetenido incluso que bloquearle en el WhatsApp. No quiero saber nada de él, nimucho menos contestarle a cualquier cosa que quiera decirme. Tras el pasode los días, un odio visceral ha ido creciendo a fuego lento en mí, sin poderevitar querer arrancarle hasta el último pelo de la cabeza, y la mejor manerapara evitarlo, sabiendo que iría a buscarme a mi piso en cualquier instante,fue venirme a la casa de Enma.—Dame el teléfono que le conteste yo a ese desgraciado.Dexter extiende su mano con ímpetu, a la misma vez que resopla como untoro, intentando coger el teléfono. Volvió hace una semana de Australia,dadas las circunstancias de su inminente despido por no complacer a laempresa, y desde su vuelta, todos hemos acampado en casa de Enma, como side un refugio se tratara.—Dexter, déjalo. No pienso contestarle. ¿Qué queréis del súper? —pregun