—Ho… hola —tartamudeo sin poder evitarlo.
Solo me da tiempo a mirar su cara y empiezo a palidecer por segundos.Esos ojos azules como prados…No puede ser.Me levanto de golpe de mi sitio y me alejo unos pasos involuntariamente.—¿Te he asustado? —pregunta levantándose de su asiento.—No —contesto demasiado deprisa.Me observa sin menear ni una sola pestaña; mis ojos no se apartan de los suyos. Intento evitarlo, pero me es imposible, estoy petrificada. Noto cómouna mano se posa en mi cadera y ruge con fuerza:—¿Algún problema?Gaem.—Ninguno, hermanito —contesta karla con sarcasmo.Y es entonces cuando me tambaleo y tengo que agarrar la mano que gael tiene en mi cadera. Es su hermano, su hermano…—¿Te encuentras bien? —pregunta mi marido al ver un movimientoextraño en mí.—Sí, necesito ir un momento al servicio.Me disculpo y, cabizbaja, salgo a toda prisa de allí, dejándolos a los dos mirándose como auténticos enemigos. Entro en el primer aseo que encuentroa mi paso y abro el grifo.—Esto no me puede estar pasando —susurro para mí misma.Mojo mi nuca, mi cara, mi frente. Dios mío santl, ¡estoy temblando! ¿Cómopuede ser que estas casualidades existan? ¡Con lo grande que es el mundo!Cuando volví con gael, nos sinceramos por completo. Él me dijo que había estado con más mujeres y yo le dije que había estado con un hombre,pero nunca pude decirle con quién, puesto que ni yo misma lo sabía, pero, ahora... ¿Cómo puedo mirar a su hermano? O mejor dicho, ¿cómo puedomirarle a él?Salgo del aseo a toda prisa y, sin querer, me topo con mi suegra, ¡qué bien!—¡Uy, mi querida! ¿A dónde vas tan rápido? —pregunta extrañada.Y cada vez que sus labios pronuncian la palabra «querida», todo el vellode mi cuerpo se pone de punta.—Perdone, señora jimenez, no me he dado cuenta.—No pasa nada, ¿dónde está mi hijo?—Fuera, con... —dudo sobre cómo llamarle— con karla.La mujer arquea una ceja extrañada y pone mala cara seguidamente.—¿Y se puede saber qué hace con ese malvado?—Señora jimenez, no lo sé, pero creo que no debería de hablar así de su...—De mi nada —sentencia—, ¿me vas a decir tú cómo tengo que hablarde él? —Da un paso hacia mí.—No, claro que no, no pretendía...—Mejor —me corta.Se da la vuelta y se gira sin decirme ni una sola palabra más, pero si las miradas matarán..., yo estaría muerta ya. Salgo de nuevo al gran salón, donde la gente ríe sin parar. Me fijo en el reloj de diamantes, solo son las dos de la tarde, no tengo hambre ni ganas de nada. Solo de marcharme.—¿Estás bien? —pregunta gael apareciendo ante mí.—Sí.—¿Te ha hecho algo karla?—No.Me observa de manera extraña, pero no dice nada más. Veo cómo el señor Jimenez se sube en las escaleras principales con una copa de champán en lamano. Da un par de toquecitos para que todo el mundo le preste atención y, seguidamente, cuando la gente se ha callado, hace un gesto con la mano paraque su hijo karla suba con él.—Muchas gracias por estar en este día con todos nosotros. Solo quiero decir dos palabras, no los aburriré. —La gente se ríe y no sé dónde le ven lagracia—. Como todos sabéis, mi hijo karla ha regresado de nueva York. Y esta comida es por y para él. Muchas gracias, hijo, por hacernos el honor dedejarte ver de vez en cuando.Le aprieta uno de los hombros en señal de cariño y le sonríe de una manera un tanto especial. Noto cómo gael se pone tenso a mi lado y su cara se torna roja por segundos. Le aprieto la mano y me mira. Le sonrío de medio lado, y la contestación que recibo por su parte es la de apartar su mano, mirarme mal y salir como el humo del salón. Lo contemplo mientras se aleja y las gemelas aparecen a mi lado.—No lo soporta, no se lo tomes en cuenta —comenta mary.—Ya veo.—La verdad es que más bueno no podría estar, me dan ganas de tirármelo ahí mismo —dice de repente santy.—¡Santy! —le regaña mary y me tengo que reír.—¿Te ríes? ¿Acaso tú no te lo tiraría? —pregunta con malicia.—Pues no —contesto rápidamente—, para eso tengo a tu hermano, ¿no crees?Sonríe satisfactoriamente.—Creo que nos vamos a llevar mejor... —Sonríe de manera despectiva—.He visto que no te ha quitado ojo desde que has llegado.—¿Quién? —pregunto de nuevo, al ver que mary no intercede en la conversación tan incómoda que estamos teniendo.—karla, ¿de quién estamos hablando?Elevo mi cabeza un poco, como contestando que me da igual, y ella vuelve su mirada a los dos hombres que están en las escaleras. Cuando eldiscurso termina, nos dirigimos a las mesas que han preparado en el jardín y,casualmente, me toca sentarme en medio de Joan y karla.El adonis de ojos azules y cuerpo de infarto llega y sonríe al ver el sitio libre. Gael le lanza una mirada asesina mientras corta su bistec de ternera: labatalla de pullitas entre ambos comienza.—Bonito discurso de bienvenida.—Gracias, quizás me ha faltado el tuyo —apostilla el hermanastro.—Ajá... La verdad es que no me apetecía —contesta gael mirándole retador.—No te preocupes, creo que ha sido más que suficiente.—Ya veo, después de tres años, es todo un detalle por parte de mi padre.¿Cómo es que te has dignado a aparecer por aquí?Karla corta su filete tranquilamente, se mete un trozo en la boca y, después de masticarlo, tragarlo y beber un sorbo de vino, se decide acontestar:—No sé, puede que te echara de menos. —Sonríe con malicia.—Yo no te he echado de menos —contesta tajante.—¡Vaya, vaya! Qué sorpresa. No te preocupes, me encanta saber que me tienes tanto amor.Después de un incómodo silencio, karla vuelve al ataque y, esta vez, el centro de atención soy yo.—Y, dime, ¿cómo se llama tu preciosa mujer? Porque tengo entendido, por el anillo de diamantes plata que lleva y los comentarios de la gente, que estáis casados, ¿me equivoco? —pregunta mirándome.No contesto, ni siquiera me da tiempo.—Sí, es mi mujer. ¿Acaso no te gusta? —ironiza.—He de reconocer que la muchacha es atractiva, por cierto, tu cara me suena mucho, ¿te he visto alguna vez?Noto cómo mis mejillas se tornan rojas y el rubor me sube hasta la frente.No, no, no, no me puede estar pasando esto a mí.—Lo dudo mucho. Adri no es una de esas mujeres que suelen irse acostando con cualquier tipo que encuentran a su paso, a lo que tú estásacostumbrado, claro.Ahora sí que se me quita el apetito del todo. Dios mío santo, si gael se enteraraalguna vez... Necesito salir de aquí ahora mismo o todo se irá al traste como karla siga por el mismo camino.—No, es cierto, no tiene cara.Gael le lanza una mirada más asesina todavía si cabe, y karla sonríe como un triunfador que acaba de conseguir un premio. Se acuerda de mí, de eso no cabe la menor duda.—¿Y qué has estado haciendo estos tres años, karla? —pregunta coqueta santy, que no ha perdido detalle de toda la conversación mientras meclavaba puñales con sus ojos azules.—He estado en nueva York como bien sabes.—Pero habrás estado trabajando o haciendo algo, ¿no? —vuelve a preguntar.—¿Y a ti que más te da a lo que se haya dedicado? —pregunta silvia molesta—. Termina de comer, se te va a enfriar. Bueno, hijo —se dirige a gael—, ¿cómo van las cosas en la sucursal? No me has contado nada desdehace días.De reojo puedo ver la mala cara de santy, y también una sonrisa pícara de karla. Sabe que silvia no puede verlo, y este detalle solo hace más que reafirmarlo. Paso lo que queda de comida en silencio, escuchando variasconversaciones sobre el mundo de la banca, como de costumbre. Cosa queme aburre como una ostra, pero no puedo hacer nada más, ya que mi maridoy su familia se dedican a eso. También puedo observar cómo hacen invisible a karla, y ese detalle me molesta bastante, sin tener por qué. Nunca me ha gustado que la gente con poder desplace a otras personas y, ahora mismo, misuegra y mi marido se llevan la palma.Me levanto del asiento para dirigirme a otro sitio y poder fumarme un cigarro tranquilamente, sin que nadie me esté diciendo que le molesta el humo, que no fume y me dé el sermón del quince sobre el tabaco. Gael meRecoge de la mano en cuanto me incorporo.—¿Dónde vas? No has comido nada.—No me apetece —observo su agarre—, voy a fumarme un cigarro.Pone los ojos en blanco y, cuando va a rechistar, su madre interviene:—gael, vamos a saludar a tus primos, acaban de llegar con su pequeña,no han podido venir antes, ¡míralos! —comenta entusiasmada.Por primera vez me alegro de que intervenga. Gael me suelta y, sin decir ni media palabra más, se va con su querida madre.Recojo mi bolso y me voy a una de las tumbonas que hay en la parte trasera de la casa, junto a la gran piscina olímpica, donde me encontraba antes. En laparte derecha tiene una amplia cabaña de madera oscura con barra y taburetes por fuera, estilo bar. Dentro de ella hay miles de bebidas alcohólicas,repartidas por todas las estanterías y unas pequeñas luces adornan el techo dela misma. En la parte derecha, donde yo me encuentro, hay una fila con diez tumbonas blancas de piel y en la parte derecha, unos sillones y mesas bajas de piel negra, estilo chill out, con unas cortinas alrededor de cada espacio encolor crema. El suelo que rodea la amplia zona es de madera oscura, como el color de la casita, y tiene peceras transparentes con luces incrustadas en su interior. Esta casa es una maravilla. Mi apartamento no se queda corto, pero no es lo mismo ni por asomo.Exhalo una calada de mi cigarrillo mientras pienso cómo el mundo puedeser tan pequeño. No habrá hombres... y me tengo que acostar con su hermano, o hermanastro, o como quiera llamarlo. ¡Esto es increíble!—¿Puedo sentarme?Me sobresalto al escuchar esa potente voz. Sin poder evitarlo me llevo la mano al pecho y doy un pequeño respingo.—Lo siento, no pretendía asustarte —se disculpa.—No te esperaba —confieso.—Me imagino.Se va a sentar en la tumbona de mi lado, pero antes de hacerlo, observa la tela azul de diseño que la cubre y mira la mía, que está echada hacia atrás.Arquea una ceja, mira las dos tumbonas, y después a mí. Tengo que reírme por su cara.—No quiero imaginarme qué haría... —Pienso en qué decir. ¿Su madrastra? ¿Silvia? ¿Mi suegra?—silvia —contesta por mí. Parece leerme el pensamiento.—Perdón, no sabía muy bien cómo llamarla, no por mí, sino por ti.Esto..., no sé si me estás entendiendo. —Me siento un poco avergonzada.—¿Después de la escenita de la comida? Te entiendo perfectamente.Me sonrojo.—Ya lo he visto —contesto mirando hacia el suelo.—No te preocupes, no es culpa tuya que la prepotencia exista en el mundo.—Ya. —Cambio de tema—. Pues eso, que no quiero ni imaginarme quéharía silvia si le cayera un poco de ceniza a su bonita decoración de tumbonas.—¡Esto es una chorrada! —asegura extendiéndola hacia atrás.—¿Fumas? —pregunto sin venir a cuento.—Claro, si no, ¿por qué crees que estoy aquí?Me avergüenzo de nuevo por haber hecho esa absurda pregunta. Pareceque estoy dando pie a la conversación que llevo todo el día intentando evitar.—No lo sé —contesto con un hilo de voz.—No te preocupes, no he venido a joderte la vida —añade con seriedad.—¿A mí? ¿Eso quiere decir que has venido a jodérsela a alguien?Me observa detenidamente, dándome la sensación de que está meditando su respuesta. Durante lo que parece una eternidad se queda callado, pero al final habla:—¿Cuánto tiempo llevas con gael?—Cuatro años.Asiente. Sé lo que está pensando. Miro el agua calmada de la piscinamientras doy una calada a mi cigarro intentando que me tranquilice.—No es lo que piensas. No le he sido infiel, nunca.—No te he preguntado eso.—Pero lo has pensado —ataco.Sonríe de una manera tan... especial y bonita, que un suspiro enorme salede mi boca sin darme cuenta. Noto el rubor de nuevo en mis mejillas al momento. No entiendo por qué produce esas sensaciones en mí con solomirarle.—¿Entonces?Giro mi rostro y le observo.—¿Por qué te interesa tanto? —pregunto alzando una ceja.—Simple curiosidad.—Estuvimos seis meses separados, dejamos la relación y después de..., bueno, de...—De acostarte conmigo —termina por mí sin titubear.Miro al frente, la situación me está resultando más incómoda de lo que pensaba en un principio. Omito la respuesta que me ha dado y continúotajantemente:—Volví con él y nos casamos al mes y medio —contesto con rapidez intentando evitar el tema.—te diste prisa.—Nos queremos, que no es lo mismo —le corrijo.—Ya veo.Nos quedamos de nuevo en silencio durante un rato, hasta que el sonido de la voz de pito de santy me saca de mi ensoñación.—¿Qué hacéis aquí solos? —pregunta con malicia.—Fumar —contesta karla enseñándole su cigarro.—¿Y ella? Yo no veo que esté fumando. —Se cruza de brazos.Esta mujer busca cualquier excusa, paso de ser el centro de atención.—Yo acabo de terminar y ya me iba. Te puedes quedar haciéndole compañía, santy —añado con desgana.—Sí, mejor será, porque tu marido anda buscándote, como se entere de que estás aquí, se va a enfadar y con razón.Asiento, miro a karla por última vez, y veo cómo me observa con atención antes de desaparecer por la esquina de la casa.Siento un cosquilleo en mi estómago según avanzo por la casa, intentado encontrar a gael. No entiendo la tranquilidad de karla al hablar sobre el tema, si es que a eso se le puede llamar hablar.—¿Dónde estabas? —pregunta gael enfadado cuando me ve.—Fumando, te lo he dicho antes.—Vámonos, mi padre ya me ha puesto de mal humor.—¿Y eso?—karla se suponía que solo venía para tres días y, ahora, resulta ser que va a quedarse más tiempo de lo normal. Encima tengo que cargar con él y enseñarle las cosas del negocio, y hacer como que somos una familia. ¡Estoes el colmo! Como siga por este camino, va a matar a mi madre de un disgusto —escupe de malas formas.—No parece mala persona, gael, no seas tan exagerado —comento mientras nos dirigimos hacia el coche.—Eso es porque todavía no le conoces bien.Me subo en el vehículo y, antes de desaparecer por la puerta, observo cómo karla se encuentra mirándonos fijamente desde la casa, no pierde detalle alguno. Menos mal que gael, no se da cuenta. El tiempo que esté aquí,estoy segura de que será infernal para esta familia, excepto para el señorJimenez, que, por lo que se ve, le adora.Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida depunta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡Ja! Eso es lo que quisierais vosotras —contesta con chulería.—En
Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida depunta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡
Me despierto cuando unos tenues rayos de sol entran por mi ventana, miromi despertador y veo que son las ocho de la mañana, apenas he dormido unahora y media.Contemplo mi rostro en el espejo. Tengo ojeras, el maquillaje estárestregado por toda mi cara, mis ojos están cansados…: un desastre. Miro miteléfono móvil, en busca de una llamada, de algo, por parte de Joan, y noencuentro nada. Miro su última conexión; las siete de la mañana.Mi cuerpo se paraliza como si me acabaran de tirar un jarro de agua fría.Kylian. Viene tan rápido a mi mente, que no me da tiempo a apartar esepensamiento de mi cabeza. Recuerdo lo que me ha hecho hace apenas treshoras y mi corazón se paraliza.—No puede ser…Me llevo las manos a la cabeza y niego en repetidas ocasiones, ¿cómo hapodido pasarme esto a mí? Pienso y pienso en cómo solucionar esteescamoso asunto y no llego a ninguna conclusión. Llaman al timbre de miaparta
Las nueve menos cinco.Miro la moderna fachada de mi anterior «hogar», bajo la vista hasta mireloj, y saco las llaves del bolso. Abro el portal y sigilosamente entro en elascensor hasta llegar a mi planta. Sí, ha llegado. El olor a su perfume caro meenvuelve y asquea a la misma vez, no soporto a esta mujer. Meto la llave enel bombín y la giro, haciendo que la cerradura haga un leve chasquido alabrirse.Veo que está sentada en la mesa del salón comedor con las piernascruzadas. Lleva un traje chaqueta en un blanco impoluto, tamborilea la mesacon sus perfectas y cuidadas uñas, no hay cosa que me dé más rabia que esegestito, no se molesta ni en mirarme, sabe de sobra que he llegado. No hesido demasiado sigilosa que digamos, o mi antigua puerta no lo es, mejordicho.—Siéntate —ordena.Mal empezamos, y eso que acabo de llegar.—En todo caso, será siéntate, por favor.Me observa de reojo y una sonrisa
La hora en la he quedado con Joan se acerca, y yo sigo dando vueltas enel armario, sacando ropa como si estuviera tirando la casa por la ventana.—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte?Giro mi rostro y veo a la mosca cojonera de Enma, sentada en la cama,con los hombros hundidos y la boca haciendo una especie de «o», a la vezque resopla y pone los ojos en blanco. Niego con la cabeza y vuelvo a mitarea para encontrar algo decente.—Tienes vestidos fabulosos, caros hasta decir basta, y todavía no sabesqué ponerte… —reniega de nuevo.—¡Enma! —la regaño—. Sé que no lo entiendes, pero… pero…La contemplo durante unos segundos, quizás con miedo a decir lo queestoy pensando. Pero eso dura poco, cuando abre la boca y dice lo que no meatrevo:—Quieres estar guapa para él.Suelto el aire contenido y me siento en una desgastada silla que tengo enla habitación, con las manos cruzadas en mi regazo.—No sé
El sonidito de una aparto estrepitoso me despierta. Abro los ojos conprecaución y, cuando consigo enfocarlos en las luces del techo, me doycuenta de que estoy en el hospital. Arrugo un poco el entrecejo cuando la luzme ciega y, seguidamente, intento ver a mi alrededor. Miro la camilla de allado y no hay, momento en el que suspiro sin saber por qué. Muevo mi rostroen la otra dirección, encontrándome con un Joan despatarrado en la pequeñasilla del hospital, sujetando como puede su escandaloso cuerpo.Intento incorporarme un poco y, de repente, los recuerdos vienen a mícomo un torrente de furia. Siento un gran pinchazo en la parte trasera de micabeza, momento en el que soy consciente del gran golpe que me he tenidoque dar. Contemplo el resto de mi cuerpo, observando que no hay nada másgrave.Me levanto de la cama sin dificultad, para dirigirme al cuarto de baño.Necesito mojarme la cara por lo menos.Antes
Dos semanas rechazando llamadas de Kylian, dos semanas en las que hetenido incluso que bloquearle en el WhatsApp. No quiero saber nada de él, nimucho menos contestarle a cualquier cosa que quiera decirme. Tras el pasode los días, un odio visceral ha ido creciendo a fuego lento en mí, sin poderevitar querer arrancarle hasta el último pelo de la cabeza, y la mejor manerapara evitarlo, sabiendo que iría a buscarme a mi piso en cualquier instante,fue venirme a la casa de Enma.—Dame el teléfono que le conteste yo a ese desgraciado.Dexter extiende su mano con ímpetu, a la misma vez que resopla como untoro, intentando coger el teléfono. Volvió hace una semana de Australia,dadas las circunstancias de su inminente despido por no complacer a laempresa, y desde su vuelta, todos hemos acampado en casa de Enma, como side un refugio se tratara.—Dexter, déjalo. No pienso contestarle. ¿Qué queréis del súper? —pregun
Abro un poco los ojos cuando noto algo húmedo en mi hombro. Me girolo suficiente como para poder verle, y recuerdo que no estoy sola: tanner llevatoda la noche conmigo. En mi misma cama… Enredado en mis mismassábanas. Sonrío como una idiota cuando coge mi brazo y me pone frente a él.—Buenos días —murmura besando mi mejilla.—Buenos días —contesto con una risita tonta cuando me toca el puntodébil.Agarra mi cadera y tira de ella hasta pegarla junto a él. Noto un enormebulto emerger, chocando contra mi vientre, y me es imposible no sentir cómoeste me pincha deseando que se pierda en mi interior. Pongo la palma de mimano sobre su duro torso y, acto seguido, le empujo hasta que cae en elcolchón con una mueca graciosa.Sin decir ni media palabra, me sumerjo entre las sábanas hasta quelocalizo con exactitud lo que tanto ansío en este momento. Paso mi mano condelicadeza arriba y abajo, mientras oigo cómo un ronco gemido sale de sugarganta. Posicion