Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida de
punta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡Ja! Eso es lo que quisierais vosotras —contesta con chulería.—Entonces, cuéntanoslo y así te podremos ayudar —le pido desesperadaen un último intento. No entiendo a qué viene tanto secretismo.Suspira, pone los ojos en blanco y, lentamente, asiente.—Está bien, ¿vamos a tomarnos un café?—Odio el café, mejor un chocolate calentito —respondo.—Bien, pues que sean tres chocolates —añade risueña, algo raro en ella.Entramos en la primera cafetería que vemos y nos sentamos. Enma deja elmontículo de bolsas que lleva en una de las sillas y cruza sus manos. Despuésde mirarnos a ambas, se aparta su melena rubia de la cara y nos observa consus profundos e hipnotizadores ojos azules. Abre un poco sus finos labiosrosados y se decide a hablar:—A ver, sé que no os lo he contado, pero... tengo un «amigo».—¿Un amigo? —preguntamos las dos a la vez.—Sí, le veo de vez en cuando y, bueno, es complicado. —Se mira las uñas.No sé por qué, pero me da la sensación de que para ella no es complicado.La manera, quizás, o el tono en el que lo cuenta.—¿Y por qué es complicado? —pregunto sin entenderla.Me mira con mala cara. Arqueo una ceja y resopla tumbándose un pocomás en la silla. El camarero llega y nos interrumpe la conversación, pordesgracia.—¿Qué desean?—¡Tres chocolates! —decimos Ross y yo demasiado alto.El pobre sale disparado, ya que se ha dado cuenta de que acaba deinterrumpir una conversación de mujeres. La instamos con la mirada para quenos lo cuente y esta, nos mira con cierto miedo. En el fondo, sé que es concariño, lo más seguro es que la situación, por la que está pasando, sea untanto agobiante. Enma tiene un carácter un tanto extraño que solo unos pocossabemos controlar.—Está casado.—¡Hala! —decimos a la vez, parece que hoy nos hemos puesto deacuerdo en hablar.—Sí, eso decía yo. Al principio no sé, me daba la sensación de que estabamal lo que hacía, pero me he dado cuenta de que le merezco y de que tengofuturo con él.—¿Está dispuesto a dejar a su mujer por ti? —pregunto—. Eso es algomuy importante.—No lo sé. Está enamorado de ella, y no sé hasta qué punto querrá o nosepararse.Resopla, de nuevo, pasándose las manos por la cara.—No tenía ni idea de que era algo así, ¿por qué no nos lo has contado?—Ross, no quería que pensarais mal de mí. No suelo ir saliendo conhombres que están casados, pero él es diferente.—¿Cómo se llama el individuo? —me intereso.—Eso qué más da —evita mi pregunta—, es alguien muy reconocido, ytiene pasta. —Ríe como una bruja—. Pero no quiero que os involucréis enesto, si su familia se entera…—¿Tiene hijos? —pregunta Ross.—Sí… —musita.Me levanto y le doy un abrazo que ella acepta con gusto. Ross hace lo mismo y nos quedamos un rato en silencio, asimilando lo que nos acaba de decir.—Tómatelo con calma y, sobre todo, habla con él. Si de verdad te gusta,déjale las cosas claras y no sufras. Y no olvides llamar a Dexter paracontárselo, mañana se marcha y cuando regrese, no quedará ciudad para quepuedas correr de él.Asiente, pero en el fondo sé que hay algo que no nos ha contado. Lo peorde todo esto es que no quiero que sufra, no quiero que le hagan más daño.Enma, con sus anteriores parejas, no ha tenido suerte, las dos más«duraderas» le fueron infieles, y es algo que ella misma no soporta, ni haríajamás. Aunque, ahora, esté siendo el segundo plato de otra persona.—Hablaré con él, ya os contaré —añade un poco triste.—Ya verás como todo sale bien —aprieto su mano—, vamos a bebernoseste chocolate y a buscar un picardías que haga que se le desencaje lamandíbula.Todas soltamos una ruidosa carcajada y hacemos que media cafetería nosmire. Salimos a la calle cuando terminamos, y recuerdo una cosa.—A la vuelta de esa calle —digo señalándola—, hay una tienda donde yome compro la lencería, a Joan le encanta todo lo que hay allí. —Sonrío alrecordar varios conjuntos que tengo en mi cajón.—¡Perfecto! —anuncia eufórica—. Vamos, vamos.Tira de mi mano y me alegro al saber que con ese detalle he conseguidosacarle una sonrisa. Al entrar en la tienda, la dependienta viene hacia nosotrasa toda prisa.—Buenos días, ¿puedo ayudarlas?—Hola, Jess —saludo a la chica que tengo habitualmente.—Hola, Katrina, no te había visto. —Me da un abrazo—. ¿Qué tal vatodo?—Bien, venimos buscando algo sumamente llamativo para mi amiga,¿qué nos puedes enseñar?Jess se pone manos a la obra y comienza a sacarle miles de picardías quequitan el hipo. Mientras Ross está en el probador con Enma, me dedico amirar la lencería de la tienda y de paso buscar algún conjunto más. Encuentrouno muy llamativo. Es negro transparente, con un escote de pico bordado porlíneas negras de raso y dos finas líneas con perlas a la altura del pecho. Laparte de atrás está descubierta y únicamente va atado por tres lazos: uno en el cuello, otro a la mitad de la espalda y otro por debajo del trasero. No deja lugar a la imaginación, pero me encanta.—Vas a matar a mi hermano.Me sobresalto al escuchar la profunda y sensual voz de Kylian detrás demí. Me giro un poco y lo veo con las manos en los bolsillos. Estácondenadamente guapo con esos pantalones vaqueros desgastados, ajustadosa sus fuertes piernas. Lleva un polo de manga larga de lo más informal encolor azul con cuello redondo. Me mira expectante, desvío mi vista por unossegundos a mi mano izquierda y veo cómo contempla el conjunto conatención. Lo dejo rápidamente.—¿Qué haces aquí?—Buena pregunta, ¿y tú?—Mirar lencería, obvio. Pero no creo que encuentres nada en una tiendaque es solo de mujeres.—A no ser que quiera hacer un regalo, ¿no?—Eso también. —Me siento un poco estúpida.—¿Tú qué me aconsejarías? ¿Eso que acabas de dejar?Me sonrojo de pies a cabeza.—Puede, depende de cómo sea la chica a la que se lo quieres regalar.—Mmm... —Se pone un dedo en el mentón pensativo—. ¿Tú te pondríaseso?Arqueo una ceja y me sonríe. No le contesto.—La verdad es que cuando te conocí..., ya me entiendes, nunca pensé quefueras tan...—¿Atrevida? —Me cruzo de brazos.—Más o menos.—¿Me estás llamando mojigata?Suelta una carcajada y el resto de personas, que se encuentran en latienda, nos miran.—No exactamente.—¿Qué quieres, Kylian? —Directa al grano.Resopla, y se pasa las manos por el pelo un par de veces.—Me gustaría que quedáramos para...—¡No! —Le agarro del brazo y tiro de él para apartarnos un poco de losprobadores—. Ni se te ocurra, Joan no se puede enterar nunca de nada de estoo le hundirás, ¿me has entendido? Y, por supuesto, jamás volverá a pasar —me desespero y hablo con prisa.—No me refiero a nada de eso. —Arruga el entrecejo.—¿Entonces? —No entiendo nada.—Solo quiero que nos tomemos un café, simplemente.Suspiro y, cuando voy a replicar, Enma y Ross salen del probador. Nosobservan a ambos. No saben quién es y las dos me miran interrogándome, ala vez que se acercan a paso ligero hasta donde estamos nosotros.—Chicas, este es el hermanastro de Joan, Kylian —me apresuro a decir.Ambas abren los ojos como platos. La primera que se adelanta es Enma,como de costumbre.—Hola, yo soy Enma. —Extiende su mano.Le imita el gesto y asiente a la misma vez. Ross le saluda tímidamentecon un movimiento de cabeza, pero no hace ningún gesto más.—¿Y qué haces aquí? —pregunta Enma.Le reprocho con la mirada lo que le acaba de preguntar, pero ella pareceno verme. A veces es tan dispuesta para todo, que después no entiendoalgunas reacciones suyas.—Es una tienda de lencería, ¿no? —contraataca Kylian.—Efectivamente, pero es una tienda de mujer. ¿Estás buscando algoespecial? ¿Para alguien especial? —responde con picardía.—Puede ser.Me sonrojo de nuevo y doy gracias a Dios por haber dejado el picardíasen su sitio antes de que llegaran mis amigas. Enma parece quedarse conformey, con una leve sonrisa, se dirige al mostrador para pagar las prendas que hadecidido llevarse. Aprovecho esa ocasión para salir de la tienda con Kylianmientras ellas terminan.—Entonces, ¿cuándo nos vemos?—No sé si es buena idea... —respondo.—¿Por qué? Que yo sepa un café no ha matado a nadie todavía.—Si Joan se entera...—No tiene por qué enterarse —contesta con rapidez.Exhalo una gran bocanada de aire y asiento. No sé qué querrá decirme ohablar, pero en cierto modo, me está empezando a picar la curiosidad.—Está bien, pasado mañana puedo.—Bien. —Sonríe—. ¿A las cinco?—Mismamente.—¿Paso a buscarte?—¡No! Mejor dime hora y sitio, y nos vemos allí.—Está bien, dame tu teléfono.—¡Ja! ¡Ni lo sueñes!Me mira asombrado, pero a la misma vez sé que oculta algo, enseguidaentiendo por qué tiene esa cara de pícaro.—Entonces guárdate tú mi número.Mi teléfono móvil vibra en mi bolso. Arrugo el entrecejo y, cuando losaco, veo que tengo un W******p de un número desconocido.—¿Cómo has...? —No me da tiempo a terminar la frase.—Tengo mis fuentes —contesta guiñándome un ojo.Se da la vuelta y desaparece, no sin antes girarse una vez más paraguiñarme otra vez un ojo y sonreír de esa manera que te hace perder la cabezay que ese maldito cosquilleo martirice mi bajo vientre, de nuevo.Después de llevar todo el día con las chicas de tienda en tienda, medesplomo en el sofá de cuero negro en cuanto entro por la puerta delapartamento. Pongo los pies encima de la mesa de cristal que tengo delante yme desabrocho los tres primeros botones de la camiseta. Cierro los ojosdurante unos segundos hasta que noto una presencia delante de mí. Los abroligeramente y me encuentro a Joan con el ceño fruncido, sin camiseta.—Ya era hora, ¿no? —refunfuña.Sonrío provocativamente, no tengo ganas de discutir.—Ha sido una tarde de chicas—comento como si nada.—Ya veo.Se cruza de brazos y sus enormes músculos sobresalen de manera que mehacen respirar entrecortadamente. Lleva puestos unos minúsculos pantalonesde hacer deporte y, por el sudor de su torneado pecho, sé que ha estadohaciendo ejercicio. Repaso su cuerpo de arriba abajo y no puedo evitarsonreír. Es imposible tener queja de semejante hombre.—¿Qué te hace tanta gracia?No me molesto ni en sentarme bien. Cojo la gomilla de su pantalónelástico y tiro de él hasta que tiene que poner los brazos en el cabezal delsofá, para no caer encima de mí. Su rostro queda a milímetros del mío.—Estoy sudado —añade roncamente.—¿Y?Rodeo con mis piernas su cintura y lo empujo hacia delante. Paso milengua por su cuello y veo cómo se le eriza el vello. Sonríe y se aparta unpoco de mí. No separo mis piernas y gruño un poco para que se dé cuenta delo que quiero.—Ahora no, Katrina —dice sin más.Abro los ojos desmesuradamente.—¿Ahora no?—No, ahora, no—contesta tajante.Se incorpora, va hacia la cocina y se echa un vaso de agua sin mirarmesiquiera. Pienso en qué he podido hacer mal y no encuentro la excusa paraque me haya rechazado de esa manera. Me siento y le observo. Pasa de nuevo por el amplio salón y se dirige hasta el dormitorio. Voy detrás de él parapedirle explicaciones. Cuando entro me cruzo de brazos y le contemploenfadada, parece que a los pocos minutos se da cuenta.—¿Se puede saber qué pasa? —pregunto molesta.—Nada, simplemente, no me apetece, es fácil de entender, ¿no?Veo cómo comienza a sacarse ropa de vestir del armario.—No, no es fácil de entender, por cierto, ¿te vas?—Sí.—¿No habíamos dicho que cenaríamos juntos esta noche? —Arqueo unaceja.—He quedado con los compañeros del trabajo, tenemos que cerrar unostratos.Miro mi reloj y me cabreo aún más.—¿A las diez de la noche?—Sí.El que esté tan tajante me pone enferma y no hace más que enervarme porsegundos. No sé qué demonios le pasa, pero lleva unos meses que está paradarle de hostias.—A ver si lo he entendido, me rechazas y… ¿ahora dices que te vas?—Chica lista.Lo observo boquiabierta. Esto es surrealista, a quien se lo cuente no se locree. Pasa por mi lado y se encierra en el cuarto de baño, voy detrás, peroantes de que me dé tiempo a abrir la puerta, echa el pestillo, pero ¿qué…?Me siento en el taburete de la moderna cocina americana en color plataque tenemos y espero pacientemente. A los diez minutos sale completamentevestido de manera elegante, y listo para marcharse. Su olor tan característicoinunda mis fosas nasales, haciendo que me tambalee.—Joan…—Katrina… —me imita con cierta desgana.—¿Qué estás haciendo?—¿Acaso no es evidente? ¡Deja de hacer preguntas absurdas! —Resopla—. No me esperes, llegaré tarde. Y recuerda que mañana hemos quedado conmis padres y el imbécil de Kylian para comer. Así que te espero en mi casa alas doce.Ahora sí que tengo que sostenerme a la barra para no caerme.—¿No vienes hasta mañana? —pregunto sorprendida.—No. ¿Es que hablo en otro idioma? —responde molesto.Me levanto hecha un torrente de furia y me planto delante de él.—¡Quieres dejar de tratarme como si fuese idiota! —Le señalo con undedo.De un manotazo me lo aparta y pega su frente a la mía.—No me señales, es de mala educación, no creo que deba enseñartemodales a estas alturas, ¿no?Mis ojos echan chispas y a él parece darle igual. Le observo atónita, se dala vuelta y sale por la puerta sin decir ni media palabra más.—¡Joan! —chillo con todas mis fuerzas, pero es en vano, porque nadieme oye.Furiosa, decido revelarme por todo lo alto y llamo a Dexter. En mediahora lo tengo en mi casa con Ross, dispuesto a pegarnos la juerga del quince.Enma se encontraba mal y no ha podido venir, pero me ha pedidoexplícitamente que le cuente mañana, con detalles, qué ha pasado.—¿Y se ha ido sin más? —pregunta Dexter todavía asombrado.—Sí, ni me ha dirigido la palabra cuando ha salido por la puerta —contesto molesta, pegándole tirones a mi largo pelo, para conseguir peinarloen condiciones.—¡Trae, trae! —Me quita el cepillo Ross—. Vas a arrancarte hasta elúltimo pelo.Me desespero y comienzo a llorar como una niña pequeña. Siempretermino llorando…—¡Es que no sé qué demonios quiere! Le di la oportunidad de volver yque pudiéramos arreglar las cosas y todo iba bien hasta hace unos meses queestá hecho un completo ¡gilipollas! ¡¡Ya no sé qué más hacer!!La rabia me atraviesa, por completo, y tiro otro cepillo, que hay en elmueble, con demasiada fuerza contra el cristal del baño, haciéndolo añicos.—¡Eh! Katrina, cálmate —me pide Ross abrazándome.—No sé qué más hacer… —Sollozo.Dexter, que hasta el momento se ha mantenido callado, se acerca hasta míy coge mi cara con ambas manos. No sé cómo no está enfadado, no le hellamado desde el día que me fui y lo dejé en el pub, después de habersepeleado con Joan.—Dale un escarmiento a ese cabrón, y si no, déjalo. Mañana sabes quetengo que marcharme, pero si me necesitas, o incluso si quieres venirte unos días conmigo, nos apañaremos.Le miro sin entender muy bien a qué se refiere con lo primero, y despuéssopeso la idea de marcharme unos días, aunque sea sola para dejar de pensar.—No puedo dejarle, le necesito en mi vida… —susurro.—No, nena, te equivocas. Nadie es imprescindible en esta vida.—Pero…—Ni pero ni nada, Katrina, no puedes estar así —comenta Ross—, no tedas cuenta, pero poco a poco te está consumiendo.Sé que llevan razón, Joan no es el mismo y, por días, las cosas vanempeorando, y creo que estoy aguantando demasiado con él, por el simplehecho de no verme capaz de dejarle.—No pienses ahora. Termina de vestirte, que esta noche vamos a pillaruna buena —añade Dexter con cierta sonrisa pícara.Termino de arreglarme y me pongo el vestido más corto y provocativoque tengo en el armario. Me calzo unos tacones de diez centímetros y salimosdispuestos a pegarnos la juerga de nuestra vida.A las cinco y media de la mañana, no tengo ni la mínima noticia de Joan,ni una llamada, ni un W******p, nada. Mi estado, ahora mismo, está algoperjudicado. Dexter pega un chillido que me hace entrecerrar los ojos unpoco y me planta el décimo chupito en la mesa. Al hacerlo, parte delcontenido se cae sobre ella, y le doy gracias al cielo por no tener que digerirel líquido al completo.—Dexter… —Se me traba la lengua—. Creo que no puedo más.—¿Vas borracha?—No…, voy muuuyyy borracha —aseguro.—¡Vamos a bailar! —grita Ross que está igual que todos.—Lo siento, pero creo que si me levanto… me voy a… matar —tartamudeo.Ambos se van a la pista y yo me quedo sentada en el cómodo sofáredondo donde llevamos toda la noche. Miro el móvil mientras bebo un sorbode la copa que tengo en la mesa y me entra un W******p:Kylian:¿No crees que deberías de dejar de beber? (05.40)Arrugo un poco el entrecejo, puesto que ya me cuesta hasta ver.Katrina:¿Me estás espiando? (05.41)Consigo teclear.Kylian:… (05.42)Katrina:¿Perdona? (05.42)No entiendo sus puntos suspensivos, pero tampoco puedo pararme apensar. Tengo las neuronas borrachas también.Kylian:Vete a casa, por favor. (05.43)Katrina:¿Qué? ¡Vete tú! Deja de hablarme. (05.43)Deposito el teléfono móvil encima de la mesa, pensando que no va acontestarme, pero vuelve a vibrar. Un nuevo mensaje:Kylian:No me hagas sacarte a hombros del pub, con ese vestido se te va a ver todo.(05.45)Katrina:¡Ja! No te atreverás… (05.45)Una sonrisa burlona sale de mis labios.Kylian:No me tientes. (05.47)Katrina:Déjame tranquila, Kylian. (05.47)Lanzo el teléfono sobre la mesa con desgana, incorporo mi cuerpo unpoco y llego a mi copa. Doy un pequeño sorbo, no me da tiempo a nada más,ya que desaparece de mis labios, sin darme cuenta.Me giro para regañar a Dexter, y me doy cuenta de que no es él…, es unimpresionante hombre de prados verdes. Intento mantener mi cabeza en susitio, pero la gran cogorza que llevo me lo impide y empiezo a hablar más dela cuenta:—¡Hombre! ¿Te invito a una copa? —pregunto con retintín—. No hacefalta que me quites la mía. —Arrugo el entrecejo enfadada.Me levanto como puedo de mi asiento, intento coger la copa que tienealzada, pero me es imposible. Sí, soy pequeña, ni con tacones supero a estetío.—¡Kyleer! ¡Dame la inche copa!Mi enfado crece por segundos. No me molesto ni en mirar a mi alrededor,seguro que estoy haciendo el ridículo en una discoteca que está llena hasta labola.No me contesta, solo se digna a mirarme con una pícara sonrisa en loslabios, es obvio que se está divirtiendo más de la cuenta con esta situación.Durante mis intentos por alcanzar mi meta, veo cómo deposita con cuidado lacopa en lo alto de la mesa, agarra el lado izquierdo de mi cadera y me sientaen sus rodillas.Intento girar mi cara para mirarle, pero no me lo permite, ya que mis ojosse van a sus manos que agarran las mías para ponerlas en la mesa.—Déjalas ahí—susurra en mi oído.Abro los ojos en su máxima expansión, ¿qué está haciendo? Miro a lapista de baile y no encuentro a Dexter ni a Ross por ningún sitio, el pánicocomienza a apoderarse de mí, al pensar que pueden llegar en cualquiermomento.—Tus amigos están ocupados bebiendo y bailando, te lo aseguro.—¿Qué haces aquí? —consigo preguntar.Empuja mi cuerpo hasta ponerlo en el filo de sus rodillas, de manera quecasi estoy pegada a la mesa, inclina mi espalda hacia delante y susurra:—Deberías dejar de beber…—No eres mi padre —contesto de mala gana.—Lo sé, aun así, creo que deberías irte a casa, es tarde y…—¿Y me vas a llevar tú?Le corto, me giro y lo miro con una ceja alzada. Sonrío chula y me pongoun dedo en la barbilla.—Espera… ¿quieres meterte en la cama conmigo y con Joan?Mi pregunta no le hace gracia, lo noto en sus ojos. Me empuja más al filo,haciendo que me agarre a la mesa para no caer.—Eres muy graciosa.Durante un segundo nos miramos fijamente y se hace el silencio. Lo únicoque nos interrumpe es la estridente música que tenemos de fondo. Miro denuevo hacia delante, contemplando la pista, intento levantarme de encima deél, pero me lo impide agarrando mis caderas, más fuerte. Todo mi cuerpotiembla cuando escucho cómo me dice roncamente:—Sé que no has podido olvidarte de mí.No me muevo, no pestañeo, solo abro los ojos de nuevo sin dar crédito a lo que acabo de oír. Y, en cierto modo, también sé que nunca olvidaré aquelmomento.Noto cómo toca el borde de mi vestido, lo dobla e introduce una manodentro de él.—Sé que te encantaría volver a sentirme dentro de ti.Aparta mi braga a un lado y me estremezco.—¿Qué estás haciendo, Kylian? —pregunto con un hilo de voz, incapazde moverme.—Estás mojada… —musita.Mis manos se agarran más fuerte a la mesa, si es que pueden, mis nudillosse vuelven blancos y mi respiración se agita. Noto que un dedo entra en misexo, haciendo movimientos lentos y precisos. Con otro, aprieta mi clítoris,pellizcándolo de vez en cuando, seguidamente siento cómo otro dedo seintroduce dentro.—Reza para que después de esto, no te tire encima de esta mesa y te folledelante de toda esta gente y de tus amigos —asegura.Vuelvo a temblar, ya no sé si por lo que me acaba de decir, o por el granplacer que está haciendo que sienta en este mismo instante. Mis muslos seaprietan contra su mano, notando cómo todos mis músculos se contraen.—Estás empezando a temblar.Ya no oigo, ya no veo y ya no me percato de si viene alguien o no. Miro aun punto fijo de la barra mientras intento concentrarme en el orgasmo quevoy a tener de un momento a otro. Noto mi pecho acelerado, escucho misgemidos y siento los dedos de Kylian moverse con precisión y agilidad.—Córrete —ordena sensual.Sin poder evitarlo, arqueo mi espalda, pegando mi cuerpo al suyo y, entrejadeos ahogados, estallo en mil pedazos. De reojo veo cómo mira mi cara y,por la poca luz que hay en la discoteca, observo que sonríe. Retira los dedosde mi interior, los chupa, sin dejar de observarme y, sin más, se levanta y se marcha, dejándome sola y excitada.Me despierto cuando unos tenues rayos de sol entran por mi ventana, miromi despertador y veo que son las ocho de la mañana, apenas he dormido unahora y media.Contemplo mi rostro en el espejo. Tengo ojeras, el maquillaje estárestregado por toda mi cara, mis ojos están cansados…: un desastre. Miro miteléfono móvil, en busca de una llamada, de algo, por parte de Joan, y noencuentro nada. Miro su última conexión; las siete de la mañana.Mi cuerpo se paraliza como si me acabaran de tirar un jarro de agua fría.Kylian. Viene tan rápido a mi mente, que no me da tiempo a apartar esepensamiento de mi cabeza. Recuerdo lo que me ha hecho hace apenas treshoras y mi corazón se paraliza.—No puede ser…Me llevo las manos a la cabeza y niego en repetidas ocasiones, ¿cómo hapodido pasarme esto a mí? Pienso y pienso en cómo solucionar esteescamoso asunto y no llego a ninguna conclusión. Llaman al timbre de miaparta
Las nueve menos cinco.Miro la moderna fachada de mi anterior «hogar», bajo la vista hasta mireloj, y saco las llaves del bolso. Abro el portal y sigilosamente entro en elascensor hasta llegar a mi planta. Sí, ha llegado. El olor a su perfume caro meenvuelve y asquea a la misma vez, no soporto a esta mujer. Meto la llave enel bombín y la giro, haciendo que la cerradura haga un leve chasquido alabrirse.Veo que está sentada en la mesa del salón comedor con las piernascruzadas. Lleva un traje chaqueta en un blanco impoluto, tamborilea la mesacon sus perfectas y cuidadas uñas, no hay cosa que me dé más rabia que esegestito, no se molesta ni en mirarme, sabe de sobra que he llegado. No hesido demasiado sigilosa que digamos, o mi antigua puerta no lo es, mejordicho.—Siéntate —ordena.Mal empezamos, y eso que acabo de llegar.—En todo caso, será siéntate, por favor.Me observa de reojo y una sonrisa
La hora en la he quedado con Joan se acerca, y yo sigo dando vueltas enel armario, sacando ropa como si estuviera tirando la casa por la ventana.—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte?Giro mi rostro y veo a la mosca cojonera de Enma, sentada en la cama,con los hombros hundidos y la boca haciendo una especie de «o», a la vezque resopla y pone los ojos en blanco. Niego con la cabeza y vuelvo a mitarea para encontrar algo decente.—Tienes vestidos fabulosos, caros hasta decir basta, y todavía no sabesqué ponerte… —reniega de nuevo.—¡Enma! —la regaño—. Sé que no lo entiendes, pero… pero…La contemplo durante unos segundos, quizás con miedo a decir lo queestoy pensando. Pero eso dura poco, cuando abre la boca y dice lo que no meatrevo:—Quieres estar guapa para él.Suelto el aire contenido y me siento en una desgastada silla que tengo enla habitación, con las manos cruzadas en mi regazo.—No sé
El sonidito de una aparto estrepitoso me despierta. Abro los ojos conprecaución y, cuando consigo enfocarlos en las luces del techo, me doycuenta de que estoy en el hospital. Arrugo un poco el entrecejo cuando la luzme ciega y, seguidamente, intento ver a mi alrededor. Miro la camilla de allado y no hay, momento en el que suspiro sin saber por qué. Muevo mi rostroen la otra dirección, encontrándome con un Joan despatarrado en la pequeñasilla del hospital, sujetando como puede su escandaloso cuerpo.Intento incorporarme un poco y, de repente, los recuerdos vienen a mícomo un torrente de furia. Siento un gran pinchazo en la parte trasera de micabeza, momento en el que soy consciente del gran golpe que me he tenidoque dar. Contemplo el resto de mi cuerpo, observando que no hay nada másgrave.Me levanto de la cama sin dificultad, para dirigirme al cuarto de baño.Necesito mojarme la cara por lo menos.Antes
Dos semanas rechazando llamadas de Kylian, dos semanas en las que hetenido incluso que bloquearle en el WhatsApp. No quiero saber nada de él, nimucho menos contestarle a cualquier cosa que quiera decirme. Tras el pasode los días, un odio visceral ha ido creciendo a fuego lento en mí, sin poderevitar querer arrancarle hasta el último pelo de la cabeza, y la mejor manerapara evitarlo, sabiendo que iría a buscarme a mi piso en cualquier instante,fue venirme a la casa de Enma.—Dame el teléfono que le conteste yo a ese desgraciado.Dexter extiende su mano con ímpetu, a la misma vez que resopla como untoro, intentando coger el teléfono. Volvió hace una semana de Australia,dadas las circunstancias de su inminente despido por no complacer a laempresa, y desde su vuelta, todos hemos acampado en casa de Enma, como side un refugio se tratara.—Dexter, déjalo. No pienso contestarle. ¿Qué queréis del súper? —pregun
Abro un poco los ojos cuando noto algo húmedo en mi hombro. Me girolo suficiente como para poder verle, y recuerdo que no estoy sola: tanner llevatoda la noche conmigo. En mi misma cama… Enredado en mis mismassábanas. Sonrío como una idiota cuando coge mi brazo y me pone frente a él.—Buenos días —murmura besando mi mejilla.—Buenos días —contesto con una risita tonta cuando me toca el puntodébil.Agarra mi cadera y tira de ella hasta pegarla junto a él. Noto un enormebulto emerger, chocando contra mi vientre, y me es imposible no sentir cómoeste me pincha deseando que se pierda en mi interior. Pongo la palma de mimano sobre su duro torso y, acto seguido, le empujo hasta que cae en elcolchón con una mueca graciosa.Sin decir ni media palabra, me sumerjo entre las sábanas hasta quelocalizo con exactitud lo que tanto ansío en este momento. Paso mi mano condelicadeza arriba y abajo, mientras oigo cómo un ronco gemido sale de sugarganta. Posicion
Después de cuatro días interminables en el hospital, los médicos nosinforman de que no hay mejoría en el estado de Joan. Tras la puñaladarecibida por el ladrón que intentó llevarse mi maldito bolso, Joan cayó haciaatrás, propinándose un fuerte golpe en la cabeza, lo que hizo que quedarainconsciente y, de momento, no ha despertado.Entro en la habitación y miro a Silvana que se encuentra a su lado. Paultambién está con ella, cosa que, por lo menos, me da un leve respiro. Aunqueya he tenido unas veinte palabras mal sonantes con ella desde que llegó, nohe consentido marcharme del hospital.—No sé qué coño hace aquí —murmura cuando cierro la puerta.—Es su marido todavía, no lo olvides —le regaña Paul.—He traído unos cafés —informo.Paul lo coge con una sonrisa poco común en él, y Silvana me gira elrostro con suficiencia y soberbia. Se lo dejo encima de la mesita auxiliar y mepongo al lado de Joan.—¿Ha pasado el médico?—No, Katrina. Hace menos de diez minutos q
Un rato después llego al hospital, rezando para que Joan se hayadespertado. No puedo seguir viéndole tan frágil, tan indefenso. Corro por elpasillo y, antes de llegar al ascensor, me suena el móvil con un mensaje deErika.—Ha despertado. Mi madre se encuentra con él, acaba de pasar el médicoy parece que está mejorando con rapidez. ¡Ya le tenemos de vuelta!Finaliza con una carita sonriente, y eso hace que una amplia sonrisa seinstale en mis labios. Dejo el ascensor a un lado, y subo las escaleras decuatro en cuatro hasta que llego a su planta. Atravieso el pasillo a toda prisay, al llegar a la habitación, abro la puerta con tanta fuerza que choca en lapared.Joan y Silvana giran sus rostros hacia mí, y no puedo evitar derramar unpar de lágrimas que caen por mis mejillas, mojándolas.—¡Joan! —exclamo.Llego hasta él de un salto y me abalanzo encima de su cuerpo sin pensar.Un quejido sale de su gargan