BARRA

Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida de

punta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposible

seguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponerme

nerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.

—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.

—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!

—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dice

tan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo que

conseguir.

—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién se

lo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.

Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer que

llevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se le

haya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.

—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Ross

enfadada.

—¡Ja! Eso es lo que quisierais vosotras —contesta con chulería.

—Entonces, cuéntanoslo y así te podremos ayudar —le pido desesperada

en un último intento. No entiendo a qué viene tanto secretismo.

Suspira, pone los ojos en blanco y, lentamente, asiente.

—Está bien, ¿vamos a tomarnos un café?

—Odio el café, mejor un chocolate calentito —respondo.

—Bien, pues que sean tres chocolates —añade risueña, algo raro en ella.

Entramos en la primera cafetería que vemos y nos sentamos. Enma deja el

montículo de bolsas que lleva en una de las sillas y cruza sus manos. Después

de mirarnos a ambas, se aparta su melena rubia de la cara y nos observa con

sus profundos e hipnotizadores ojos azules. Abre un poco sus finos labios

rosados y se decide a hablar:

—A ver, sé que no os lo he contado, pero... tengo un «amigo».

—¿Un amigo? —preguntamos las dos a la vez.

—Sí, le veo de vez en cuando y, bueno, es complicado. —Se mira las uñas.

No sé por qué, pero me da la sensación de que para ella no es complicado.

La manera, quizás, o el tono en el que lo cuenta.

—¿Y por qué es complicado? —pregunto sin entenderla.

Me mira con mala cara. Arqueo una ceja y resopla tumbándose un poco

más en la silla. El camarero llega y nos interrumpe la conversación, por

desgracia.

—¿Qué desean?

—¡Tres chocolates! —decimos Ross y yo demasiado alto.

El pobre sale disparado, ya que se ha dado cuenta de que acaba de

interrumpir una conversación de mujeres. La instamos con la mirada para que

nos lo cuente y esta, nos mira con cierto miedo. En el fondo, sé que es con

cariño, lo más seguro es que la situación, por la que está pasando, sea un

tanto agobiante. Enma tiene un carácter un tanto extraño que solo unos pocos

sabemos controlar.

—Está casado.

—¡Hala! —decimos a la vez, parece que hoy nos hemos puesto de

acuerdo en hablar.

—Sí, eso decía yo. Al principio no sé, me daba la sensación de que estaba

mal lo que hacía, pero me he dado cuenta de que le merezco y de que tengo

futuro con él.

—¿Está dispuesto a dejar a su mujer por ti? —pregunto—. Eso es algo

muy importante.

—No lo sé. Está enamorado de ella, y no sé hasta qué punto querrá o no

separarse.

Resopla, de nuevo, pasándose las manos por la cara.

—No tenía ni idea de que era algo así, ¿por qué no nos lo has contado?

—Ross, no quería que pensarais mal de mí. No suelo ir saliendo con

hombres que están casados, pero él es diferente.

—¿Cómo se llama el individuo? —me intereso.

—Eso qué más da —evita mi pregunta—, es alguien muy reconocido, y

tiene pasta. —Ríe como una bruja—. Pero no quiero que os involucréis en

esto, si su familia se entera…

—¿Tiene hijos? —pregunta Ross.

—Sí… —musita.

Me levanto y le doy un abrazo que ella acepta con gusto. Ross hace lo mismo y nos quedamos un rato en silencio, asimilando lo que nos acaba de decir.

—Tómatelo con calma y, sobre todo, habla con él. Si de verdad te gusta,

déjale las cosas claras y no sufras. Y no olvides llamar a Dexter para

contárselo, mañana se marcha y cuando regrese, no quedará ciudad para que

puedas correr de él.

Asiente, pero en el fondo sé que hay algo que no nos ha contado. Lo peor

de todo esto es que no quiero que sufra, no quiero que le hagan más daño.

Enma, con sus anteriores parejas, no ha tenido suerte, las dos más

«duraderas» le fueron infieles, y es algo que ella misma no soporta, ni haría

jamás. Aunque, ahora, esté siendo el segundo plato de otra persona.

—Hablaré con él, ya os contaré —añade un poco triste.

—Ya verás como todo sale bien —aprieto su mano—, vamos a bebernos

este chocolate y a buscar un picardías que haga que se le desencaje la

mandíbula.

Todas soltamos una ruidosa carcajada y hacemos que media cafetería nos

mire. Salimos a la calle cuando terminamos, y recuerdo una cosa.

—A la vuelta de esa calle —digo señalándola—, hay una tienda donde yo

me compro la lencería, a Joan le encanta todo lo que hay allí. —Sonrío al

recordar varios conjuntos que tengo en mi cajón.

—¡Perfecto! —anuncia eufórica—. Vamos, vamos.

Tira de mi mano y me alegro al saber que con ese detalle he conseguido

sacarle una sonrisa. Al entrar en la tienda, la dependienta viene hacia nosotras

a toda prisa.

—Buenos días, ¿puedo ayudarlas?

—Hola, Jess —saludo a la chica que tengo habitualmente.

—Hola, Katrina, no te había visto. —Me da un abrazo—. ¿Qué tal va

todo?

—Bien, venimos buscando algo sumamente llamativo para mi amiga,

¿qué nos puedes enseñar?

Jess se pone manos a la obra y comienza a sacarle miles de picardías que

quitan el hipo. Mientras Ross está en el probador con Enma, me dedico a

mirar la lencería de la tienda y de paso buscar algún conjunto más. Encuentro

uno muy llamativo. Es negro transparente, con un escote de pico bordado por

líneas negras de raso y dos finas líneas con perlas a la altura del pecho. La

parte de atrás está descubierta y únicamente va atado por tres lazos: uno en el cuello, otro a la mitad de la espalda y otro por debajo del trasero. No deja lugar a la imaginación, pero me encanta.

—Vas a matar a mi hermano.

Me sobresalto al escuchar la profunda y sensual voz de Kylian detrás de

mí. Me giro un poco y lo veo con las manos en los bolsillos. Está

condenadamente guapo con esos pantalones vaqueros desgastados, ajustados

a sus fuertes piernas. Lleva un polo de manga larga de lo más informal en

color azul con cuello redondo. Me mira expectante, desvío mi vista por unos

segundos a mi mano izquierda y veo cómo contempla el conjunto con

atención. Lo dejo rápidamente.

—¿Qué haces aquí?

—Buena pregunta, ¿y tú?

—Mirar lencería, obvio. Pero no creo que encuentres nada en una tienda

que es solo de mujeres.

—A no ser que quiera hacer un regalo, ¿no?

—Eso también. —Me siento un poco estúpida.

—¿Tú qué me aconsejarías? ¿Eso que acabas de dejar?

Me sonrojo de pies a cabeza.

—Puede, depende de cómo sea la chica a la que se lo quieres regalar.

—Mmm... —Se pone un dedo en el mentón pensativo—. ¿Tú te pondrías

eso?

Arqueo una ceja y me sonríe. No le contesto.

—La verdad es que cuando te conocí..., ya me entiendes, nunca pensé que

fueras tan...

—¿Atrevida? —Me cruzo de brazos.

—Más o menos.

—¿Me estás llamando mojigata?

Suelta una carcajada y el resto de personas, que se encuentran en la

tienda, nos miran.

—No exactamente.

—¿Qué quieres, Kylian? —Directa al grano.

Resopla, y se pasa las manos por el pelo un par de veces.

—Me gustaría que quedáramos para...

—¡No! —Le agarro del brazo y tiro de él para apartarnos un poco de los

probadores—. Ni se te ocurra, Joan no se puede enterar nunca de nada de esto

o le hundirás, ¿me has entendido? Y, por supuesto, jamás volverá a pasar —

me desespero y hablo con prisa.

—No me refiero a nada de eso. —Arruga el entrecejo.

—¿Entonces? —No entiendo nada.

—Solo quiero que nos tomemos un café, simplemente.

Suspiro y, cuando voy a replicar, Enma y Ross salen del probador. Nos

observan a ambos. No saben quién es y las dos me miran interrogándome, a

la vez que se acercan a paso ligero hasta donde estamos nosotros.

—Chicas, este es el hermanastro de Joan, Kylian —me apresuro a decir.

Ambas abren los ojos como platos. La primera que se adelanta es Enma,

como de costumbre.

—Hola, yo soy Enma. —Extiende su mano.

Le imita el gesto y asiente a la misma vez. Ross le saluda tímidamente

con un movimiento de cabeza, pero no hace ningún gesto más.

—¿Y qué haces aquí? —pregunta Enma.

Le reprocho con la mirada lo que le acaba de preguntar, pero ella parece

no verme. A veces es tan dispuesta para todo, que después no entiendo

algunas reacciones suyas.

—Es una tienda de lencería, ¿no? —contraataca Kylian.

—Efectivamente, pero es una tienda de mujer. ¿Estás buscando algo

especial? ¿Para alguien especial? —responde con picardía.

—Puede ser.

Me sonrojo de nuevo y doy gracias a Dios por haber dejado el picardías

en su sitio antes de que llegaran mis amigas. Enma parece quedarse conforme

y, con una leve sonrisa, se dirige al mostrador para pagar las prendas que ha

decidido llevarse. Aprovecho esa ocasión para salir de la tienda con Kylian

mientras ellas terminan.

—Entonces, ¿cuándo nos vemos?

—No sé si es buena idea... —respondo.

—¿Por qué? Que yo sepa un café no ha matado a nadie todavía.

—Si Joan se entera...

—No tiene por qué enterarse —contesta con rapidez.

Exhalo una gran bocanada de aire y asiento. No sé qué querrá decirme o

hablar, pero en cierto modo, me está empezando a picar la curiosidad.

—Está bien, pasado mañana puedo.

—Bien. —Sonríe—. ¿A las cinco?

—Mismamente.

—¿Paso a buscarte?

—¡No! Mejor dime hora y sitio, y nos vemos allí.

—Está bien, dame tu teléfono.

—¡Ja! ¡Ni lo sueñes!

Me mira asombrado, pero a la misma vez sé que oculta algo, enseguida

entiendo por qué tiene esa cara de pícaro.

—Entonces guárdate tú mi número.

Mi teléfono móvil vibra en mi bolso. Arrugo el entrecejo y, cuando lo

saco, veo que tengo un W******p de un número desconocido.

—¿Cómo has...? —No me da tiempo a terminar la frase.

—Tengo mis fuentes —contesta guiñándome un ojo.

Se da la vuelta y desaparece, no sin antes girarse una vez más para

guiñarme otra vez un ojo y sonreír de esa manera que te hace perder la cabeza

y que ese maldito cosquilleo martirice mi bajo vientre, de nuevo.

Después de llevar todo el día con las chicas de tienda en tienda, me

desplomo en el sofá de cuero negro en cuanto entro por la puerta del

apartamento. Pongo los pies encima de la mesa de cristal que tengo delante y

me desabrocho los tres primeros botones de la camiseta. Cierro los ojos

durante unos segundos hasta que noto una presencia delante de mí. Los abro

ligeramente y me encuentro a Joan con el ceño fruncido, sin camiseta.

—Ya era hora, ¿no? —refunfuña.

Sonrío provocativamente, no tengo ganas de discutir.

—Ha sido una tarde de chicas—comento como si nada.

—Ya veo.

Se cruza de brazos y sus enormes músculos sobresalen de manera que me

hacen respirar entrecortadamente. Lleva puestos unos minúsculos pantalones

de hacer deporte y, por el sudor de su torneado pecho, sé que ha estado

haciendo ejercicio. Repaso su cuerpo de arriba abajo y no puedo evitar

sonreír. Es imposible tener queja de semejante hombre.

—¿Qué te hace tanta gracia?

No me molesto ni en sentarme bien. Cojo la gomilla de su pantalón

elástico y tiro de él hasta que tiene que poner los brazos en el cabezal del

sofá, para no caer encima de mí. Su rostro queda a milímetros del mío.

—Estoy sudado —añade roncamente.

—¿Y?

Rodeo con mis piernas su cintura y lo empujo hacia delante. Paso mi

lengua por su cuello y veo cómo se le eriza el vello. Sonríe y se aparta un

poco de mí. No separo mis piernas y gruño un poco para que se dé cuenta de

lo que quiero.

—Ahora no, Katrina —dice sin más.

Abro los ojos desmesuradamente.

—¿Ahora no?

—No, ahora, no—contesta tajante.

Se incorpora, va hacia la cocina y se echa un vaso de agua sin mirarme

siquiera. Pienso en qué he podido hacer mal y no encuentro la excusa para

que me haya rechazado de esa manera. Me siento y le observo. Pasa de nuevo por el amplio salón y se dirige hasta el dormitorio. Voy detrás de él para

pedirle explicaciones. Cuando entro me cruzo de brazos y le contemplo

enfadada, parece que a los pocos minutos se da cuenta.

—¿Se puede saber qué pasa? —pregunto molesta.

—Nada, simplemente, no me apetece, es fácil de entender, ¿no?

Veo cómo comienza a sacarse ropa de vestir del armario.

—No, no es fácil de entender, por cierto, ¿te vas?

—Sí.

—¿No habíamos dicho que cenaríamos juntos esta noche? —Arqueo una

ceja.

—He quedado con los compañeros del trabajo, tenemos que cerrar unos

tratos.

Miro mi reloj y me cabreo aún más.

—¿A las diez de la noche?

—Sí.

El que esté tan tajante me pone enferma y no hace más que enervarme por

segundos. No sé qué demonios le pasa, pero lleva unos meses que está para

darle de hostias.

—A ver si lo he entendido, me rechazas y… ¿ahora dices que te vas?

—Chica lista.

Lo observo boquiabierta. Esto es surrealista, a quien se lo cuente no se lo

cree. Pasa por mi lado y se encierra en el cuarto de baño, voy detrás, pero

antes de que me dé tiempo a abrir la puerta, echa el pestillo, pero ¿qué…?

Me siento en el taburete de la moderna cocina americana en color plata

que tenemos y espero pacientemente. A los diez minutos sale completamente

vestido de manera elegante, y listo para marcharse. Su olor tan característico

inunda mis fosas nasales, haciendo que me tambalee.

—Joan…

—Katrina… —me imita con cierta desgana.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Acaso no es evidente? ¡Deja de hacer preguntas absurdas! —Resopla

—. No me esperes, llegaré tarde. Y recuerda que mañana hemos quedado con

mis padres y el imbécil de Kylian para comer. Así que te espero en mi casa a

las doce.

Ahora sí que tengo que sostenerme a la barra para no caerme.

—¿No vienes hasta mañana? —pregunto sorprendida.

—No. ¿Es que hablo en otro idioma? —responde molesto.

Me levanto hecha un torrente de furia y me planto delante de él.

—¡Quieres dejar de tratarme como si fuese idiota! —Le señalo con un

dedo.

De un manotazo me lo aparta y pega su frente a la mía.

—No me señales, es de mala educación, no creo que deba enseñarte

modales a estas alturas, ¿no?

Mis ojos echan chispas y a él parece darle igual. Le observo atónita, se da

la vuelta y sale por la puerta sin decir ni media palabra más.

—¡Joan! —chillo con todas mis fuerzas, pero es en vano, porque nadie

me oye.

Furiosa, decido revelarme por todo lo alto y llamo a Dexter. En media

hora lo tengo en mi casa con Ross, dispuesto a pegarnos la juerga del quince.

Enma se encontraba mal y no ha podido venir, pero me ha pedido

explícitamente que le cuente mañana, con detalles, qué ha pasado.

—¿Y se ha ido sin más? —pregunta Dexter todavía asombrado.

—Sí, ni me ha dirigido la palabra cuando ha salido por la puerta —

contesto molesta, pegándole tirones a mi largo pelo, para conseguir peinarlo

en condiciones.

—¡Trae, trae! —Me quita el cepillo Ross—. Vas a arrancarte hasta el

último pelo.

Me desespero y comienzo a llorar como una niña pequeña. Siempre

termino llorando…

—¡Es que no sé qué demonios quiere! Le di la oportunidad de volver y

que pudiéramos arreglar las cosas y todo iba bien hasta hace unos meses que

está hecho un completo ¡gilipollas! ¡¡Ya no sé qué más hacer!!

La rabia me atraviesa, por completo, y tiro otro cepillo, que hay en el

mueble, con demasiada fuerza contra el cristal del baño, haciéndolo añicos.

—¡Eh! Katrina, cálmate —me pide Ross abrazándome.

—No sé qué más hacer… —Sollozo.

Dexter, que hasta el momento se ha mantenido callado, se acerca hasta mí

y coge mi cara con ambas manos. No sé cómo no está enfadado, no le he

llamado desde el día que me fui y lo dejé en el pub, después de haberse

peleado con Joan.

—Dale un escarmiento a ese cabrón, y si no, déjalo. Mañana sabes que

tengo que marcharme, pero si me necesitas, o incluso si quieres venirte unos días conmigo, nos apañaremos.

Le miro sin entender muy bien a qué se refiere con lo primero, y después

sopeso la idea de marcharme unos días, aunque sea sola para dejar de pensar.

—No puedo dejarle, le necesito en mi vida… —susurro.

—No, nena, te equivocas. Nadie es imprescindible en esta vida.

—Pero…

—Ni pero ni nada, Katrina, no puedes estar así —comenta Ross—, no te

das cuenta, pero poco a poco te está consumiendo.

Sé que llevan razón, Joan no es el mismo y, por días, las cosas van

empeorando, y creo que estoy aguantando demasiado con él, por el simple

hecho de no verme capaz de dejarle.

—No pienses ahora. Termina de vestirte, que esta noche vamos a pillar

una buena —añade Dexter con cierta sonrisa pícara.

Termino de arreglarme y me pongo el vestido más corto y provocativo

que tengo en el armario. Me calzo unos tacones de diez centímetros y salimos

dispuestos a pegarnos la juerga de nuestra vida.

A las cinco y media de la mañana, no tengo ni la mínima noticia de Joan,

ni una llamada, ni un W******p, nada. Mi estado, ahora mismo, está algo

perjudicado. Dexter pega un chillido que me hace entrecerrar los ojos un

poco y me planta el décimo chupito en la mesa. Al hacerlo, parte del

contenido se cae sobre ella, y le doy gracias al cielo por no tener que digerir

el líquido al completo.

—Dexter… —Se me traba la lengua—. Creo que no puedo más.

—¿Vas borracha?

—No…, voy muuuyyy borracha —aseguro.

—¡Vamos a bailar! —grita Ross que está igual que todos.

—Lo siento, pero creo que si me levanto… me voy a… matar —

tartamudeo.

Ambos se van a la pista y yo me quedo sentada en el cómodo sofá

redondo donde llevamos toda la noche. Miro el móvil mientras bebo un sorbo

de la copa que tengo en la mesa y me entra un W******p:

Kylian:

¿No crees que deberías de dejar de beber? (05.40)

Arrugo un poco el entrecejo, puesto que ya me cuesta hasta ver.

Katrina:

¿Me estás espiando? (05.41)

Consigo teclear.

Kylian:

… (05.42)

Katrina:

¿Perdona? (05.42)

No entiendo sus puntos suspensivos, pero tampoco puedo pararme a

pensar. Tengo las neuronas borrachas también.

Kylian:

Vete a casa, por favor. (05.43)

Katrina:

¿Qué? ¡Vete tú! Deja de hablarme. (05.43)

Deposito el teléfono móvil encima de la mesa, pensando que no va a

contestarme, pero vuelve a vibrar. Un nuevo mensaje:

Kylian:

No me hagas sacarte a hombros del pub, con ese vestido se te va a ver todo.

(05.45)

Katrina:

¡Ja! No te atreverás… (05.45)

Una sonrisa burlona sale de mis labios.

Kylian:

No me tientes. (05.47)

Katrina:

Déjame tranquila, Kylian. (05.47)

Lanzo el teléfono sobre la mesa con desgana, incorporo mi cuerpo un

poco y llego a mi copa. Doy un pequeño sorbo, no me da tiempo a nada más,

ya que desaparece de mis labios, sin darme cuenta.

Me giro para regañar a Dexter, y me doy cuenta de que no es él…, es un

impresionante hombre de prados verdes. Intento mantener mi cabeza en su

sitio, pero la gran cogorza que llevo me lo impide y empiezo a hablar más de

la cuenta:

—¡Hombre! ¿Te invito a una copa? —pregunto con retintín—. No hace

falta que me quites la mía. —Arrugo el entrecejo enfadada.

Me levanto como puedo de mi asiento, intento coger la copa que tiene

alzada, pero me es imposible. Sí, soy pequeña, ni con tacones supero a este

tío.

—¡Kyleer! ¡Dame la inche copa!

Mi enfado crece por segundos. No me molesto ni en mirar a mi alrededor,

seguro que estoy haciendo el ridículo en una discoteca que está llena hasta la

bola.

No me contesta, solo se digna a mirarme con una pícara sonrisa en los

labios, es obvio que se está divirtiendo más de la cuenta con esta situación.

Durante mis intentos por alcanzar mi meta, veo cómo deposita con cuidado la

copa en lo alto de la mesa, agarra el lado izquierdo de mi cadera y me sienta

en sus rodillas.

Intento girar mi cara para mirarle, pero no me lo permite, ya que mis ojos

se van a sus manos que agarran las mías para ponerlas en la mesa.

—Déjalas ahí—susurra en mi oído.

Abro los ojos en su máxima expansión, ¿qué está haciendo? Miro a la

pista de baile y no encuentro a Dexter ni a Ross por ningún sitio, el pánico

comienza a apoderarse de mí, al pensar que pueden llegar en cualquier

momento.

—Tus amigos están ocupados bebiendo y bailando, te lo aseguro.

—¿Qué haces aquí? —consigo preguntar.

Empuja mi cuerpo hasta ponerlo en el filo de sus rodillas, de manera que

casi estoy pegada a la mesa, inclina mi espalda hacia delante y susurra:

—Deberías dejar de beber…

—No eres mi padre —contesto de mala gana.

—Lo sé, aun así, creo que deberías irte a casa, es tarde y…

—¿Y me vas a llevar tú?

Le corto, me giro y lo miro con una ceja alzada. Sonrío chula y me pongo

un dedo en la barbilla.

—Espera… ¿quieres meterte en la cama conmigo y con Joan?

Mi pregunta no le hace gracia, lo noto en sus ojos. Me empuja más al filo,

haciendo que me agarre a la mesa para no caer.

—Eres muy graciosa.

Durante un segundo nos miramos fijamente y se hace el silencio. Lo único

que nos interrumpe es la estridente música que tenemos de fondo. Miro de

nuevo hacia delante, contemplando la pista, intento levantarme de encima de

él, pero me lo impide agarrando mis caderas, más fuerte. Todo mi cuerpo

tiembla cuando escucho cómo me dice roncamente:

—Sé que no has podido olvidarte de mí.

No me muevo, no pestañeo, solo abro los ojos de nuevo sin dar crédito a lo que acabo de oír. Y, en cierto modo, también sé que nunca olvidaré aquel

momento.

Noto cómo toca el borde de mi vestido, lo dobla e introduce una mano

dentro de él.

—Sé que te encantaría volver a sentirme dentro de ti.

Aparta mi braga a un lado y me estremezco.

—¿Qué estás haciendo, Kylian? —pregunto con un hilo de voz, incapaz

de moverme.

—Estás mojada… —musita.

Mis manos se agarran más fuerte a la mesa, si es que pueden, mis nudillos

se vuelven blancos y mi respiración se agita. Noto que un dedo entra en mi

sexo, haciendo movimientos lentos y precisos. Con otro, aprieta mi clítoris,

pellizcándolo de vez en cuando, seguidamente siento cómo otro dedo se

introduce dentro.

—Reza para que después de esto, no te tire encima de esta mesa y te folle

delante de toda esta gente y de tus amigos —asegura.

Vuelvo a temblar, ya no sé si por lo que me acaba de decir, o por el gran

placer que está haciendo que sienta en este mismo instante. Mis muslos se

aprietan contra su mano, notando cómo todos mis músculos se contraen.

—Estás empezando a temblar.

Ya no oigo, ya no veo y ya no me percato de si viene alguien o no. Miro a

un punto fijo de la barra mientras intento concentrarme en el orgasmo que

voy a tener de un momento a otro. Noto mi pecho acelerado, escucho mis

gemidos y siento los dedos de Kylian moverse con precisión y agilidad.

—Córrete —ordena sensual.

Sin poder evitarlo, arqueo mi espalda, pegando mi cuerpo al suyo y, entre

jadeos ahogados, estallo en mil pedazos. De reojo veo cómo mira mi cara y,

por la poca luz que hay en la discoteca, observo que sonríe. Retira los dedos

de mi interior, los chupa, sin dejar de observarme y, sin más, se levanta y se marcha, dejándome sola y excitada.

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