Un rato después llego al hospital, rezando para que Joan se hayadespertado. No puedo seguir viéndole tan frágil, tan indefenso. Corro por elpasillo y, antes de llegar al ascensor, me suena el móvil con un mensaje deErika.—Ha despertado. Mi madre se encuentra con él, acaba de pasar el médicoy parece que está mejorando con rapidez. ¡Ya le tenemos de vuelta!Finaliza con una carita sonriente, y eso hace que una amplia sonrisa seinstale en mis labios. Dejo el ascensor a un lado, y subo las escaleras decuatro en cuatro hasta que llego a su planta. Atravieso el pasillo a toda prisay, al llegar a la habitación, abro la puerta con tanta fuerza que choca en lapared.Joan y Silvana giran sus rostros hacia mí, y no puedo evitar derramar unpar de lágrimas que caen por mis mejillas, mojándolas.—¡Joan! —exclamo.Llego hasta él de un salto y me abalanzo encima de su cuerpo sin pensar.Un quejido sale de su gargan
Dos días después y, tras hacerle las mismas visitas a Joan, el cual semuestra más esquivo de lo normal conmigo, le dan el alta. Y Paul se empeñaen que tenemos que comer todos en su casa para celebrar su recuperación.Me sorprendo cuando me dice que lleve a Enma, a la que ha visto dos vecescontadas, y agradezco ese gesto dadas las circunstancias que habitualmenteme encuentro en su casa; entre Susan y Silvana.—Dame esos zapatos, venga, que no tenemos todo el día.—Ahora los recojo yo —contesta huraño.Sin prestar demasiada atención a la charla de tira y afloja que tienenambos, me dedico a coger las cosas del cuarto de baño, pasandodesapercibida para ellos. Me veo obligada a detenerme cuando el malestar detodas las mañanas se hace con mi estómago. Apoyo las manos en el filo dellavabo y respiro profundamente para después mojar un poco mi cara,momento en el que la puerta del baño se abre y me recompongo como si no
Siento cómo me arden las mejillas de la impotencia por no poder estampar a Silvana, y a la misma vez, noto que mis manos comienzan a sudar por lo que acaba de decir Joan. Todos me miran estupefactos, excepto Enma. —¿Está embarazada? —pregunta Silvana con horror. Joan suspira y da varios pasos hacia los lados, intentando calmarse. Yo, en mi caso, no me muevo del sitio. —Todo esto… —murmuro con un hilo de voz—. Todo esto ha sido un rastrero plan, ¿tuyo? —La observo sin pestañear. Silvana achica los ojos con ganas de asesinarme. —¿Te das cuenta de lo que has hecho? —pregunta ella mirando a Joan, el mismo al que, por lo que veo, la situación le está superando—. ¿Piensas criar a un niño de esa? —Me señala con desprecio—. Y, si luego resulta que es un bastardo como él —ahora señala a Kylian—, ¿lo cuidarás también? ¡¡Has perdido el juicio, Joan!! —¡¡¡La única que ha perdido el juicio has sido tú!!! —ruge con todas s
—Ahora vuelvo.Avanzo hacia ella con decisión, después de darme cuenta de que Kylianestá inmerso en pagar la cuenta junto al camarero. Está de espaldas y esimposible que me vea, por lo tanto, continúo con mi marcha firme eimplacable. Ahora, me toca a mí.El chico con el que está alza la vista para mirarme cuando estoyjustamente detrás de Ross, esta se calla y se gira con una sonrisadeslumbrante para ver quién ha robado la atención de su acompañante. Cruzomis brazos a la altura del pecho, y mi rostro se tiñe de ira. Apoya su mano enel respaldo de la silla, pudiendo ver cómo traga saliva con dificultad.—Hola, Ross —la saludo con malicia.No contesta, se dedica a escrutarme con sus ojos perdidos y llenos demiedo, es tan evidente que casi puedo olerlo.—¿Está casado? —Paso mis ojos al chico—. O, ¿quizás tienes novia?—¿Perdona? —pregunta él sin entender nada.—Ross, ¿por qué no le cuentas tú lo experta q
La consulta está atestada de gente, y doy gracias que por lo menos metoca dentro de diez minutos. Enma toquetea su teléfono varias veces,desbloqueando el aparato cada dos por tres. La miro de reojo, pero estaintenta apartarse para que no pueda ver lo que hace.—¿No estarás hablando con el capullo de tu jefe? —Alzo una ceja.Me mira con mala cara.—Ni me lo menciones. Y no, no estoy hablando con él.—¿Has vuelvo a saber algo más? —pregunto por el susodicho.Asiente con desesperación.—He tenido que usar tu táctica del bloqueo. Es imposible no abrir elteléfono y encontrarme con veinte llamadas, y quinientos mensajes.—No entiendo la obsesión que tiene ese hombre contigo. Deberíasponerle una denuncia por acoso.—¿¡Cómo voy a hacer eso!? —Se altera.—Yendo a la comisaría, muy fácil. —Arruga el entrecejo mostrándomesu enfado—. Enma, no pongas esa cara. El comportamiento que tiene contigoes excesivo, pa
—Estás despedida! Lo único que puedo hacer al escuchar el grito de mi jefe es poner mis ojos en blanco. Que si, que he tirado el café encima de un cliente, pero ha sido un accidente. Pero despedirme por eso me parece demasiado. George, mi jefe, es el hijo del dueño y lo único que hace todo el día es poner nerviosos a los empleados. A las mujeres más, con sus miradas lascivas y comentarios inapropiados, a los hombres no tanto porque sólo hay uno trabajando aquí y es amigo suyo. A mí me invito a salir después de una semana de trabajo y no se tomó muy bien el rechazo. El tío no está mal, pero a mí me gustan altos y morenos y él es el opuesto. Además de que tiene algo que te da escalofríos. Lo que pasa es que soy buena en mi trabajo, aunque solo es el de camarera lo hago bien. Pero después de su invitación a salir empezó a pedirme más. Antes tenía que hacer el café, cobrar, reponer productos.
¡Greta, ya estoy aquí! — dije al abrir la puerta y entraral piso de mi amiga esperando encontrarla en el sofá viendola tele.— ¡Oh, Dios! —exclamé.En el sofá estaba, pero no viendo la tele. Se estabametiendo mano con un hombre. Greta. A los sesenta y algose estaba besando en el sofá como los adolescentes.Aunque lo puedo entender viendo al hombre, tendría más omenos la misma edad, pero bien llevados. Cabello canoso,una barba blanca cubría su cara y unos ojos negros hacíande él un hombre guapo.Él se levantó en cuanto me escucharon entrar mientrasGreta ruborizada arreglaba su ropa. ¡Oh, Dios! No necesitosaber eso, no necesito tenerlo grabado en mi mente para laeternidad.—Olivia, pensé que volvías el sábado —dijo Greta.Y yo pensé igual, pero Colin tenía una reunión el viernesque no podía perder y por eso volvimos el jueves por latarde. O sea, ahora. Me acompañó a mi piso, me besó h
Dia 1Quiero dormir. Quiero seguir con los ojos cerrados. Séque al abrirlos el dolor que siento será nada comparado conlo que se avecina. Con los ojos cerrados puedo seguirfingiendo que estoy en el hospital y que Colin se va aenfadar por llegar tarde. Y Greta me va a echar la broncapor no llamarla cuando me ingresaron.La tarta de queso esparcida por el parabrisas fue loúltimo que vi y quiero esa imagen en mi mente. Porque unavez que abra los ojos nada volverá a ser lo mismo.Cuento hasta diez en un intento vano de tranquilizar mícorazón. Respiro hondo en el mismo intento y es cuando lonote. El olor. Nada que haya olido antes. Nada que puedadescribir. Repugnante es lo más cerca que puedo pensar.—Se que estás despierta. Abre los ojos.La voz de mujer venia de cerca, muy cerca. Sin quererhice lo que me pidió. Las lágrimas en mis ojos no impidieronque viera las barras de la jaula. Estoy ac