¡No, de nuevo no!
No tenía que abrir los ojos para saber que estaba enproblemas. Recordaba muy bien lo que había pasado, cadadetalle desde que me detuve en las escaleras.¿Por qué lo hice?A lo mejor nos hubiera dado tiempo a llegar al coche,subir y marcharnos antes de la llegada de los hombres. Ianno estaría muerto.Ian. Mi Ian.Muerto y a pesar de todos mis esfuerzos de no dejar anadie entrar en mi corazón, él lo había conseguido y ahorasu muerte dolía. Y dolía igual que lo hizo cuando perdí a mispadres, incluso más ya que él murió por mi culpa.Él estaba ahí por mí, por acompañarme.Él tomó una bala por protegerme.¿De quién es la culpa si no mía?Ni siquiera pude mirarle a la cara por última vez, nisiquiera pude tocarlo.¡Dios!¿Por qué?Quería seguir sintiendo pena por mí misma, tristeza porél, culparme por la muerte de Ian, quería hacer lo que seapara no teneEsto era una mierda. No, era un infierno, un lugarhabitado por los peores hombres de la humanidad.Era después de la audiencia en el tribunal donde tuve quesentarme detrás de Sam y ver a ese juez listo para quitarlela custodia. Ese juez era un pedazo de mierda y no era soloun presentimiento, se convirtió en realidad cuando en elmedio de la audiencia llegó el FBI para arrestarlo.La jueza que lo reemplazó era correcta y eso me hizosentir mal cuando decidió que los Sanders no tenían razónpara pedir la custodia. No sé qué hizo Sam o cómo lo hizo,pero esa prueba de ADN que aseguraba que Fred Sandersno era el padre de Liv era falsa.Era después de que Sam me miró como si la hubieratraicionado de la peor manera. Sí, sabía que en la web habíavideos con Sam, lo sabía y no se lo había dicho. No habíaencontrado ni el momento ni la manera oportuna parahacerlo.El domingo fue una verdadera locura,
Benditos tacones, bendito vestido y bendita sea la hora en la que me decidí a salir. Llegando a la discoteca, me llama Gael, mi marido.—¿Diga? —¿Por qué me dices «diga», si sabes perfectamente quién soy? —pregunta con su particular tonito.—Es la costumbre, Gael.Gael y yo llevamos tres años juntos, en realidad, llevaríamos cuatro de no ser porque hace tres años dejamos la relación durante seis meses. Tenemos un pequeño apartamento en la ciudad, nada de niños, ni perros, ni cariño… Sí, puede que estemos en crisis o pasando un «pequeño» bache, solo rezo porque lo superemos, él no era de esta manera, antes era diferente, pero desde hace cosa de unos pocos meses, se torció. Y encima, la rutina ha hecho que sea imprescindible en mi vida.—Bueno, a lo que iba —continúa ignorando—, mi hermano llega mañana, le hemos preparado la fiesta que te comenté, no hagas planes.—¿Para eso me llamas? —pregunto extrañada—. Podrías habérmelo dicho en casa.—No, para eso y para saber a qué hora vendrás.
—¿Que te ha dicho qué? —Pues eso, Ema, que no quiere que salga sin él. —Miro hacia el techo. —¿En serio? —pregunta sin poder creérselo. —Y tan en serio. Coloco delante de mí un vestido morado de raso con escote de pico, que está colgado en una percha. No tiene ningún adorno y a simple vista se ve un poco soso. Lo aparto y coloco otro de color crema con azul en la parte derecha. Haciendo una especie de estrella hasta la cintura. Tiene una sola manga, el otro hombro va completamente al descubierto. —¿Y vas a hacerle caso? —Ya le he dicho que sí —contesto como si nada, poniéndome ambos vestidos frente al espejo, la miro—. ¿Cuál me pongo? —El crema es más bonito, además es mediodía. Y con este recogido que quieres hacerte —dice señalándome la revista de moda—, estoy segura de que irás espectacular. Me pongo el vestido y termino de arreglarme mientras Ema me hace el recogido que vimos. Saco un pequeño adorno de la caja plateada que Gael trajo el otro día y, casualmente, tiene toqu
—Ho… hola —tartamudeo sin poder evitarlo.Solo me da tiempo a mirar su cara y empiezo a palidecer por segundos.Esos ojos azules como prados…No puede ser.Me levanto de golpe de mi sitio y me alejo unos pasos involuntariamente.—¿Te he asustado? —pregunta levantándose de su asiento.—No —contesto demasiado deprisa.Me observa sin menear ni una sola pestaña; mis ojos no se apartan de lossuyos. Intento evitarlo, pero me es imposible, estoy petrificada. Noto cómouna mano se posa en mi cadera y ruge con fuerza:—¿Algún problema?Gaem.—Ninguno, hermanito —contesta karla con sarcasmo.Y es entonces cuando me tambaleo y tengo que agarrar la mano que gaeltiene en mi cadera. Es su hermano, su hermano…—¿Te encuentras bien? —pregunta mi marido al ver un movimientoextraño en mí.—Sí, necesito ir un momento al servicio.Me disculpo y, cabizbaja, salgo a toda prisa de allí, dejándolos a los dosmirándose como auténticos enemigos. Entro en el primer aseo que encuentroa mi pa
Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida depunta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡Ja! Eso es lo que quisierais vosotras —contesta con chulería.—En
Por segunda vez consecutiva en la mañana, recorremos la avenida depunta a punta. Los pies me están matando, hace un frío que es imposibleseguir más tiempo dando vueltas, y Enma está empezando a ponermenerviosa, hasta llegar al punto de querer arrancarle la melena.—¡Uf! —bufa Ross, por séptima vez.—¿Uf, nada más? Yo estoy ¡a punto de matarla!—Tranquilas, chicas, tenéis que ayudarme como amigas que sois —dicetan simpática como siempre—, necesito ese conjunto y lo tengo queconseguir.—Pero ¿se puede saber para qué coño quieres un picardías? ¿A quién selo vas a enseñar? —Me cruzo de brazos en medio de la avenida.Ross se para a mi lado y Enma mira hacia el cielo. No me puedo creer quellevemos una mañana entera dando vueltas sin parar, porque a la niña se lehaya antojado comprarse un puñetero picardías que ni va a usar.—Se lo irá a poner para limpiar el polvo en su casa —contesta Rossenfadada.—¡
Me despierto cuando unos tenues rayos de sol entran por mi ventana, miromi despertador y veo que son las ocho de la mañana, apenas he dormido unahora y media.Contemplo mi rostro en el espejo. Tengo ojeras, el maquillaje estárestregado por toda mi cara, mis ojos están cansados…: un desastre. Miro miteléfono móvil, en busca de una llamada, de algo, por parte de Joan, y noencuentro nada. Miro su última conexión; las siete de la mañana.Mi cuerpo se paraliza como si me acabaran de tirar un jarro de agua fría.Kylian. Viene tan rápido a mi mente, que no me da tiempo a apartar esepensamiento de mi cabeza. Recuerdo lo que me ha hecho hace apenas treshoras y mi corazón se paraliza.—No puede ser…Me llevo las manos a la cabeza y niego en repetidas ocasiones, ¿cómo hapodido pasarme esto a mí? Pienso y pienso en cómo solucionar esteescamoso asunto y no llego a ninguna conclusión. Llaman al timbre de miaparta
Las nueve menos cinco.Miro la moderna fachada de mi anterior «hogar», bajo la vista hasta mireloj, y saco las llaves del bolso. Abro el portal y sigilosamente entro en elascensor hasta llegar a mi planta. Sí, ha llegado. El olor a su perfume caro meenvuelve y asquea a la misma vez, no soporto a esta mujer. Meto la llave enel bombín y la giro, haciendo que la cerradura haga un leve chasquido alabrirse.Veo que está sentada en la mesa del salón comedor con las piernascruzadas. Lleva un traje chaqueta en un blanco impoluto, tamborilea la mesacon sus perfectas y cuidadas uñas, no hay cosa que me dé más rabia que esegestito, no se molesta ni en mirarme, sabe de sobra que he llegado. No hesido demasiado sigilosa que digamos, o mi antigua puerta no lo es, mejordicho.—Siéntate —ordena.Mal empezamos, y eso que acabo de llegar.—En todo caso, será siéntate, por favor.Me observa de reojo y una sonrisa