«La felicidad es tímida y espera ansiosamente a que la persigas con todas tus acciones. No le gusta hacer el primer movimiento, ¿quién lo haría?»JOAQUÍN—Parece que no lo tiene muy claro —se burla el doctor—. En todo caso, no puedes quedarte sin autorización.«¡Imbécil!»—Yo puedo autorizarlo —responde Carlos.«Le daré un regalo a este buen hombre».—Así será, entonces —dice el doctor con pocos ánimos.Le sonrío victorioso y me acomodo al lado de Mía.—Perfecto. Gracias, suegro —le digo, y este suelta una carcajada.Mía tose y le acaricio la espalda.—¿Estás bien, nena? —le pregunto, conteniendo las ganas que tengo de reírme.—Sí. Entonces, te quedarás conmigo.—Claro. Ya oíste, estoy autorizado.Los días pasan rápido. Mía se recupera, y el tiempo que no me encuentro en clases y en la empresa, lo paso en el hospital con ella. He dormido en el sofá durante tres noches y no aguanto la espalda, pero ha valido la pena. Me he encargado de su cuidado, asistiéndola para que se levante y dán
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