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Todos los capítulos de Vendida al Mafioso: Capítulo 21 - Capítulo 30
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21.
Franco se apoya en el colchón para levantarse y ver fijamente a Nora. Acaricia su rostro con ternura y sus ojos la examinan con adoración, como si nunca hubiera visto una criatura tan maravillosa y hermosa, era la mirada de un hombre perdidamente enamorado.  No hay palabras, solo un silencio, una pelea interna en cada cabeza. Que difícil era sucumbir y aceptar la realidad, pero una vez que se aceptaba, todo se volvía más fácil. Eso lo sabían, pero aún seguían aferrados a la negación. Cuando Franco está a punto de decir algo, la cama cruje tomándolos por sorpresa y golpea el suelo violentamente. Nora se engancha al torso de Franco y este la atrae con un brazo para protegerla, aunque no es necesario, simplemente la cama se había roto. Era un mueble viejo y había recibido los embates de una pareja joven, claramente no resistió. Franco se asoma y ve lo ocurrido: las patas rotas y la base sobre el suelo.  —Creo que se rompió la cama —dice con una sonrisa
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22.
—Aquí nadie nos ve, no tienes por qué fingir… —dice Franco tomando el rostro de Nora con ternura. Sintiendo que su alma se le rompe en pedazos, temeroso de que solo sea parte del trato entre Sandra y ella.—Te quiero, Franco… No debería… No te lo mereces… —dice Nora posando sus manos sobre las de él, presionándolas contra su rostro—. Me amenazaste, amenazaste a mi familia y me quitaste mi libertad. No te lo mereces… pero te quiero —añade entre sollozos.—Nora… —Franco se acerca un poco más, sin poder creer en sus palabras.—Tengo miedo… Después de haber renunciado a todo, no quiero terminar siendo usada… No quiero… que… de pronto te aburras y te deshagas de mí. No quiero ser una mujer en una habitación de tu casa mientras metes a otras en la cama —dice Nora retroced
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23.
Todo lo que había hecho Bernardo por Nora le había generado grandes repercusiones, unas no tan buenas como otras. Unos días se levantaba con ganas de buscarla en ese convento y matarla sin hacer preguntas, otros días anhelaba secuestrarla, sacarla de ahí y llevarla con él, obligarla a amarlo. Después de todos esos años, Bernardo no había encontrado a otra mujer que lo hiciera sentir igual. Al despertar de una noche de pasión y ver a la fémina desnuda a su lado, empezaban a llover todos los «hubiera»: «hubiera huido con ella, no hubiera matado a su padre, le hubiera dicho la verdad desde el principio». Al final, la vida seguía igual con todas sus suposiciones o sin ellas, el daño estaba hecho, ella lo odiaba de la misma forma que él la seguía amando. De pronto su teléfono suena, su timbre lo hace salir de sus cavilaciones. S
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24.
Nora regresa a la calma, todo vuelve a su cabeza y por fin sabe dónde está y cómo llegó ahí. Ese sueño siempre la trastornaba. Cubre sus pechos desnudos con las sábanas y recuerda el momento de pasión previo al sueño. Poco a poco regresa a la realidad, pero la preocupación de Franco no aminora. —¿Tuviste una pesadilla? —insiste su esposo, rodeándola entre sus brazos, queriendo arroparla contra su pecho. —Una pesadilla que hace muchos años no tenía —dice Nora acomodando su cabeza a modo de escuchar perfectamente el corazón de Franco—. Una pesadilla muy dolorosa. —¿Quieres contármela? —pregunta Franco aún somnoliento, ahogando un bostezo. —Soñé con el día que perdí a mi padre y me quedé en ese convento… —dice Nora en voz baja y con el corazón roto aprieta con más fuerza la cruz en su mano—. Él fue quien me dio esta cruz, quería protegerme metiéndome a ese lugar, quería que tuviera algo conmigo que me recordara a él y a mi madre, pero… yo… desprecié la cruz, la arrojé queriendo romp
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25.
Al mismo tiempo que Nora desaparece de la vista de Franco, una mujer menuda, de cuerpo muy esbelto, cabello castaño rizado amarrado en una coleta y una mirada feroz, entra, contoneando su cadera como si el peso de la placa de policía fuera suficiente para motivar el movimiento. Detrás de ella un par de policías de menor rango la acompañan, viendo todo con desconfianza, como si esperaran una emboscada. —Franco D’Angelo —pronuncia el nombre del mafioso con sorna.  —Detective… ¿En que la puedo ayudar? —dice Franco con una sonrisa arrogante y exceso de confianza. —Mirna Esposito —se presenta la detective y se mantiene altiva, viendo a los tres hermanos ante ella—. Vine antes a buscarlo, pero me informaron que estaba de luna de miel. —Así es, me casé la semana pasada. —Felicidades. ¿Dónde está la flamante señora D’Angelo? —pregunta la detective con interés. —Cansada por el viaje. ¿Qué necesita detective? —pregunta molesto, pero con una
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26.
—Eres una monja, las monjas no pueden casarse. Además… ¿Cuánto tiempo llevas de conocerlo? En ese convento dudo que hubiera la oportunidad —insiste Mirna con desesperación—. Ninguna amenaza que te esté haciendo es suficiente, en verdad, créeme cuando te digo que yo te puedo ayudar. —Mirna, me escapaba del convento por las noches para poder estar con él. Cada decisión que tomé lo hice con plena conciencia. Me escapé ese día para poder casarnos y de seguro mi madre y mi hermana están nerviosas y llenas de miedo por cómo actué, pero… todo está bien. —Nora miente una vez más y retrocede hasta poder abrazarse al torso de Franco quien la recibe con cariño entre sus brazos. —Creí que habías cambiado, Nora… —dice Mirna con los hombros caídos y desilusionada—.
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27.
D’Angelo deposita un tierno beso sobre el brazo de Nora, llamando su atención. —No necesitas hacerme ninguna clase de regalo —dice contra su piel—. Tu simple presencia en mi vida es suficiente —añade acariciando su mejilla y viéndola con anhelo.Nora deja a un lado el cuenco donde batía la masa y extiende sus manos hacia Franco, este la toma en brazos, manteniéndola así por unos segundos, mientras admira su rostro y le sonríe con ternura antes de bajarla.—Siempre tan madrugadora. —Toma el rostro de Nora entre sus manos y besa su frente. —No quise despertarte —responde Nora presionando las manos de Franco contra sus mejillas, deleitándose por su tacto. —¿Por qué no? Me hubiera encantado que lo hicieras —dice Franco frotando su nariz contra la mejilla de Nora. Siempre que se ponía romá
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28.
—Sandy, entiendo tu punto, pero… ¿Qué esperas que haga? ¿Qué lo abandone? Sabes lo importante que es para mí, sabes por qué… —Franco no puede pronunciarlo. Muchos años antes, su madre, Mónica D’Angelo había enfermado. La señora D’Angelo era una buena mujer que le gustaba hacer beneficencia y ayudar a los desvalidos, compensaba de esa forma la culpabilidad que la asediaba desde el día que aceptó casarse con Carlo D’Angelo por amor.  Lamentablemente, así como cuidaba de los demás, se descuidaba a sí misma y cayó enferma en un momento donde Carlo no tenía el poder económico suficiente para ayudarla. Los cargamentos de armas habían sido confiscados y el banco que se encargaba de llevar la contabilidad de su dinero, así como de lavarlo, estaba clausurado por la policía.
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29.
De pronto las puertas de la bodega del bar se abren de par en par y un hombre con la cabeza sangrante y mirada de loco sale buscando escapar de lo que sea que lo atormentaba allá adentro. Con el rostro desencajado, huye del monstruo que lo mantenía preso. Cuando ve a Nora no duda en precipitarse hacia ella, tomando una de las botellas rotas de la barra, la usa como rehén. —¡Aléjate de mí «maledetto figlio di puttana»! —grita el hombre dirigiéndose a las puertas de la bodega, pero ante los ojos de Nora no ve a nadie, estas se mantienen entreabiertas mostrando la oscuridad que reina en todo el local y se concentra en el almacén.—¡Suéltala! —grita Vera levantando su arma hacia el hombre que mantiene secuestrada a Nora.Claramente esta no era la idea que tenía en mente. En ningún momento quería poner en peligro a Nora y no porque no qui
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30.
—Armenta manejaba una «casa de citas», el bar solo era la entrada al prostíbulo… No le vi problemas mientras pagara, además, aseguraba que las mujeres estaban ahí por iniciativa propia y así parecía… —Franco se sacude la cabeza con ambas manos y se recarga sobre el respaldo del asiento—. El dinero comenzó a dejar de llegar y… Giordano descubrió que no solo obligaba a las mujeres a prostituirse, sino que empezaba a meter niños al negocio. Eso es… grotesco.Nora sonríe y baja la cabeza, recordando las palabras de Augusto:—«Podrás ser un perro mafioso, pero eres un perro mafioso decente». —Sonríe de lado y ve de reojo a Franco, notando su sorpresa por la frase y esperando no haberlo ofendido.—Déjame adivinar… ¿Augusto te dijo eso? —pregunta correspondiendo la sonrisa y Nora
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