Si algo era realmente seguro, era que Carl Renfield, era un hombre demasiado egoísta y caprichoso, tanto, que sin duda alguna siempre se salía con la suya. Sentía las miradas a mi alrededor, todas ellas juiciosas, una que otra maliciosa y unas pocas mas con demasiada lastima, y todo aquel remolino de sentimientos, iban dirigidos hacia mi persona.Por supuesto, una novia siempre era el centro de atención de todas las miradas en el día de su boda, y el blanco vestido de princesa que llevaba, gritaba a todas luces que yo lo era, una hermosa novia que fingía una sonrisa en el que, se suponía, era el día mas feliz de mi vida, sin embargo, todo aquello no era mas que una farsa, una farsa bien hecha planeada por ese hombre que, arrogante, me esperaba en el altar de la iglesia. Podía verlo allí, de pie, esperando casi impaciente mi llegada, con aquella sonrisa que yo aborrecía tanto y que despreciaba mas que a nada en el mundo. Ese hombre, había logrado comprarme, mi padre y mi madre, me ofre
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