Quedé petrificada, pendida de la escena, era como si aquella luz, qué brotó de Adrián, desterraba la oscuridad que yacía en el cuerpo de aquel animal. La forma se evaporó muy rápido de las manos de Adrián, despidiendo un humo negro que se elevó dejando una estela a su paso y un gemido lamentoso. Adrián cayó exhausto al piso, José y yo fuimos a su encuentro y lo abrazamos con la mente confusa.—¡Patrón, nos ha salvado! Eso no era un animal, era un demonio —manifestó, el muchacho aun temblando.—Debemos avisar a los demás trabajadores y alertarlos, hay que revisar el perímetro —dije con el alma aún en la boca. —O traer a un sacerdote para que bendiga el lugar.—No hallarán nada —dijo por fin Adrián, dejándome oír su hermosa voz —Esa cosa no era un animal, ustedes mismos lo vieron.—Tampoco usted lo es… Usted no es humano completamente —manifestó el muchacho. Adrián miró a José y le dijo: —No quiero que vengas más de noche por aquí. —Entiendo, patrón, no se preocupe —le respondió.—¿Adri
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