Estefanía.El día había amanecido triste, a pesar de que el sol era radiante, no calentaba mi alma. Existían motivos para continuar con mi tristeza; Joaquina desapareció de la hacienda varias semanas antes, en un momento temí y llegué a pensar que Elizabeth le había hecho daño. Rosa me confesó que Joaquina se había marchado al siguiente día de la disputa con Elizabeth. No se fue sola, Casimiro se marchó con ella. Lo que más me dolió de su decisión era qué ni siquiera me dijo adiós. Esos días fueron para mí un suplicio, temía que alguien, enviado por Elizabeth, los hubieran atrapado y castigado por haberse fugado. Ese mismo día llegó el notario más temprano que las otras veces, Rodolfo no estaba y Elizabeth aún dormía. De aquella conversación nada supe, puesto que mi madrina dio la orden que los dejaran solos. Ni siquiera Adrián pudo entrar.Aquel comportamiento de Ana Álamo me preocupó; entre nosotras nunca existió secretos y aquel sigilo con que acompañaba sus decisiones, últimamente,
Podía sentirlo en todo aquel entorno, pero estaba tan devastada por ver a mi madrina tan frágil, hablando tantas incoherencias, que el recuerdo acabó con la poca paz que logré admirando el río. Caminé entre las piedras que circundaban el río, hasta llegar a un estanque natural completamente cristalino. Conocía su existencia por boca de Joaquina, era allí dónde se citaba con Casimiro y de verdad que era un sitio hermoso, mucho más de lo que imaginé. No pude evitar que las lágrimas aparecieran nuevamente ante el recuerdo, las limpié con el dorso de la mano y continúe caminando por las rocas que sobresalían cerca del estanque.—Estefanía… —oí mi nombre. Grité y giré exaltada para darme cuenta de que era Adrián quien se acercaba a mí con pasos apremiantes, aquello logró que perdiera el equilibrio y fuera a dar dentro del estanque hundiéndome completamente entre las aguas del río. A pesar de que no sabía nadar, el sumergirme en el agua tuvo un efecto anestésico en mí que lejos de asustarme,
Momentos más tarde. Me tambaleé hasta su cama, mis piernas no respondían mis órdenes. Rodolfo se levantó de la silla que reposaba cerca del médico que hacía la carta de defunción, los dos hombres, al verme, se apartaron para que yo me acercara a ella. La expresión de mi rostro logró que Rodolfo volviera a llorar.Tomé sus manos entre las mías, estaban sin el calor habitual que tantas veces me arropó y acarició. Aquel contacto logró desvanecerme y sentí un fuerte golpe en la boca de mi estómago.—Me dejaste sola… Esto me parece un mal sueño. Hace apenas unos días te tenía y ahora ya no estás —logré decir con dificultad. Mis palabras me dolieron y me abrieron desde adentro como si se tratasen de cuchillas. Sentí la mano de Rodolfo posarse sobre mi espalda. El doctor decidió salir para dejarnos a él y a mí, vivir el dolor qué nos embargaba y nos unía.—Siento que me muero —rompí a llorar nuevamente y me fui sobre el cuerpo de mi madrina. Lloré desconsoladamente sobre su pecho sin vida, s
Desperté de golpe y con la respiración agitada. Arrodillado cerca de mí estaba Adrián con los ojos cerrados murmurando palabras que no entendí. Tenía su mano puesta sobre mi frente. —Adrián, ¿qué haces aquí? —Le pregunté. Él abrió los ojos—. ¡Debo estar soñando aún! —fue mi primera reacción al ver sus ojos negros cambiando a verdes y brillantes—. ¿Dios mío, quién eres? —Inquirí levantándome rápidamente de la cama. Él no respondió, estaba como ido y frente a mis ojos el verde de los suyos, se fue apagando para volver a poseer su color natural. Permanecí sin habla ante aquella visión. Adrián perdió el conocimiento. Lo tomé en mi regazo y coloqué su cabeza sobre mi falda. Estaba caliente; entonces acerqué una almohada y sé, la coloqué debajo de la cabeza y fui rápidamente a buscar agua. Escuché los cánticos de las oraciones que elevaban en nombre de mi madrina, cuyas letanías me devolvieron a la única realidad que en ese momento me importaba: ¡Ella estaba muerta! Rosa subía en pasos ap
Estefanía. Un mes después. Estefanía, estoy preocupada por ti —dijo Rosa, extendiéndome una taza de café. —Ya no me interesa que Elizabeth continúe amargándome la existencia. Sin mi madrina esta casa ya no es la misma… —mis palabras eran apagadas. —Aun así, mi preocupación es profunda. Niña no quiero que esa mujer te haga daño, la escuché hablando con el patrón sobre la tal Eva. En el momento en que aquel nombre salió de los labios de Rosa, me levanté rápidamente de la silla. —¿Qué dijo? —Mi voz era apremiante. —Quiere invitarla a qué venga por una temporada y conquiste al joven… —sentí palidecer al oír eso. —¿Y qué contestó Rodolfo? —Él no está de acuerdo, dijo que la muerte de su madre estaba muy reciente como para traer invitados —su respuesta me devolvió la paz; sin embargo, ya sabía que Elizabeth venía con todo. Rosa se sirvió café, bebió un buen sorbo y continuó: —También oí cuando le pidió contratar a un nuevo capataz. Dijo que con el que está no basta ¡Sabrá Dios con
—Claro que no me importa. Lo que tú me has dado no se compara con todo el dinero del mundo —sus palabras me calmaron y el sosiego hizo acto de presencia. Sin embargo, el frío de su partida continuaba fustigando mi alma. —Sabes Estefanía, en un momento valoré la idea de tomarte y llevarte conmigo, de huir juntos y mandar al diablo a todos… no sabes cuánto he luchado contra este instinto y más ahora después de lo que sucedió en el río. Sentí esa pasión tan ferviente con solo sentir tu cuerpo junto al mío, no puedo imaginar cómo me sentiré cuando te haga mía. Esta noche podría dejar ganar mi corazón, porque por la manera en que me siento podría perder el control; tomarte en mis brazos y nunca soltarte —su declaración logró sonrojarme, él posó su mano sobre mi mejilla, su tacto logró qué cerrara los ojos. —Solamente puedo preguntarme cómo me haría sentir tocarte sin limitaciones, pero si aprovecho esa oportunidad correría el riesgo de dañarte, así que debo guardar esto para mí. Mi amor
Quedé petrificada, pendida de la escena, era como si aquella luz, qué brotó de Adrián, desterraba la oscuridad que yacía en el cuerpo de aquel animal. La forma se evaporó muy rápido de las manos de Adrián, despidiendo un humo negro que se elevó dejando una estela a su paso y un gemido lamentoso. Adrián cayó exhausto al piso, José y yo fuimos a su encuentro y lo abrazamos con la mente confusa.—¡Patrón, nos ha salvado! Eso no era un animal, era un demonio —manifestó, el muchacho aun temblando.—Debemos avisar a los demás trabajadores y alertarlos, hay que revisar el perímetro —dije con el alma aún en la boca. —O traer a un sacerdote para que bendiga el lugar.—No hallarán nada —dijo por fin Adrián, dejándome oír su hermosa voz —Esa cosa no era un animal, ustedes mismos lo vieron.—Tampoco usted lo es… Usted no es humano completamente —manifestó el muchacho. Adrián miró a José y le dijo: —No quiero que vengas más de noche por aquí. —Entiendo, patrón, no se preocupe —le respondió.—¿Adri
No quise apagar las velas de mi alcoba, estaba muy nerviosa y pensativa. Me aferré a mi edredón tratando de calmarme, pero el miedo no se iba. Cerré los ojos para dormir, pero lo que logré fue ver nuevamente la imagen de Adrián enfrentándose a aquella bestia, luchando como una fiera para protegernos a José y a mí… “¿Quién eres Adrián Álamo?” Era una pregunta que no se iba de mi mente y que no tenía respuesta.Poco a poco y en contra de todo pronóstico, sentí que el sueño llegó. Estaba entre la delgada línea del sueño y el estado consciente, cuando a lo lejos escuché el vals que bailé junto a Adrián en el cumpleaños de mi madrina. Mis ojos viajaron en aquel mar de recuerdos grabados en mi inconsciente. Me vi bailando con el hombre que amaba y desde la distancia, mi madrina me contemplaba sonriente, sentada alrededor de la mesa principal, junto a Rodolfo y Libia Aristimundo. Ella alzó su copa, me sonrió y me dijo: “¡Sé feliz! Deja que el amor te envuelva.” Leí esa frase en sus labios y