Samara continuó mirando por la ventana del avión, mientras admiraba como desde esta altura, el cielo se veía como otro mar. El avión aterrizó casi a las seis de la tarde, hora de Francia, pero doce del mediodía, hora de New York. André tuvo que remover a Samara que pareció perdida en cuanto despertó. Él la cubrió con su chaqueta cuando salieron del avión, y le indicó a Connor que estuviera pendiente de su abuelo en el transcurso del camino. Hubo oraciones cortas de parte de todos, y André le ordenó al conductor que los recogió, que se dirigiera a su casa más grande, que estaba ubicada en Calle 57, Nueva York. Una zona exclusiva en todo el sentido de la palabra. Y aunque era apenas medio día, todos se sentían exhaustos por la diferencia horaria. —Tu padre está llamando… —comentó Pierre hacia André, mientras este rio. —Le dará un ataque, así que, es mejor que lo enfrentes de una vez, y le digas que no se meta en tus asuntos. El abuelo sonrió para descolgar la llamada, mientras An
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