Samara estaba aterrada y muy decepcionada. El auto se movía, los hombres solo hablaban en secreto, y ella intentó trasladar su mente con los ojos cerrados, aquel momento cuando Jalil le dijo por primera vez que huirían. En ese momento sonrió, recordaba la magnitud de su alegría, después de dos semanas en que su madre había soltado su mano para siempre. Recordó como Jalil la abrazó, y también como la llamó “bonita”. Su corazón se había calentado, incluso hablaron de que tendrían tres hijos cuando llegaran a Francia, y que vivirían en Marsella, cerca del puerto. —Vamos, anda… —la voz del hombre a su lado la hizo abrir los ojos. Se dio cuenta de que el auto estaba detenido, y que estaban en un gran estacionamiento. Se apresuró a seguir al hombre, y luego se detuvo cuando vio una construcción enorme por detrás, que destilaba humo, luces, y música amortiguada por sus paredes. —Es mejor que camines, Alí me dijo que te recordara, que si hacia un mal movimiento, tu novio sería carne p
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