Solo la penumbra cubría la habitación, Gabo parpadeó abriendo los ojos, carraspeó sintiendo su garganta seca, la cabeza pesada, aún se sentía algo mareado, entonces logró distinguir que ya estaba en casa, pero no recordaba ni como llegó. Estiró su brazo y encendió una de las lámparas, enseguida se puso de pie, fue al baño, se mojó el rostro, y se miró al espejo, se veía fatal. Luego salió hasta la cocina en busca de agua, y fue ahí que se encontró con Pau, quien estaba preparando la cena. —Hola —saludó, y abrió la puerta de la nevera, sacó una botella con agua, la destapó y bebió de un solo golpe. Pau inclinó su rostro y sintió cómo su cuerpo temblaba al escucharlo. —¿Cómo estás? —indagó bajito. —Terrible —respondió Gabo, sacó una de las sillas de la mesa de desayunador, y tomó asiento—. La cabeza me estalla —informó. —¿Sabes quién me trajo? —cuestionó llevándose las manos al cabello. Pau sacó una bebida hidratante y le retiró el agua. Tomó un par de aspirinas y las puso sobr
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