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Carlos Gabriel se hallaba revisando una facturas en su computador, estaba tan concentrado en su tarea, cuando las voces de dos mujeres interrumpieron su labor.

—Señorita no puede pasar —informaba la asistente.

—Yo no necesito tu permiso —dijo la otra mujer.

Gabo se puso de pie, arrugó el ceño, al reconocer aquella voz, entonces caminó hasta la puerta, y la abrió. Resopló y apretó sus dientes al verla ahí.

—Por favor, escúchame —suplicó.

—No tenga nada que hablar con vos —rebatió él con firmeza.

La mirada de Melissa se cristalizó, y la garganta se le secó.

—Hazlo por los años que vivimos juntos —suplicó con la voz entrecortada.

Gabo inhaló profundo, y negó con la cabeza.

—No tengo tiempo, estoy ocupado —informó con seriedad.

Melissa sin darle tiempo a reaccionar se aproximó a él, y se cayó de rodillas frente a él, lo tomó de las piernas.

—Por favor, perdóname, vengo en son de paz —aseveró.

Carlos Gabriel arrugó la frente, la tomó de los brazos y la hizo ponerse de pie.

—No
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