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Justo en el momento en el que dejaron a Gabito, con Sam y Óscar, en el estacionamiento del edificio donde vivían Paula María sentía una sensación de tristeza que trataba de disimular.

Angelito sonrió con emoción al observar que Óscar y su familia descendían del ascensor con el equipaje.

—¿Listo para irnos, campeón? —cuestionó mirando al niño.

Gabo bufó.

—Dirás querido yerno. —Carcajeó divertido.

Óscar arrugó la frente.

—No me simpatizas. —Lo señaló con su dedo índice.

—A mí me enseñaron a decir siempre la verdad —Volvió a reír.

—Creo que deseas otra dosis de la patada voladora de mi hija.

Gabo colocó con discreción sus manos en la entrepierna.

—No gracias —expresó con seriedad.

Norita tomó de su chamarra a Óscar, y la sacudió para que captara su atención.

—Papi, acuérdate que me prohibiste volver a golpear a mi tío Gabo, porque no está listo para mi super patada —expresó sonriente, imitando hacerla.

—Yo escuché cuando le dijiste que no lo podía hacer —Angelito mencionó también.

Sama
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