36. Efusivos y apasionados
BellaNo tuve ni siquiera la mínima intención de despedirme de Sandro cuando detuvo el auto frente a la escalinata de mi casa. Las luces del jardín estaban prendidas cuando llegamos y también lo hicieron las de la entrada. Uno de los guardias de seguridad se aseguró de reconocer los rostros dentro de aquel auto y fue Sandro quien, con un asentimiento de cabeza, hizo que se marchara.—Bella… —Comenzó a decir, calmado y de algún modo apenado, pero ni siquiera permití que formase alguna oración cuando le interrumpí.—Quiero descansar, Sandro, por favor. —Mantuve siempre la vista puesta fuera de la ventana, me negaba a mirarle, sin embargo, escuché como respiraba.—Estoy poniendo mucho de mi parte, Bella, pero tu insistes en cambiarme los ánimos.—No te esfuerces demasiado. —Susurr&eacut
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