Cirina gimió en voz baja, haciendo que los hombres se acercaran aun más a ella. Volvió a emitir el mismo sonido y se giró de repente hacia ellos, haciendo que asustados se apartaran de ella. El chillido de las espadas al ser desenvainadas se escuchó en el ambiente, y en ese momento, ella gritó del pánico… Sí, era un pánico real, un pánico envuelto con una pizca de astucia, ingenio y engaño. ¡Perfecto! Esa era la mezcla que precedía a un auténtico fraude, su mentira. —¡Yo no fui, lo prometo! ¡Yo no fui quien envenenó a Alimceceg khatun! Los hombres la miraron confundidos. Ella yacía en la nieve, su cuerpo tiritaba del frío a pesar de que llevaba ropas gruesas, las manos ya ni siquiera las sentía y el ardor en su labio roto ya se hacía demasiado insignificante ante el peligro de muerte que tenía frente a ella si no lograba engañar al factor riesgo. Tenía el rostro enrojecido por el frío y los ojos secos por
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