—¿Por qué me haces esto? —susurré cuando sus labios se separaron de los míos—. ¿Por qué, Diego? ¿Por qué te empeñas en lastimarme?—Lo que menos deseo es lastimarte, mi amor. —Sus manos seguían aferradas a mi rostro y cerré con fuerza los ojos para no caer en la tentación de afianzarme a él mediante un abrazo. Con él no sería feliz jamás si no se abría, si no era honesto y se liberaba de los fantasmas que lo atormentaban y, por muy doloroso que sea, su tiempo para hacerlo se terminó.—Es lo que haces siempre, Diego. Créeme que, si pudiera, estaría a tu lado como siempre, porque que te amo, pero ya no puedo seguir, ya no puedo estar cerca de ti sin saber qué sientes, sin saber qué sucede aquí. —Coloqué la palma de mi mano sobre su pecho—. No soy de hierro, D
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