Rosario recorrió todo el barrio preguntando, con vergüenza, si algún vecino podría haber visto a sus hijos. Cada tanto volvía a su casa, siempre por el mismo camino, pasando frente al almacén de Carlos. El hombre la miraba con sus treinta y largos años, al principio con sus ojos desafiantes. Sin embargo, con el pasar de las horas, entendía que esa mujer estaba desesperada. Al rededor de las 20 horas, tal vez en uno de los últimos recorridos que se cruzarían, decidió hablarle.— Rosario, espera.— Intentó correr para cruzar la calle de barro, llena de cráteres.-¿Qué quere?— Respondió seca, agresiva, creyendo que podía volver a atacarla con sus palabras.-¿No sabe nada de lo nenes?— Sus parpados mostraron clemencia y tregua, aunque sea por ese instante.— No.— Exclamó firme, p
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