En medio de un claro en la selva, alejados por kilómetros de cualquier curioso, siete resplandores refulgieron como si de fuegos se tratase.La sacaron con suavidad, apoyándose entre todos, sucios hasta los pies, resoplando y usando la nave de Efxil como grúa. Después de horas cavando, por fin encontraron lo que tanto ansiaban, por lo que la expectación llenó el ambiente. El pálido sol de la mañana los cubría, único testigo de la proeza de los Daosledianos.Cuando lo tuvieron en el suelo junto al agujero, Maerius lo contemplo como se mira a un tesoro. Aunque llena de suciedad y óxido era majestuosa: un monumento, un recordatorio de los hombres y mujeres que la construyeron allá en Daosled, hace tantos años, de los que él era descendiente. Un sentimiento de patriotismo y de estúpida nostalgia lo invadió.Se sacudió de la cabeza tales sensaciones
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