MYTLEN

El día amaneció frío, con nubes grises y un viento funesto que helaba los huesos.

Permaneció casi una hora recostada en la cama después de despertar, envuelta en las cálidas cobijas, mirando como Jeynz dormía. Mientras se preguntaba por céntima vez qué le llevó a querer tanto a la niña, dio la vuelta y sus ojos llegaron al techo.

Aún bajo el peso reconfortante de sus cobijas no pudo evitar pensar en lo sobrenatural que resultaba la pequeña niña dorada, con esa especie de halo único que la hacía atrayente y peligrosa a la vez, los muchos choques “eléctricos” provocados por el roce de sus manos, la experiencia maravillosa y aterradora de la enfermería.

Por más veces que le preguntase a Chrys sobre quien en verdad era la niña, lo único que el hombre afirmaba era que necesitaba cuidarla como se cuidaba a ella,

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