JEORG

Aterrizó sobre las ruinas del edificio. Por una vez no le importó que los humanos lo viesen. Por una vez se preocupó de verdad por uno.

Su “salón del trono”, que era una réplica en pequeño del verdadero Salón Dorado del Palacio Rojo de Laegul, estaba hecho de tal modo que funcionaba a la vez de centro de operaciones y bunker para el peor de los casos, si bien ni él mismo tenía claro cuál sería el peor de los casos. Esa era la razón por la cual las paredes del salón no dejaban salir ni ingresar ningún tipo de señal de comunicación que no fuesen las de las computadoras o las de su propio brazalete.

Ahí dentro un celular no servía para casi nada. Ahí dentro, el celular que usaba para comunicarse con Chrystiane no recibió ninguna de sus desesperadas llamadas, mucho menos la docena de mensajes que escribió como &uacut

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