A veces el dinero no te da lo que más quieres. Esa frase bailó en la mente de Marissa con demasiada claridad, contoneándose como si se regocijara de ser cierta. Observaba a Simon, su prometido, a través de la amplia sala. Él contemplaba la vista de Jersey City, que desde los ventanales de cristal de su apartamento se podía apreciar con toda claridad. Gracias a que era verano, el paisaje era claro y llamativo. Simon, sin embargo, no se veía como siempre: erguido, poderoso y orgulloso de ese poder. No, Simon parecía más bien derrotado, y ella odiaba eso. Hacía pocas semanas había descubierto que su prometido se había enamorado de otra mujer, una que no era ni medianamente hermosa, ni rica, ni sofisticada, como lo era ella tal vez, pero había logrado atrapar el amor de un hombre como él. Ella y Simon estaban prometidos casi desde que ambos eran adolescentes gracias a que sus padres se conocían también desde hacía mucho tiempo, y había
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