Duncan se metió en su Audi luego de despedirse Edmund Haggerty y cerró la puerta con fuerza. Se puso la mano en el pecho y por unos minutos se concentró en normalizar su respiración y su ritmo cardiaco. La había visto, era ella, tan hermosa, con el cabello recogido en una trenza que le llegaba a la espalda, pues el cabello le había crecido bastante en esos últimos cuatro años. Delgada y perfecta. Su Allegra. No, no era suya, tuvo que recordarse, nunca lo había sido. Y ese había sido su mantra cuando se dio cuenta de que no saldría tan ileso luego de verla. Ah, sí, Allegra, tan hermosa, tan perfecta, tan mentirosa. Puso el auto en marcha y salió dispa
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