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40 chapters
30
Duncan abrió los ojos y vio a Allegra.Oh, bien, ahora estaba delirando.Allegra estaba allí, más hermosa que nunca, y lo miraba a los ojos con mil preguntas en su mirada. Él, tan débil como estaba, sólo atinó a sonreír. Alzó una mano hacia ella y acarició una de sus aterciopeladas mejillas.—Tan hermosa.—Lo mismo decía yo –farfulló ella, y él frunció el ceño.—Debo estar muy enfermo, si te traje aquí con mi imaginación.—No sé si con tu imaginación, pero sí que estoy atrapada aquí —Dun
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Allegra despertó con una extraña sensación. Había algo fuera de lugar allí, alguien la tenía abrazada, como cuando…Como cuando despertaba abrazada a Duncan.Oh, diablos, ¿qué era toda esa locura?Se movió lentamente, y se encontró con que, efectivamente, estaba abrazada a Duncan.Cerró sus ojos y recordó de golpe. Había ido hasta allí para preguntarle qué demonios buscaba con eso de devolverle la empresa a cambio de nada, para luego quedar encerrada en su habitación gracias a Nicholas. Luego descubrió que él estaba enfermo, y por tanto, en una actitud más comprensiva, y después, cediendo a su orden de dormir una sie
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Cuando llegaron al video que ambos habían visto cuatro años atrás, ella se puso en pie dirigiéndose al televisor. Al ver sus intenciones, él la detuvo.—¡Ese maldito! –Exclamó Allegra en un grito de aflicción—. ¡En cuanto lo vea lo mataré! ¡Esta vez te juro que no fallaré y lo mataré!—Ya, ya. Lo encontraremos y le haremos pagar.—¡Pero mira lo que me hizo! ¡Por su culpa! ¡Por su egoísmo!Duncan la abrazó fuertemente.Ella empezó a llorar de nuevo y él no dejó de abrazarla, masajearle la espalda y consolarla. Él también sintió
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—Estar enfermo es un asco –dijo Duncan, molesto, y escuchó la risa de Allegra.Estaban tirados en el piso con moqueta, abrazados, pero él estaba débil todavía.Quería con toda su alma hacerle el amor, pero entre que las drogas le producían sueño, y le dolían todos los huesos del cuerpo tanto por la paliza, como por el malestar, no había podido continuar con el juego de besos y caricias en el que Allegra lo había metido tan seductoramente.—Recupérate, y te haré el amor otra vez.—Mmmm… ¡cuánto te he extrañado!—No más que yo –él se echó a reí
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 Allegra despertó con un suspiro, de esos que sueltan los niños cuando se han quedado dormidos llorando.Miró alrededor y se quedó quieta; no reconocía del todo aquella habitación.—Buenos días, princesa –era la voz de Duncan. De hecho, estaba sobre él en un sofá.Se recostó de nuevo sobre su cuerpo, besando su pecho amplio a través de la camiseta que llevaba puesta. Era una lástima que él estuviera tan enfermo, pues deseaba con toda su alma desvestirlo para volver a estudiar su cuerpazo como lo había hecho hacía cuatro años.—Es real, estás aquí –susurró
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Haggerty miró a la pareja muy complacido consigo mismo. Estaban sentados juntos en un mueble frente a él en su oficina de la Chrystal, y no le había pasado por alto los cuchicheos que se alzaban fuera mientras los tres hablaban. Ya una secretaria lo había interrumpido con la excusa de hacerle firmar un papel, sólo para echarle una buena ojeada a la pareja que mantenía sus manos entrelazadas.—Bueno, sabía que al final me besarías los pies –se ufanó el anciano, perfectamente seguro de que si estaban unidos de nuevo era gracias a su “gestión”, como prefería llamar al secuestro de Duncan.—No digas tanto. Me golpearon y casi me rompen los huesos, además, estuve enfermo tres días porque no tuviste la delicadeza de climatizar esa habitaci&oa
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Cumpliendo su promesa, Duncan salió temprano de su oficina, o lo más temprano que pudo, y salió de inmediato en su Audi hasta su apartamento de soltero, donde se ducharía y se cambiaría de ropa para ir a verla. No era cosa de ir al encuentro con su mujer con los mismos trapos de esa mañana, y su apartamento estaba más de camino que su casa.Al llegar a la mansión Whitehurst, Boinet lo condujo a una de las terrazas de la mansión. La noche era fresca, pero el sitio era cálido gracias a una chimenea exterior. Los muebles eran de hierro forjado y cristal, lo que le daba un ambiente rústico, cálido y acogedor.—No conocía este lado –le dijo al verla. Ella llevaba una blusa negra ancha, con una V profunda en la espalda. No llevaba sostenes, wiiii…<
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Despertó y se quedó quieta, tal como había aprendido que había que hacer en esos casos. Pero luego se desesperanzó al recordar que todos esos cursos de defensa personal los había recibido junto con el que ahora era su secuestrador.De todos modos, intentó no mover un musculo y que su respiración no la delatara. Entreabrió los ojos y se encontró sentada, con las muñecas atadas con cinta y la boca sellada. En derredor no había nada, ni un mueble, sólo suciedad.Cuánto tiempo había estado inconsciente? Una hora? Dos? Sentía que aún llevaba su reloj en la muñeca, pero le era imposible mirarlo para saber cuánto tiempo había pasado desde que fueron atacados en el coche.El cab
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Duncan estaba a punto de enloquecer.En la mañana no había podido contestar la llamada de Allegra por culpa de su montaña de trabajo, el teléfono móvil timbró y timbró, y cuando al fin pudo contestar, ella había colgado.  Le devolvió la llamada tan pronto como le fue posible, pero luego fue ella la que no le contestó.Llamó a la mansión para hablar entonces con Edna, y ésta muy tranquilamente le dijo que había salido a su cita con el médico. Luego intentó contactar a Boinet, pero tampoco le fue posible, así que se preparó para acudir a la cita con Worrell, de todos modos, aunque con un mal presentimiento, pues sólo una vez en el pasado ella había estado tan incomunicada, y no quería ni recordar todo lo que
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—¿Qué es todo esto? ¡Por Dios! ¿Trabajo para una familia o para un circo? –Exclamó Edna, mirando hacia el jardín.Dos niños idénticos, de cabellos oscuros y ojos azules, con apenas veintidós meses de edad cada uno, correteaban de un lado a otro mientras un par de adolescentes idénticos, de unos trece años, los perseguían con la manguera de agua abierta y rociándolos.—¡Paul! Kevin! ¡Dejen de hacer eso! ¡Jesucristo! Tenía a esos dos diablillos listos para la visita del abuelo Haggerty ¡y miren lo que hicieron!—Haz que ellos mismos los vistan de nuevo –le aconsejó Nicholas, tirado en una tumbona con lentes de sol y una revista en las manos, ignorando la
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