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INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓNAsí como estaba, no parecía Allegra Whitehurst, la gran heredera de la Automotriz Chrystal.Así parecía, más bien, una transeúnte más.Lágrimas negras recorrían sus pálidas mejillas, y su boca iba torcida en un rictus amargo, de quien no puede contener un sollozo más.Y no pudo. Sin mirar atentamente dónde se sentaba, dejó que sus lágrimas corrieran, y los sollozos se escaparan. ¿Qué importaba la gente que miraba? Ninguno de ellos la conocía, había seguido el consejo de sus padres de ser más bien anónima ante el mundo y no atraer la atención sobre sí misma ni sobre su for
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1
  —Esa cara me dice que hoy tampoco hubo suerte— Dijo Kathleen Richman mirando a su hijo llegar y quitarse el impermeable para dejarlo sobre un gancho al lado de la puerta. Duncan la miró como disculpándose. Debajo del impermeable, llevaba un traje con corbata. Era la enésima entrevista de trabajo a la que iba, y la enésima en la que le decían: “Ya lo llamaremos”. —Creo que causé una buena impresión al jefe de área. Incluso llegamos a bromear de las constantes lluvias esta semana. —Ajá –Dijo Kathleen con tranquilidad, intentando no llevarle la contraria para no desanimarlo más de lo que él ya estaba, aunque intentaba disimularlo— Ven aquí, siéntate, ya te caliento tu sopa.

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2
    —Cuántos currículums. Ayer apenas si pude hacer un par de entrevistas –dijo Allegra, mirando las más de diez carpetas con la información de muchos hombres solteros apiladas sobre el escritorio de madera. Edna no la miró fijamente. Aquellas carpetas las había hurtado en complicidad con una secretaria del departamento de personal de la Automotriz Chrystal. Pero aquello era probablemente un delito federal y moriría en el infierno si Allegra se daba cuenta. —Sí, quizá tengas más suerte esta vez. Había sido su nana desde que había nacido; En aquella época Edna tenía 14 años, pero los Whitehurst acudían a ella cuando la niña hacía sus berrinches tan graves que ni la señora ni el señor podían controlarla. Cuand
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3
 Unas puertas dobles se abrieron y antes de entrar, Edna lo hizo inclinarse para que ella pudiera susurrarle algo al oído:—Quédese quieto aquí, mi jefa vendrá a usted. Haga todo lo que ella le diga, y si no sabe usar los tenedores, por favor, sólo mire a los demás, no es tan difícil.Extrañado ante esas recomendaciones, la miró ceñudo otra vez, pero Edna desapareció tras las puertas dobles. Se hizo consciente entonces de la música de cámara, de la cháchara de los presentes y que todos, exactamente todos, iban vestidos con ropas que en alguna ocasión debieron lucir modelos en alguna pasarela de Milán.El salón estaba ricamente panelado de arriba abajo, y en
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4
 Duncan encontró a su madre sentada en el sofá, frente al televisor encendido con volumen bajo, y dormida.—Eres una pena de mujer –susurró sonriendo, y se inclinó a ella para alzarla en brazos y llevarla hasta la cama.—Te vas a herniar, Tim –dijo ella entre sueños.—Lo haría con gusto por mi chica —contestó él, y la vio sonreír, aún dormida.Luego de dejarla en la cama y arropar a los gemelos, entró a la cocina a destapar ollas y cacerolas. Sólo había consumido un trago de su copa de vino y nada más. Moría de hambre.Afortunadamente había
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5
  Luego de cerrar la puerta, Duncan dejó escapar el aire. Allegra corrió hacia él. —¿Cómo te fue? ¿Fue muy horrible? ¿Sigues vivo? –él sonrió. —Cómo se ve que lo conoces. —Bueno, ha sido algo así como un padre sustituto. —Sí, algo de eso me dijo. Pero no te preocupes, tengo empleo. —Gracias al cielo –sonrió Allegra. Duncan la miró fijamente. —Tengo el presentimiento de que nos está mirando. —Sí, está asomado a la ventana que da aquí. —Bueno, entonces se hace obligatorio… —Se i
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6
—¿Que hiciste qué? –gritó Edna Elliot abriendo grandes los ojos— ¡Cuando dijiste que ibas a casa de ese hombre, estaba segurísima de que lo hacías con Boinet! ¿Dónde estaba él de todos modos? ¿Cómo es que permitió que fueras sola a un sitio así? —No fui sola, fui con Duncan –contestó Allegra con tranquilidad, recostándose en el diván que estaba a los pies de su enorme cama en su enorme habitación. –Además, todo el mundo exagera, el cine y la televisión exageran. La casa de Duncan es muy decente, muy normal. —Me imagino. —Son muy agradables. Tiene hermanos gemelos, ¿sabes? Son morenitos, así como él, encantadores. —Allegra, ten cuidado. —¿Cuidado con qué?
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7
“Allegra Whitehurst, la heredera de la automotriz Chrystal, y muchos otros negocios del mismo campo, fue vista anoche del brazo de un desconocido, que, según nuestras muy confiables fuentes, es su nueva pareja. Se les vio bastante cariñosos durante la velada del cumpleaños de Arnold Ellington. ¿Será este el nuevo gran amor de la Whitehurst? ¿Será definitivo su rompimiento con Thomas Matheson?” —¡Dime qué significa esto, y cómo permitiste que pasara! –Bramó George Matheson observando a su hijo cambiar de colores mientras este leía la nota en el diario. No había esperado que ese noviecito le durara mucho, pero ya había empezado a causarle problemas. —Allegra y yo… no estamos en el mejor momento— dijo, ocultando todo lo demás. No podía, por ningún motivo, darle a entender a su padre que esa relación había acabado.

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8
—¿Por qué estamos aquí?—Porque usualmente los novios acompañan a las novias a hacer sus compras.—¿Dónde dice eso?—En el manual no escrito de una pareja feliz.Duncan hizo rodar sus ojos en sus cuencas. Odiaba ir de compras. Lo odiaba realmente. Sobre todo, si era al lado de una mujer. Kathleen le había enseñado bien, oh, Dios, y sólo recordarlo era una tortura.Su madre se enamoraba de todo, se quejaba de los precios, se medía, se probaba, preguntaba, se entusiasmaba, y luego salía de la tienda alicaída porque le había quedado muy grande, o muy chico, o el color no le había sentado tan bien
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9
Allegra llegó a casa de los Richman ese domingo a las 9:00 a.m. con un enorme cesto que Boinet dejó en la puerta. Duncan acababa de salir de la ducha y, con el cabello aún mojado, le abrió la puerta. Ella pasó arrastrando la cesta, que parecía pesada, y él la alzó con un brazo. —¿Qué traes aquí? —Refuerzos. —¿Piensas hacer trampa? —Nunca dijiste que no podía traer un poco de ayuda. Duncan fisgoneó dentro de la cesta y se ganó un manotazo de Allegra. —¡Auch! ¿Qué hay allí que no quieres que vea? —No es tu problema. ¿No te vas ya? ¿No te vas a donde tus amigotes a perder el tiempo mientras yo
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