Mi primera clase del año, para mi buena, excelsa, hermosa, divina suerte, era Literatura. Era mi curso favorito y me encantaba, llevaba extrañándolo todo el verano. Sin embargo, al llegar al salón que mi horario me indicaba, me llevé una sorpresa que no esperaba para nada. Acababa de llegar a un aula blanca, idéntica a las otras, con mi mochila, mis libros, y mi libreta de apuntes listo para un nuevo año de hermosa literatura clásica cuando una presencia extraña llamó inmediatamente mi atención. No encontré al maestro Burke, nuestro entrañable maestro de Literatura, un hombre ya entrado en años y de adorable melena castaña ondulada. En su lugar, sentada en su silla, ocupando su lugar, su aula, su pizarrón, su curso, estaba una mujer. Una guapísima y joven mujer, me atrevería a decir que de unos veinticinco años, cabellera cast
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