—¿Dulce o salado? —preguntó Will.
—Dulce —contesté.
—Tu turno.
—¿Novias?
—Seis.
—¿Cuántos años tienes? —le dije en tono sarcástico.
—Diecisiete —rio él. Entendía mi pregunta.
—Vaya —finalicé.
—Solo por eso me tocan dos preguntas, te saltaste una —me advirtió cantarinamente.
—Bien, tú ganas —sonreí.
—¿De verdad no pasa nada entre tú y ella? —inquirió en tono juguetón subiendo y bajando las cejas varias veces.
—Nada de nada —confirmé, dejando reposar mi cabeza sobre la almohada.
Hacía poco que habíamos llegado de recoger nuestros respectivos horarios, y estábamos Will y yo poniéndonos al día el uno del otro como los viejos amigos que éramos. Yo estaba acostado boca arriba sobre mi cama, descalzo, con una rodilla flexionada y el celular sobre mi vientre.
Él estaba sobre la suya con las zapatillas aún puestas y las piernas cruzadas en la posición más cómoda, como si se encontrara en alguna playa paradisíaca tomando el sol.
—No sé por qué me cuesta creerlo —sonrió él, negando con la cabeza y mirando al techo.
—Es como mi hermana, Will. No soy fanático del incesto —insistí.
—De acuerdo, como digas —aceptó muy a su pesar—. Veamos… siguiente pregunta…
Revisé vagamente mi celular, cierta manía mía que tenía cuando en realidad no había nada qué hacer.
—¿No hay alguna chica que te guste, entonces? —preguntó.
Y ahí íbamos de nuevo.
¿Qué no tan solo lo podíamos dejar ahí y aterrizar en un terreno un poco menos desagradable? Vamos, era un reencuentro entre dos entrañables amigos que no se veían desde niños, una cálida charla entre los que ahora eran un par de adolescentes, ¿por qué no podíamos hablar de logros, de amigos, víboras cuando menos? ¿Era tan importante para un chico tener una novia a mi edad?
—No, Will —repetí por enésima vez, poniendo los ojos en blanco.
—Ethan, eso me extraña, de verdad —me dijo en tono divertido—. ¿Quieres contarme por qué? ¿Hay una razón especial?
Definición definitiva de suicidio social: decirle a tu compañero de cuarto que eres gay el primer día de clase.
Mi cerebro ya tenía algunas pautas para evitar los fracasos evitables.
—Sí la hay, ¿verdad? —arqueó una ceja.
Mi silencio le había respondido mejor que yo. Veamos, ¿eso era bueno o malo?
Yo recordaba una vez como a los siete años haber estado en un paseo familiar con su familia y la mía. Habíamos ido a acampar al borde de una laguna, y mientras nuestros padres hablaban un poco, él y yo nos divertíamos explorando la naturaleza.
Recuerdo haber estado sentado a la orilla del lago, con los pies sumergidos en el agua bajo el cálido sol de primavera junto a Will, cuando le dije:
—No quiero casarme con una niña.
Ni siquiera sabía de dónde había salido eso, solo lo pensé y eso salió de mi boca.
—¿Qué? —había preguntado mi rubio amigo.
—De grande me quiero casar contigo —le había dicho.
Incluso de recordarlo la vergüenza me derretía los huesos.
—¿Por qué? —me preguntó él con tranquilidad.
—Porque tú eres mi mejor amigo y nunca quiero que nos separemos. Me voy a casar contigo y estaremos juntos para siempre —le sonreí esperanzadamente.
Una lenta y cálida sonrisa se deslizó por sus perfectas pálidas mejillas cubiertas de tierra, pasó una mano por su dorada melena y luego la colocó sobre mi hombro.
—Para siempre, amigo —me dijo.
Y ya. Hasta ahí. Ese era el mayor acercamiento acerca de mi sexualidad que había tenido con Will, y eso había sido hacía ya diez años.
—Dime… eres… no sé, ¿asexual? —me preguntó.
Perfecto, lo que me faltaba. Ni siquiera se lo podía figurar en la cabeza. ¿Qué acaso ser asexual era una mejor opción que ser gay? ¿Ese era su punto de vista? Esa última sola pregunta incrementaba mis razones para no querer contarle nada. Sin embargo, su pregunta esperaba una respuesta.
No quería mentir y tampoco decir la verdad.
—No, Will, no soy asexual —reí en medio—. Es solo que… no, no hay nadie que me guste.
Eso no era del todo falso. Desde que había llegado al Henderson Green no había conocido a nadie que pudiera haber llamado mi atención. Pero bueno, dada mi posición social en el internado yo tampoco estaba precisamente en posición de elegir, así que de todos modos no pasaba nada.
—Pero… —quiso proseguir.
—Hey, es mi turno —reclamé en son divertido.
Y lo era, pero no era por eso que quería cambiar de tema.
—De acuerdo —me concedió, con una sonrisa que me hizo pensar en que podía hacer que lo olvidara de alguna manera.
—¿Has tenido mascota? —pregunté, lo primero que se me vino a la cabeza.
—Un gato. Se llamaba Larry —articuló Will, desperezándose un poco sobre su cama.
—Genial, ¿y en dónde está? —sonreí, por fin en un terreno que me agradaba.
—Murió el año pasado.
Una mano gigantesca imaginaria me arrancó entonces de ese terreno, colocándome en cambio en uno baldío y desértico, uno en el que, si tenía suerte y era rápido, tenía la oportunidad de impedir que el tema volviera.
—Lo lamento —dije.
—Era un buen gato —admiró Will echándole un aburrido y curioso vistazo a sus uñas—, pero era muy travieso. Le gustaba entrar a las casas de los vecinos por las noches… nadie pudo impedir que tragara ese trozo de salchicha envenenada que el vecino de al lado colocó en una trampa para ratas. Lo encontró al día siguiente, lo reconoció y nos lo entregó.
No supe qué decir.
—Y así es como cambio de turno y sigo preguntando —intervino, la picardía volviendo a su expresión—. ¿Alguna vez has besado a una chica?
¡Caramba, qué insistencia! ¿Y si le decía ya que era gay para que no siguiera perdiendo su tiempo en hacer preguntas sin sentido?
¿Podemos decirle? ¿Podemos decirle ya, sí, sí, SÍ?
No.
Sintiéndome completamente trastornado por encontrarme de pronto hablando conmigo mismo, me decidí, al final, a contestarle de la única manera que sabía. Diciendo la maldita, la triste, la vergonzosa y aburrida verdad.
—¿Cuenta el preescolar? —bufé.
Will abrió su par de ojos esmeraldas como platos y los dirigió con lentitud a mí.
—No —dijo, incrédulo.
—Sí —confirmé sintiendo cómo poco a poco me sonrojaba.
—No…
—Sí —insistí.
—¡Ethan, no puedes estar hablando de Melanie Dickinson! —carcajeó él, aún sin poder creerlo.
El nivel de mi rubor no debía conocer límites.
En preescolar, con cuatro años de edad una niña de melena color paja corte hongo y pequeños redondos ojitos negros escondidos detrás de unos anteojos de violento color fucsia me había dicho que yo era el niño más lindo que había visto. Cabe resaltar que yo no muy seguido recibía un cumplido de parte de algún compañero o compañera, y siendo el mejor amigo y sombra de Will mucho menos, así que no supe cómo reaccionar.
Sin embargo, cuando luego de un par de minutos de incómodo e infantil silencio ya sabía qué decirle, ella interrumpió la mitad de mi tímido "gracias" con el tremendo beso que me plantó en los labios. Todavía recuerdo ese traumático momento, sus labios sabían a chocolate con leche, y a mí casi me dolieron los míos por la fuerza con la que ella solo los aplastó.
Recuerdo que fui corriendo a contárselo a Will con los ojos llorosos y las rodillas gelatinosas por el miedo, la adrenalina y la vergüenza. Él me felicitó y me preguntó qué se sentía. Como no pude responderle por lo enredada que tenía la lengua, me invitó un poco de su batido de fresa y se quedó a mi lado por el resto del día.
La niña susodicha respondía al nombre de Melanie Dickinson. Es curioso, porque años después, ya bien entrada la secundaria, Melanie se convirtió en la chica más hermosa y popular de toda la escuela. Desde el día del incidente nunca me volvió a hablar, aunque yo había sido testigo viviente de su impresionante metamorfosis.
Ahora, ¿debería sentirme orgulloso de que la Valerie Mitchell de mi antigua escuela me hubiera dado mi primer beso, aunque hubiera sido en su época de oruga?
—Sí, Will —repetí a regañadientes mirando cualquier otro lado.
—¿Es la única chica a la que has besado?
—De hecho, era una niña, y fue ella la que me besó, no yo. Pero sí, fue la única —mascullé.
—Vaya… —exhaló en un suspiro significativo.
—Pero no creas, en la secundaria se convirtió en el mejor exponente femenino de la escuela según todo el mundo.
—¿Y según tú?
Traté de formular en mi cabeza la imagen no de la pequeña Mel, sino de la Melanie adolescente, con la larga cabellera color paja, usando el uniforme discreta pero seductoramente con tal de que resaltara su delineada y esbelta figura de señorita-casi-mujer, habiendo dejado los anteojos en el olvido y reemplazado por unos de contacto que habían vuelto sus ojos de un tono azul acuoso.
—Bien… sí, era bonita, creo —dije, encogiéndome de hombros.
—¿Solo bonita? —insistió él, que, de manera evidente, esperaba algo más.
—Sí…
—¿Pero nada más? Quiero decir… ¿solo bonita? —no podía explicarse con otras palabras.
—En realidad nunca llegué a conocerla muy bien —me excusé con rapidez.
El rubio vaciló por un momento.
—Tú sí que eres un caballero, amigo —me sonrió luego.
—¿Qué?
—Sí, eres todo un caballero —se acercó a mí y me palmeó con afecto la espalda—. Pudiste haber hablado de su cuerpo y no lo hiciste, solo te importó su interior, quizás un poquito su rostro. Eso es bueno, quisiera ser como tú.
—¿No piensas igual? —pregunté, tímido.
—Bueno, hay un par de cosas que busco en las mujeres antes que sus sentimientos —respondió.
Me quedé en silencio, pensando en lo mucho que me desagradaba esa última frase suya. ¿Ese era mi amigo Will?
Mi sentir debió reflejarse en mi expresión, porque él de inmediato quiso resarcirse.
—No, no me malinterpretes —corrigió al instante—. Dios, de seguro acabo de quedar como un idiota. No me refiero a… es decir, sí, obviamente, no creo que haya alguien que no se fije en el físico, pero… no es eso con exactitud lo que busco. Me baso en expectativas, no sé si me dejo entender… no es por ellas, sino por mí. Hay mujeres cuyas expectativas jamás podré llenar, así que no quisiera hacerles perder el tiempo conmigo. Cada vez que me fijo en alguien tengo que estar seguro de que seamos compatibles. ¿Lo entiendes? No es que sea un puto machista, solo no me arriesgo demasiado. Ellas son un privilegio y quiero estar a su altura.
Así de fácil mi molestia se fue. Sí podía lidiar con ese concepto de mi entrañable amigo.
—Entiendo —dije.
La puerta se abrió sin previo aviso y una morena bajita se hizo presente cruzando la habitación con tranquilidad, sin inmutarse por nuestra sorpresa.
—Hey, Ethan, hola Will —añadió pasando por el lado del rubio hasta estar sentada a mi lado en mi cama—. ¿Recogiste tu horario?
—Sí… —me desperecé— ¿y tú?
—También —confirmó Johanna—. ¿Qué tienes hoy?
—Mmm… veamos… —hurgué en mi bolsillo hasta hallar el papelito doblado en cuatro donde estaba mi horario— a la una tengo Literatura con Burke, a las dos treinta Filosofía con Dick y a las tres treinta Historia con Palmer. Luego descanso, bla, bla, bla… Matemática con Gardner hasta las seis y de ahí la cena, nada más.
—Ya… —comprobó ella su propio horario— ¡bien, compartimos Matemática!
A Will no le molestaba en lo absoluto ser ignorado, lo cual me tranquilizó.
—¿Qué hay de ti, Will? —preguntó la castaña.
El rubio levantó la vista, y luego de darse cuenta de que la pregunta era para él, rebuscó en su bolsillo hasta encontrar su horario.
—Bien… hoy Historia, Filosofía, Inglés y Física.
—Compartimos Filosofía hoy, Will —comenté.
—¿En serio? Gracias al cielo —sonrió.
—Cierto, Johanna, no te lo pregunté —me dirigí a la chica—. ¿Con quién te tocó este año?
—Amy Stewart —se encogió de hombros, restándole importancia—. No está mal, supongo.
Por primera vez en toda mi vida sentí que mi suerte estaba mejorando.
Mi primera clase del año, para mi buena, excelsa, hermosa, divina suerte, era Literatura. Era mi curso favorito y me encantaba, llevaba extrañándolo todo el verano.Sin embargo, al llegar al salón que mi horario me indicaba, me llevé una sorpresa que no esperaba para nada.Acababa de llegar a un aula blanca, idéntica a las otras, con mi mochila, mis libros, y mi libreta de apuntes listo para un nuevo año de hermosa literatura clásica cuando una presencia extraña llamó inmediatamente mi atención. No encontré al maestro Burke, nuestro entrañable maestro de Literatura, un hombre ya entrado en años y de adorable melena castaña ondulada. En su lugar, sentada en su silla, ocupando su lugar, su aula, su pizarrón, su curso, estaba una mujer. Una guapísima y joven mujer, me atrevería a decir que de unos veinticinco años, cabellera cast
Luego de nuestra opulenta cena de bienvenida todos nos dirigimos a nuestras habitaciones. Las luces se apagaban a las siete treinta de la noche, aún era temprano. Al llegar a mi cuarto Will ya estaba ahí. Aún vestido, tecleaba en su celular tendido sobre su cama.—Ethan —me saludó.—Hola, Will —contesté.—Adivina qué —dejó a un lado brevemente su celular para hablarme.—¿Qué? —caminé hasta mi cama y me dejé caer de espaldas, exhausto.—Volví a hablar con Valerie— sonrió, abrazando su almohada.—¿Ah sí?—Sí, y la invité a salir.—Bien por ti —le dije con timidez—. ¿Con ella hablas ahora?Asintió, mirándome con los ojos brillantes.—¿Tú tienes algo qué contar? &md
Ese día tuve Inglés, Matemática y Física antes del almuerzo en que me reuní con Johanna y Will. Era un día completamente normal. Como siempre, la castaña y yo habíamos llegado antes a la mesa, ya que Will debía detenerse cada dos pasos para saludar a alguien.—Me agrada —comentó Johanna siguiéndolo con la mirada igual que yo en lo que nos daba el encuentro en el comedor.—¿En serio?—Sí… es el primer tipo popular que me cae bien —dijo.—Eso es bueno.—Muy bueno.—Vaya que es bueno.Un choque de puños.—Buenas tardes, caballero y señorita —sonrió con voz galante sentándose frente a nosotros.—¿Y a qué se debe el buen humor, señor? —le contesté yo.—Hoy voy a salir —sonrió an
—Despierta, Bello Durmiente… —me dijo una voz cantarina.Acto seguido sentí un impacto contra mi cara, el cual solo al abrir los ojos descubrí que era una almohada.Me costó distinguir las imágenes al principio, pero cuando mis ojos se acostumbraron al golpe de luz, vi la imagen de Will frente a mí, sonriente, fragante y vesti…¿Vestido?—¿Qué hora es? —chillé, quitándome las sábanas de encima y tentando mi velador inexplicablemente.—¿Ese es tu "buenos días"? —arqueó una ceja.—Hablo en serio, ¿qué hora es? —urgí.—Las seis treinta, Eth —se rio.Mis pulmones exhalaron un hondo suspiro de alivio y me dejé caer otra vez sobre mi cama.—¿Contento? —cruzó los brazos con la misma sonrisa.—
El jueves por la noche, Will estaba de nuevo listo para la aventura. Había optado en esa oportunidad por unos jeans negros y una camiseta blanca sencilla con la palabra “Minessota” impresa en letras rojas.—¿Cómo me veo? —me sonrió.Yo ya me había acostumbrado a que me consultara acerca de su atuendo, aunque no tenía muy claro si lo hacía tan solo por costumbre o porque de verdad confiara en mi opinión.—Te ves como un perfecto y muy atractivo transgresor a las reglas —arqueé una ceja escépticamente.—Ya hablamos de esto, Ethan… —suspiró.—Ya, no soy tu esposa para que vengas a darme explicaciones —gruñí.Hubo silencio luego de esa frase, y me arrepentí de inmediato de haberla dicho.¿Por casualidad no se te ocurrió una referencia más incómo
No podía creer que fuera tan desatento. ¿Acaso era normal que hubiera pasado por alto tantos detalles?Yo me conocía bastante bien. No era olvidadizo, de hecho, me caracterizaba por mi buena memoria. No me avergonzaba muy a menudo, ya que permanecía desapercibido, mi vida era tranquila, silenciosa y estable. ¿Desde cuándo se había vuelto siquiera interesante?Will.Las cosas habían cambiado mucho desde su llegada. Incluso mis días de repente eran emocionantes.Will.No sabía cuándo con exactitud, pero la…Will.—¡Ya basta! —exclamé.Y al segundo tuve que cubrirme la boca, porque me encontraba en la biblioteca. Estar ahí siempre me ayudaba a pensar y estar concentrado. Antes de la llegada de Will, cuando Johanna estaba en clases y yo me quedaba solo con un poco de tiempo libre, ese era mi
Johanna:Ashburn, necesito ayuda, estoy en el coliseo con varias cosas pesadas :'vVienes?Ethan:Es porque soy hombre, verdad?✔✔Porque si es por eso, déjame decirte que elegiste al hombre equivocado✔✔Mi fuerza podría ser menor a la tuya✔✔Johanna:Ven y trae tu fuerza masculina contigo 😂Suspiré y sonreí a la pantalla de mi teléfono antes de encaminarme al coliseo. Ni siquiera me molesté en preguntarme qué cuernos haría Johanna en el coliseo a esa hora.Eran casi las siete de la noche, lo que significaba que andar fuera de la habitación ya podía ir considerándose un peligro. Aún había poca luz por los pasillos, así que no me cos
Las manadas de lobos tienen un macho alfa por naturaleza siempre. Él, líder por derecho y poder, es usualmente el más imponente, el más inteligente y el más fuerte.Me da cierto remordimiento comparar a los lobos con Luke Eisenhein y sus amigos. De hecho, el único parecido que tenían era la parte de bestias.Luke como líder era muy imponente, sí. Por lo menos una cabeza más alto que yo, más o menos de la estatura de Will. Era fuerte, fornido y atlético. Pero lo de la inteligencia… eso habría que considerarlo con un poco más de calma.Luke Eisenhein era un tipo alto de ojos azul opaco y melena color castaño claro. Era uno de esos chicos a los que no te entusiasma demasiado conocer. A mí no me gustaba de manera particular su forma de ser, y eso que no lo conocía. Nunca se había metido conmigo, pero sí con algunas personas a mi