Luego de haberse dado una ducha rápida y de que yo hubiera desempacado, Will y yo salimos hacia el exterior.
Él era el chico nuevo.
Sé que si hubiera sido ese mi caso (y lo había sido hacía dos años), la gente hubiera ignorado olímpicamente mi existencia. Sería el típico chico con el que todos chocan por los pasillos, al que nunca eligen en clase aunque se parta el alma levantando la mano, el invisible cuya vida es un misterio que a nadie le interesa resolver.
Pero él… él era Will Robinson.
Su entrada a la cafetería pareció llevar un efecto de cámara lenta. Comencé a cuestionarme si me había colado en una especie de película sin darme cuenta dada mi acostumbrada torpeza, una película de la que mi rubio amigo era el protagonista.
Fue objeto de todas las miradas ni bien puso un pie en el lugar. Él, todo seguridad, músculos y mano desordenando su melena con gracia, seguido bastante de cerca por un puntito azabache que no estaba acostumbrado a tanta atención.
La cafetería del Internado Henderson Green era un recinto muy amplio de grandes ventanas que daban con el colorido jardín que por la estación aún florecía de forma alegre. Las paredes (como casi toda la institución) estaban pintadas de crema pastel y el piso de baldosas blancas estaba siempre reluciente. De la comida nunca había podido quejarme. No nos alimentaban como a reyes, pero yo estaba muchísimo más que satisfecho con todo lo que nos ofrecían religiosamente en nuestras tres comidas diarias.
Las mesas estaban distribuidas sin tanta simetría por todo el sitio. Era una cualidad que yo valoraba en cualquier cafetería institucional: nos brindaba la oportunidad de formar nuestro propio orden y sentarnos con quienes nosotros viéramos conveniente.
Ay de ese cosquilleo en el estómago que se sentía al ver todas las miradas tan cerca de mí…
Yo bien sabía que todos miraban a Will, las chicas de la mesa de al lado, el equipo de fútbol americano, las conservadoras de la esquina y los cerebritos de la mesa más allá, todos miraban al guapo recién llegado cuya figura deslumbraba a la población estudiantil mucho más de lo que cualquier cosa lo había hecho en mucho tiempo.
—¡Hey, Ethan! —me llamó Johanna desde una mesa que estaba junto a la ventana.
Cuando la ubiqué, tiré con suavidad de la manga de Will para alertarlo. Este movimiento causó tanta sorpresa por parte de los alelados admiradores que yo casi podía oír sus pensamientos chillando: "¡¿Qué, es amigo de Ashburn?!".
—¿Cuándo te volviste tan popular, que no me di cuenta? —me preguntó la chica con el entrecejo fruncido una vez estuve sentado frente a ella, recorriendo con la mirada a cada espectador.
—No me miran a mí, lo miran a él —reí, señalando a mi amigo como si el asunto fuera demasiado obvio.
Porque lo era.
Will se sentó a mi lado luego de devolver un par de saludos y sonrisas cual estrella de cine, y su mirada se posó sobre Johanna después de volver a la realidad.
—Hola, soy Will —sonrió el rubio a mi amiga.
—Johanna —pronunció ella con extrañeza.
Me encontraba yo pensando en qué sabor tendrían los aminoácidos cuando me di cuenta de que en ese caso la presentación correspondiente era mi responsabilidad.
—Oh, eh… —balbuceé— Johanna, este es Will, mi mejor amigo de la infancia. Will, ella es Johanna.
—Pensé que no tenías novia —me susurró él con complicidad dándome un par de suaves codazos.
—Nada de eso, Will —negué inmediatamente, mis mejillas ruborizándose—. Es mi mejor amiga.
—Mejor amiga —repitió ella, dándole una desinteresada mordida al sándwich de jamón que tenía frente a ella.
—No quiero sonar como un idiota, pero… ¿eso es posible? —preguntó él, como si acabaran de exponerle un espécimen raro y desconocido.
—Lo es —contesté.
—Hey, Ashburn —me susurró Johanna sin previo aviso.
—¿Qué? —respondí.
—Preciosura a las seis —sonrió en tono mordaz señalando con la cabeza un punto a mi espalda.
Al voltear, casi creí sentir que un viento con olor a flores sutiles me golpeó en la cara. Por el pasillo se acercaba una chica muy hermosa de larga melena negra ondeando al viento cual bandera del país de donde proviene la belleza.
Su piel era blanca, blanca y tersa incluso a la vista. Vestía una blusa de algodón sin mangas de color violeta y shorts negros rasgados discretos. A pesar de no llevar tacones la forma de sus piernas era estilizada y curvilínea, como de supermodelo recorriendo la pasarela.
Esa muchacha era la más bonita que pudiera haber visto cualquier persona en muchísimo tiempo, con su sonrisa resplandeciente, esos coquetos lunares oscuros que adornaban su párpado, y la zona bajo su labio inferior, esos grandes ojos azules de largas pestañas negras que se posaban sobre la gente como si se tratara de su plebe…
—Why don't you come on over, Valerie? —canturreó Johanna, mirándola en son divertido.
—Llegó la reina —dije yo con una sonrisa significativa.
—¿Quién? —Will tenía la cara de ser el único del grupo de amigos que no entendió el chiste.
—He ahí a Valerie Mitchell —le explicó Johanna, señalando a la azabache con discreción.
Will volteó, como yo lo había hecho hacía unos momentos.
Valerie Mitchell había llegado al internado un año antes que yo. Su nombre solo significaba una cosa: éxito.
Valerie era la emperatriz del Henderson Green. Era hermosa, carismática, divertida, medianamente buena estudiante y alma de las fiestas. Me faltaban dedos para contar a los tipos que se morían por ella. ¿Es necesario seguir describiéndola?
—Bonita, ¿eh? —dijo Johanna.
—Eso es obvio —sonrió Will, volviendo la atención a nosotros.
—Bueno, ser su amigo es equivalente a ser el puto amo, ¿no, Ethan?
—Así es —convine.
El característico vocabulario de Johanna a veces me ponía los pelos de punta. Yo, por mi parte, no era ni siquiera capaz de pensar en decir alguna grosería, era demasiado incompatible conmigo.
Una ya conocida fragancia invadió mi perímetro. No supe por qué sentía ese fuerte aroma a perfume de princesa hasta que la guapa azabache que acababa de entrar a la cafetería se estrelló contra la silla de mi amigo de al lado.
Eso era algo que yo envidiaba de la gente perfecta: incluso al accidentarse se veía bien. Si alguna vez Will, o Valerie, o alguna de esas personas que parecen sacadas de una revista adolescente, sufrieran… no sé, un choque automovilístico… bueno, yo podía imaginarme a Will saliendo del auto accidentado cual Leo Di Caprio en alguna de sus películas de supervivencia, que ni las heridas o cortes le quitarían su tremenda pinta de actor hollywoodense. ¿Y a Valerie, por ejemplo? A ella levantándose cual despampanante y curvilínea amazona cuyos rasguños y sangre manchando su bonito rostro no harían más que acentuar su encanto.
Sin embargo, a mí solo podía imaginarme dentro del vehículo, inmóvil, temeroso y con el fiel aspecto de algún extraño maniquí retorcido.
—¡Por Dios! —exclamó Valerie.
Echando mano de sus tremendos reflejos, Will se levantó de la silla, volteó instintivamente y consiguió tomar la mano de la chica antes de que cayera al suelo.
—¡Cuidado! —dijo, supongo que por inercia.
Johanna y yo nos convertimos en silenciosos espectadores. Pero no nos molestaba en lo absoluto, de hecho, llevábamos tanto tiempo siéndolo que incluso se nos había hecho muy cómodo.
—Gracias… gracias —sonrió la azabache a Will, tímida.
—Ten más cuidado, puedes lastimarte —recomendó él haciendo gala de una grana amabilidad.
—Lo haré, lo lamento —ella se arregló un largo mechón detrás de la oreja.
—Bien —sonrió él.
—Bien… debo irme —dijo ella al final—. Hasta luego. Gracias por todo.
—Adiós.
Desde el principio hasta el final esa escena no podía haber sido más artificial y falsa.
En primer lugar: Valerie no era de las personas que tropiezan con sillas y caen al suelo. Podría haber pasado por alto si se tratara de una persona como yo, cuya torpeza es parte de su esencia. Pero ella no lo era. En definitiva, no.
En segundo lugar, sus razones eran obvias. En realidad, no me sorprendía que le hubiera echado el ojo a Will.
—Oh-oh, ella usó la maniobra de "me-caigo-sensualmente-detrás-de-ti" —dijo Johanna, divertida, en tono de advertencia.
—¿Cómo dices? —un atisbo de sonrisa se esparció por el rostro de Will mientras volvía a su lugar.
—Le gustas, compañero —sonreí yo, palmeando su espalda con afecto.
—Ella no usa sus truquitos con cualquiera —terció Johanna.
—¿Tú crees? —la cara de satisfacción de Will no pudo ser más notoria.
—Estamos seguros —dije yo.
Con Johanna teníamos la manía de completarnos las frases. Tal vez el hecho de que no tuviéramos a nadie más que el uno al otro y pasáramos tanto tiempo juntos contribuía a esto.
—Bienvenido a la jungla, Will —sonrió Johanna, dejándose caer plácidamente sobre el respaldar de la silla con los brazos cruzados.
Sí, Will.
Welcome to the jungle.
—¿Dulce o salado? —preguntó Will.—Dulce —contesté.—Tu turno.—¿Novias?—Seis.—¿Cuántos años tienes? —le dije en tono sarcástico.—Diecisiete —rio él. Entendía mi pregunta.—Vaya —finalicé.—Solo por eso me tocan dos preguntas, te saltaste una —me advirtió cantarinamente.—Bien, tú ganas —sonreí.—¿De verdad no pasa nada entre tú y ella? —inquirió en tono juguetón subiendo y bajando las cejas varias veces.—Nada de nada —confirmé, dejando reposar mi cabeza sobre la almohada.Hacía poco que habíamos llegado de recoger nuestros respectivos horarios, y estábamos Will y yo poniéndonos al día el uno del otro como l
Mi primera clase del año, para mi buena, excelsa, hermosa, divina suerte, era Literatura. Era mi curso favorito y me encantaba, llevaba extrañándolo todo el verano.Sin embargo, al llegar al salón que mi horario me indicaba, me llevé una sorpresa que no esperaba para nada.Acababa de llegar a un aula blanca, idéntica a las otras, con mi mochila, mis libros, y mi libreta de apuntes listo para un nuevo año de hermosa literatura clásica cuando una presencia extraña llamó inmediatamente mi atención. No encontré al maestro Burke, nuestro entrañable maestro de Literatura, un hombre ya entrado en años y de adorable melena castaña ondulada. En su lugar, sentada en su silla, ocupando su lugar, su aula, su pizarrón, su curso, estaba una mujer. Una guapísima y joven mujer, me atrevería a decir que de unos veinticinco años, cabellera cast
Luego de nuestra opulenta cena de bienvenida todos nos dirigimos a nuestras habitaciones. Las luces se apagaban a las siete treinta de la noche, aún era temprano. Al llegar a mi cuarto Will ya estaba ahí. Aún vestido, tecleaba en su celular tendido sobre su cama.—Ethan —me saludó.—Hola, Will —contesté.—Adivina qué —dejó a un lado brevemente su celular para hablarme.—¿Qué? —caminé hasta mi cama y me dejé caer de espaldas, exhausto.—Volví a hablar con Valerie— sonrió, abrazando su almohada.—¿Ah sí?—Sí, y la invité a salir.—Bien por ti —le dije con timidez—. ¿Con ella hablas ahora?Asintió, mirándome con los ojos brillantes.—¿Tú tienes algo qué contar? &md
Ese día tuve Inglés, Matemática y Física antes del almuerzo en que me reuní con Johanna y Will. Era un día completamente normal. Como siempre, la castaña y yo habíamos llegado antes a la mesa, ya que Will debía detenerse cada dos pasos para saludar a alguien.—Me agrada —comentó Johanna siguiéndolo con la mirada igual que yo en lo que nos daba el encuentro en el comedor.—¿En serio?—Sí… es el primer tipo popular que me cae bien —dijo.—Eso es bueno.—Muy bueno.—Vaya que es bueno.Un choque de puños.—Buenas tardes, caballero y señorita —sonrió con voz galante sentándose frente a nosotros.—¿Y a qué se debe el buen humor, señor? —le contesté yo.—Hoy voy a salir —sonrió an
—Despierta, Bello Durmiente… —me dijo una voz cantarina.Acto seguido sentí un impacto contra mi cara, el cual solo al abrir los ojos descubrí que era una almohada.Me costó distinguir las imágenes al principio, pero cuando mis ojos se acostumbraron al golpe de luz, vi la imagen de Will frente a mí, sonriente, fragante y vesti…¿Vestido?—¿Qué hora es? —chillé, quitándome las sábanas de encima y tentando mi velador inexplicablemente.—¿Ese es tu "buenos días"? —arqueó una ceja.—Hablo en serio, ¿qué hora es? —urgí.—Las seis treinta, Eth —se rio.Mis pulmones exhalaron un hondo suspiro de alivio y me dejé caer otra vez sobre mi cama.—¿Contento? —cruzó los brazos con la misma sonrisa.—
El jueves por la noche, Will estaba de nuevo listo para la aventura. Había optado en esa oportunidad por unos jeans negros y una camiseta blanca sencilla con la palabra “Minessota” impresa en letras rojas.—¿Cómo me veo? —me sonrió.Yo ya me había acostumbrado a que me consultara acerca de su atuendo, aunque no tenía muy claro si lo hacía tan solo por costumbre o porque de verdad confiara en mi opinión.—Te ves como un perfecto y muy atractivo transgresor a las reglas —arqueé una ceja escépticamente.—Ya hablamos de esto, Ethan… —suspiró.—Ya, no soy tu esposa para que vengas a darme explicaciones —gruñí.Hubo silencio luego de esa frase, y me arrepentí de inmediato de haberla dicho.¿Por casualidad no se te ocurrió una referencia más incómo
No podía creer que fuera tan desatento. ¿Acaso era normal que hubiera pasado por alto tantos detalles?Yo me conocía bastante bien. No era olvidadizo, de hecho, me caracterizaba por mi buena memoria. No me avergonzaba muy a menudo, ya que permanecía desapercibido, mi vida era tranquila, silenciosa y estable. ¿Desde cuándo se había vuelto siquiera interesante?Will.Las cosas habían cambiado mucho desde su llegada. Incluso mis días de repente eran emocionantes.Will.No sabía cuándo con exactitud, pero la…Will.—¡Ya basta! —exclamé.Y al segundo tuve que cubrirme la boca, porque me encontraba en la biblioteca. Estar ahí siempre me ayudaba a pensar y estar concentrado. Antes de la llegada de Will, cuando Johanna estaba en clases y yo me quedaba solo con un poco de tiempo libre, ese era mi
Johanna:Ashburn, necesito ayuda, estoy en el coliseo con varias cosas pesadas :'vVienes?Ethan:Es porque soy hombre, verdad?✔✔Porque si es por eso, déjame decirte que elegiste al hombre equivocado✔✔Mi fuerza podría ser menor a la tuya✔✔Johanna:Ven y trae tu fuerza masculina contigo 😂Suspiré y sonreí a la pantalla de mi teléfono antes de encaminarme al coliseo. Ni siquiera me molesté en preguntarme qué cuernos haría Johanna en el coliseo a esa hora.Eran casi las siete de la noche, lo que significaba que andar fuera de la habitación ya podía ir considerándose un peligro. Aún había poca luz por los pasillos, así que no me cos