Nadie había hecho caso a mis gritos de pedido de auxilio cuando noté que Sergei sangraba.—¡Sergei! ¡Sergei! Aguanta un poco, amigo —le había pedido mientras sentía un leve pulso en su muñeca.Con las luces apagadas, nada podía hacer por él.Luego de una hora aproximadamente, vinieron a ver a que se debían mis gritos. Para ese entonces, la poca esperanza que tenía que Sergei sobreviviera, se habían ido a la mierda.No podía dejar de llorar, no podía dejar de sentirme culpable porque si de algo me estaba dando cuenta, era que el encargo iba apuntado hacia mí.Mi número, el lugar donde dormía, era evidente que alguien quería hacerme desaparecer.Ese día comprendí que si seguía encerrado, la próxima vez no fallarían.La mañana transcurrió lenta y tortuosa.
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