Nuestros amigos y familiares estaban sin saber qué decir, observando a la bebé, pero la primera en reaccionar fue mi amiga Lucy.—¡Ay, por Dios, soy tía! —grita mientras toma la mano de Víctor y se acerca a la bebé—. Mira, Víctor, es preciosa.—Sí, es muy linda la bebé. Felicidades —dice Víctor, regalándonos una sonrisa.—¡Por Dios, soy abuela! —exclama la señora María con una sonrisa en el rostro—. Somos abuelos, Lorenzo.—Lo sé, cariño.—Vengan a conocerla —les animo. Ambos se acercan y Santiago, con cuidado, se la pasa a María, que suelta un sollozo de alegría.—¿Cómo pasó esto? —pregunta Lorenzo luego de estar todos sentados de nuevo, y María con la bebé en brazos.—Bueno, Santiago y yo estábamos cenando hace unos días y, cuando salimos del restaurante, escuchamos un llanto. Así que buscamos de dónde provenía hasta que nos encontramos a esta pequeña en una casa llorando.—¡Ay, por Dios bendito! —dice María—. ¿Cómo alguien puede ser tan desalmado para abandonar a una bebé tan hermos
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