Sigo aquí sentado a su lado en el borde de la acera, llevamos así al menos diez minutos y ninguno de los dos ha dicho absolutamente nada. Se claramente que en estos instantes, su mente es un caos, pero debo sacarla de ese lugar, debo intentar que recupere la calma. — Vera, preciosa, ven vamos a casa. — le propongo
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