Capítulo 4

Arvid

Las puertas de mi oficina se abrieron de golpe, una menuda mujer entraba furiosa lanzando los documentos que le hice llegar esta mañana y lanzarlos sobre el escritorio. Su rostro que en años pasados lucía pacífico se había vuelto amargado por lo sucedido hace unos meses, la buena vida se le hacía acabado y no estaba dispuesto a soltarle nada más.

—¿Qué crees que estás haciendo, pequeño Arvid? —soltó entre dientes, llamándome de aquella forma que odiaba con cada parte de mi ser, despertando mis demonios al recordar mis días más oscuros y la razón por la que la odiaba tanto —He sido la esposa de tu padre durante años, tengo tanto derecho a esa empresa como tú y no puedes quitármelo ahora.

—Parece que él olvidó cambiar su testamento e incluirte en él, Saanvi —sonreí recostándome sobre él respaldar de la silla, despreocupado por darle una merecida lección después de tantos años —y no deberías quejarte tanto, después de todo se te pasará una pensión por los siguientes cinco años.

—No te burles de mi, pequeño Arvid —me señaló con su dedo, las arrugas marcándose en su rostro que por mucho procedimiento estético no pudo evitar llenarse de ellas —Esa casa me pertenece, tu padre me la dio el día en que nos casamos.

Me encogí de hombros e hizo un gesto de aburrimiento. La mujer frente a mi era la esposa de mi padre hasta hace seis meses, él había muerto y al ser su único hijo sus propiedades habían pasado a mi nombre. Algo que no fue del agrado de Saanvi, la mujer que se encargó de oscurecer mi infancia, de marcar mi cuerpo con tantos castigos que marcaron mi vida, llenándome de ciertos traumas y la razón por la que me marché del país por más de quince años.

—Como lo he dicho tantas veces, no hay ninguna propiedad a tu nombre sólo esa pequeña cuenta bancaria. Es lo único que tienes, Saanvi. —señalé los documentos con la pluma que sostenía en mi mano —y esa orden de desalojo no se deshará sólo porque vengas a gritarme a mi oficina. Tienes hasta el viernes para marcharte de ahí y buscar otro lugar donde vivir.

Su pecho subía y bajaba, se llevó la mano ahí haciendo una mueca de dolor como si su viejo corazón comenzara a fallarle. Retrocedió un paso recargándose sobre una de las silla, abriendo la boca para respirar trayendo un pequeño recuerdo a mi mente. Hace unos años ella estuvo en mi misma posición, viendo a mi madre morirse y no hizo nada, siendo la causante de su muerte al causarle un enorme disgusto con aquellas declaraciones que el débil corazón de mi madre no pudo resistir.

Alcancé el teléfono de mi escritorio para pedir una ambulancia, aquella señora no podría morir en mi oficina y menos sin sufrir el castigo que la miseria impondría para ella. Saanvi se merecía lo peor de esta vida por haber sido tan cruel y una aberración de persona.

—Respira —le dije levantándome y caminando a su alrededor calmadamente —la ambulancia viene en camino, no puedes morirte en lugar como este, no te lo mereces.

Solté una pequeña risa saliendo y llamando a mi secretaria para que la auxiliara en lo que venía la ambulancia. Caminé lejos de ahí hasta los baños, abriendo el grifo y mojando mi cara para espantar todos los recuerdos que amenazaban con atormentarme de nuevo

Esta mañana había sido demasiado pesada, muy diferente a lo qué pase el fin de semana en mi regreso a la ciudad. Sonreí ante el recuerdo de la mujer de bonitas curvas con la que estuve hace dos noches y que se atrevió a abandonarme por la mañana como si nada. Hasta ahora había sido la primera mujer que hacía algo como aquello, tomó lo que quiso y después se marchó.

Aquella mujer me había parecido tan sensual e interesante, tal vez la volvía a buscar para repetirlo de nuevo, para ver ese escultural cuerpo moviéndose sobre mí con tanta hambre, como si desde hace mucho no se alimentara como era debido. De sólo recordar esa noche donde la tomé una y otra vez hasta que nuestros cuerpos se saciaron por completo,  la erección creciente se dejó ver en mis pantalones, dejándome en evidencia lo mucho que deseaba volver a verla.

Por un momento olvidé que aquella mujer se estaba muriendo en mi oficina por lo que me decidí en volver en el momento justo en que los paramédicos le daban los primeros auxilios y se la llevaban al hospital para que tuviera una mejor atención.

—Ve con ella e infórmame de todo —le ordenó a una de mis secretarias antes de volver a la oficina para continuar con los pendientes.

Manejaba esta empresa desde hace muchos años cuando mi padre no pudo con ella, desde la cede en Oslo, Noruega. Donde viví desde los veinte hasta la fecha actual, dejar la ciudad requirió un sacrificio demasiado grande para mi, sacándome de mi zona de confort y trayéndome de nuevo a este lugar que sólo hacía recordarme el infierno que viví.

Al morir mi madre después de descubrir que mi padre le era infiel desde hace años con la que consideraba su mejor amiga, quedé a custodia de mi padre quien al mes de la muerte de su esposa volvió a casarse con su amante. Saanvi odiaba a los niños, no soportaba el llanto del niño de cinco años que lloraba a su madre después de haber tenido que contemplar con sus propios ojos como la vida de la mujer que le dio la suya se esfumaba con una última frase que me destruía por completo. Que a pesar de los años seguía tan gravada en mi cabeza, la manera en la que me contempló por última vez y susurrarme "te amo, mi pequeño Arvid".

De ahí porque Saanvi me llamaba de aquella forma para atormentarme, para traerme recuerdos que eran demasiado dañinos para mi, que me rompían en el alma sin dejarlo ver a simple vista. Porque ese día me sentí tan impotente, tan culpable por no haber hecho nada por mi madre y sólo lloré por la pérdida.

Su presencia sólo había traído de nuevo momentos tan dañinos que terminé marchándome de la empresa y yendo a casa, un Pent House en la mejor zona de la ciudad con vista a Central Park.

Caminé directamente al mini bar para servirme el trago más fuerte y encender un tabaco para tranquilizarme. Pensando en otra cosa que no fuera en la muerte de mi madre y que no fuera en aquella mujer de hace dos noches. A quien buscaría de nuevo, de eso no había duda, pero no sería hoy o mañana. Quería que ella ansiara tanto volver a verme que también moviera sus influencias para encontrarme, al haber estado tan ebria soltó palabras qué tal vez no debía, confesiones que seguramente no se las había hecho a nadie más, tan intimas que me hicieron querer borrarle de su mente las palabras humillantes que su ex esposo le había dicho.

«¿Desde cuando me había convertido en un paño de lágrimas?» por alguna razón quise ser la persona con la que se desahogara mientras la hacía ver las estrellas, mientras disfrutaba de su cuerpo y la hacía gemir tan alto hasta que su garganta ardiera.

Me dejé caer en una de las tumbonas sobre el balcón, dejando salir el humo por mi boca y bebiendo el trago en mi mano con la mirada perdida en la ciudad. Tenía tantos planes que no sabía por donde comenzar, cuando el abogado de mi padre se contactó para informe que todo había quedado a mi nombre fui feliz sabiendo que haría de la vida de Saanvi una miseria. La haría comer tanta m****a por lo que le hizo a mi madre y por lo que me hizo a mi.

Recordaba el momento preciso en que me encerró en un pequeño cuarto tan estrecho y oscuro por tres días, sin alimentarme, ni beber agua y siendo mordido por las ratas. El castigo que consideró adecuado por haber roto un horrible jarrón de su colección, aprovechando que mi padre se encontraba en un viaje de negocios y nadie haría nada para ayudarme.

La oscuridad me estremecía, me hacía sudar frío al igual que los lugares estrechos. Se me dificultaba respirar, era simplemente los lugares que no soportaba porque hacía revivir mis traumas. Esos días que los repitió tantas veces quiso, las múltiples ocasiones en las que sujetaba mi brazo enterrándome sus uñas hasta hacerme sangrar simplemente porque mi existencia le fastidiaba al ser el vivo recuerdo de mi madre. La única mujer que pudo tener el corazón retorcido de mi padre.

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